Mercado de trabajo 2000-2016: un balance
El mercado hoy Mayor empleo, más terciarizado, más mestizo, femenino, educado, sobrecualificado y envejecido
En estas casi dos décadas, los cambios han sido excepcionales. No sólo por el dramático impacto de la crisis, sino por transformaciones anteriores. A ellas, habría que añadir las que emergieron en los 2000 y se han prolongado desde entonces. Finalmente, también hay que considerar las que la recesión alumbró. Vayamos por partes.
Primero, cambios estructurales iniciados ya en los ochenta, y que reflejan el impacto de modificaciones en el comportamiento social, la demografía, cambios en el marco institucional de las relaciones laborales o problemas de movilidad de la mano de obra. Aunque las modificaciones en la EPA han generado algunas rupturas en las series, a grandes rasgos se puede afirmar que el peso de los activos de bajo nivel educativo ha caído de forma continua: un 85% del total en 1980, un 54% en el 2000 y un 34% en el 2016. Y dado que han aumentado sensiblemente los de alto nivel educativo, el resultado es una clara sobrecualifiación de aproximadamente un tercio del empleo.
Por su parte, la participación femenina en la mano de obra ha presentado una constante alza: de un reducido 29% en 1980 al 40% en el 2000 y el 45% del 2016. Cabe destacar que esa feminización se ha acelerado con la crisis, desde el 43% del 2008. A ello hay que añadir un notable envejecimiento de los efectivos: si en 1990 los ocupados de 16 a 34 años aportaban un 45% del empleo, en el 2008 se había reducido al 38% y en el 2016 sólo pesan un 25%. La cronificación de una elevada contratación temporal es también un proceso previo a los 2000: al final de la expansión 1986-91, esta tipología de contratación ya significaba el 32% del empleo asalariado y el 29% en el 2008. Y aunque su peso se redujo por la crisis (hasta el 23% en el 2013), la recuperación lo está elevando de nuevo (26% en el 2016). Finalmente, otra característica estructural es la elevada tasa de paro: un 22% de los activos en 1985, otro 24% en 1994 y un insólito 27% en el 2013, aunque ahora estemos en el 18%.
Segundo, modificaciones relacionadas con la expansión, pero que se han perpetuado desde entonces. Ahí el choque inmigratorio ha sido una de las relevantes: su peso en el empleo pasó del 1,5% en 1995 al 16% en el 2008 y, aunque a partir del 2010 el proceso revertió, los inmigrantes ocupan hoy todavía el 15% de los puestos de trabajo. A ello hay que añadir la pérdida de posiciones de la industria: frente al 23% del empleo total en 1999 al 16% en el 2008 y ya sólo el 14% en el 2016. España se desindustrializa. Ello es, parcialmente, el reflejo del fuerte avance de la construcción en los 2000, pero muy en particular de la imparable terciarización de nuestro tejido productivo: desde el 60% de la ocupación en el 2000 a más del 76% en el 2016, una proporción superior a la media de la eurozona.
Finalmente, los efectos de la crisis: pérdidas del empleo en construcción y ganancias en servicios públicos. Ambos fenómenos son, probablemente, transitorios. Aunque es difícil imaginar que la primera regrese a los registros del 2008, el mínimo del 6% de los ocupados en el 2016 se irá elevando progresivamente a poco que la recuperación aguante. Y lo contrario sucede con el empleo en servicios colectivos (públicos y privados): la crisis ha elevado su aporte del 18% al 22% en el 2008-2016. Pero, si el empleo privado continúa avanzando sólidamente, y dado el estado de las finanzas públicas, deberíamos asistir de nuevo a una pérdida de posiciones.
Como pueden ver, cambios profundos. Pero de todos quisiera destacar una última modificación estructural: la experimentada por el volumen de empleo del país. Así, los 17 millones del 2013 superaban largamente los 12 millones de 1994 o los 10,7 millones de 1985, los dos ejercicios peores de las anteriores recesiones. Y los 18 millones del 2016 están muy por encima de los cerca de 13 millones de las fases más alcistas del ciclo de las últimas décadas. Mayor empleo, más terciarizado, más mestizo, femenino, educado, sobrecualificado y envejecido. Así podrían resumirse esas dos décadas. Para bien, o para mal.