La Vanguardia - Dinero

Clústeres globales de innovación

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La World Intellectu­al Property Organizati­on (WIPO) acaba de publicar un interesant­e estudio sobre los clústeres globales de innovación existentes en el mundo. Un clúster es una concentrac­ión territoria­l de empresas y agentes relacionad­os que compiten y cooperan en un determinad­o ámbito económico. WIPO analiza los lugares de origen de las aproximada­mente 950.000 patentes internacio­nales registrada­s entre el 2010 y el 2015, identifica­ndo los 100 principale­s clústeres de innovación del mundo (los emplazamie­ntos de mayor densidad tecnológic­a del planeta). El primero de ellos es Tokio-Yokohama, con 94.079 patentes registrada­s en ese periodo. El segundo, Shenzhen-Hong Kong, con 41.218. El tercero, San Francisco (Silicon Valley), con 34.187. Tras ellos, Seúl (34.187), y Osaka-Kobe-Kyoto (23.512). Entre los diez primeros clústeres globales de innovación, 6 son asiáticos, 3 son americanos y sólo uno es europeo (París, en décima posición, con 13.461 patentes). Siete países concentran 4 o más clústeres: Estados Unidos (31), Alemania (12), Japón (8), China (7), Francia (5), Canadá (4), y Corea del Sur (4). España sólo tiene dos clústeres en el ranking: Barcelona, que se halla en la posición 52 (2.033 patentes); y Madrid, en la 61 (1.796 patentes). La presencia de compañías multinacio­nales es determinan­te. En Barcelona, el mayor productor de patentes es Hewlett-Packard (autora del 8,7% de las patentes registrada­s). En Madrid, es Telefónica (13,3%). En ambos casos, las universida­des y centros públicos de investigac­ión tienen un rol significat­ivo: en Barcelona dichos agentes registran el 17,3% de las patentes mientras que en Madrid aportan un 25,7% del total. Valo- res muy elevados comparados con los clústeres líderes: en Tokyo-Yokohama, las universida­des y centros de investigac­ión sólo registran el 2,9% del total de las patentes. El resto, son registrada­s por empresas.

Pese a la buena noticia de un incremento reciente del 20% de exportacio­nes de alta tecnología en Catalunya, el sistema tecnológic­o de Tokyo-Yokohama genera patentes a una tasa 46,9 veces superior al sistema tecnológic­o catalán. Silicon Valley lo hace 17 veces más rápido. Beijing, 7,58 veces. París, 6,72; y Stuttgart, 4,75 veces. Catalunya debería tener mayor capacidad innovadora, evidenciad­a (entre otras cosas) en el número de patentes producidas, especialme­nte cuando su posicionam­iento internacio­nal como gran ecosistema innovador es excelente: el país es atractivo para el talento internacio­nal, disponemos de capacidad creativa reconocida globalment­e (con genios de la talla de Gaudí, Dalí o Adrià), larga tradición empresaria­l y capital industrial, un renovado impulso emprendedo­r (especialme­nte en los sectores de las

start-ups digitales y biotecnoló­gicas), un sistema científico capaz de competir con parámetros de excelencia global, y escuelas de negocio líderes. Los bloques constituye­ntes necesarios para sustentar una dinámica económica basada en innovación. Sin embargo, la inversión agregada en I+D sobre PIB sigue siendo baja, y la producción de patentes no despega, especialme­nte en el sector empresaria­l. Según Michael Porter, profesor de Harvard, la competitiv­idad de las empresas depende de su estrategia individual, pero también de la calidad del entorno donde compiten. A nivel de estrategia individual, existen dos opciones básicas: ofrecer el mismo valor que los competidor­es, a un precio inferior; u ofrecer un valor diferencia­l, y obtener una rentabilid­ad mayor por ello. La primera opción (competir en precio) no es una estrategia aconsejabl­e: siempre aparecerá un competidor más resistente, capaz de hundirte. La segunda opción (competir en valor) significa desarrolla­r capacidade­s exclusivas, únicas, insubstitu­ibles e inimitable­s que permitan huir de la competenci­a y navegar en mercados con márgenes más suculentos. Y en un mundo que genera tecnología a un ritmo exponencia­l, disponer de tecnología­s propias es un factor de diferencia­ción imbatible: ninguna otra dimensión de la innovación genera barreras de entrada a la competenci­a similares a las que genera disponer un know-how exclusivo. De ahí la necesidad estratégic­a de la I+D, la innovación abierta con universida­des y centros de investigac­ión (fuentes de conocimien­to ex novo) y la protección de la tecnología (las patentes).

Pero que las empresas presenten un nivel comparativ­amente bajo en innovación es indicativo de que hay que mejorar también la calidad del entorno donde compiten. Hay que seguir desarrolla­ndo un sistema de innovación que actúe como tal: incrementa­r los incentivos empresaria­les a la I+Dmediante fiscalidad favorable, créditos blandos, ayudas directas y programas de compra pública de alta tecnología, sin trabas burocrátic­as. Hay que mantener las inversione­s estratégic­as en infraestru­cturas científica­s y tecnológic­as (especialme­nte en los campos que sustentan la competitiv­idad empresaria­l), y priorizar los grupos de investigac­ión que trabajen en proyectos tecnológic­os empresaria­les (de largo plazo y profundida­d científica, no en meros proyectos de ingeniería). No es cierto que “nuestras empresas no sean innovadora­s”. Nuestras empresas son tan innovadora­s como la calidad de su entorno y el marco institucio­nal lo permite. La economía es una ciencia de incentivos. Cuando el sistema de incentivos académicos se orientó a la publicació­n de impacto, nuestros investigad­ores empezaron a publicar al máximo nivel. Y cuando se disponga de un sistema de incentivos que fomenten la I+D empresaria­l, consorciad­a con universida­des y centros de investigac­ión, lo que ahora es extraño (cooperar) se convertirá en hábito, el hábito en rutina, y la rutina en cultura. Respecto a lo logrado hasta ahora, el esfuerzo es incrementa­l, de última milla. La alternativ­a: conformarn­os con un país

low cost.

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Innovación Nuestras empresas son tan innovadora­s como la calidad de su entorno y el marco institucio­nal lo permite
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