La Vanguardia - Dinero

La cara oculta del paraíso suizo

La pobreza se ensaña con las expectativ­as de los inmigrante­s españoles en busca de trabajo

- Rolando Balcells Ginebra

Su historia es única en cada caso aunque a veces presenta similitude­s. Llegados de España, se haninstala­do en Suiza. Porque este pequeño país, anidado en el corazón de Europa y que no forma parte de la UniónEurop­ea, se asemejaaun­aisla paradisíac­a. El salario de una cajera es de 4.000 francos suizos (3.600 euros). Allí reina la paz. El indice de paro es muy bajo. Sus paisajes son magníficos: montañas, lagos, chalets adornados con esculturas de pequeños gnomos entre sus plantas. Huyendo de la crisis inmobiliar­ia, miles de españoles han llegado a este nuevo Eldorado. Según las cifras delaOficin­a Federal Suiza de Estadístic­a (OFS), 82.000 ciudadanos españoles residían en Suiza en el 2015; es decir, 18.000 más que en el 2010. La comunidad ibérica ocupa el sexto lugar en orden de importanci­a después de la italiana, la alemana, la portuguesa, la francesa y la kosovar. Casi una cuarta parte de la población suiza (8.2 millones de habitantes) se compone de extranjero­s (2 millones). Su número se ha duplicado en 30 años.

Sin embargo, según la OFS, el 7% de los habitantes de Suiza –12% de los extranjero­s– ; es decir, 570.000 personas viven en Suiza por debajo del umbral de la pobreza. ParaCarita­s, que sigue con atención la cuestión de la precarieda­d en el país, los salarios no bastan para vivir de manera normal. El organismo católico, a su vez, calcula que cerca de 1,2 millones de personas, de las cuales una cuarta parte son niños o adolescent­es, son pobres. Las cifras no coinciden. ¿Cuál es la diferencia entre ambos cálculos?

Caritas engloba a todas las personas sin estatuto de residencia y sin papeles. “Todos estos nómadas del trabajo precario se ven arrastrado­s de un país a otro”, precisa Katia Hechmati, responsabl­e del tema de la organizaci­ón de la ayuda a estas personas en Ginebra.

Toda medalla presenta, pues, una segunda cara. La prosperida­d beneficia en primer lugar a los más ricos. Y el sueño de los inmigrante­s puede transforma­rse en pesadilla. El secretario sindical del Sindicato Interprofe­sional de Trabajador­es (SIT), Thierry Horner, ve desfilar en sus locales a muchos inmigrante­s desilusion­ados. “En el 2010, un arquitecto catalán corrió el riesgo de aceptar un empleo precario aquí en Ginebra”, explica. Su estudio se hallaba en Barcelona y los encargos habían descendido rápidament­e. En España se había quedado ya sin la prestación por desempleo, por lo que decidió instalarse en Suiza con su esposa y sus tres hijos. Pero fue contratado a través de una agencia de trabajo temporal que le había atraído bajo el señuelo de una promesa de contrato indefinido”.

Como tantos otros trabajador­es extranjero­s cualificad­os, este arquitecto fue víctima del citado señuelo. Pese a ser un profesiona­l curtido, ¡fue contratado con un salario de 1.750 euros al mes como persona en prácticas! “Recuerdo –dice ThierryHor­ner– sureacción. Para él, la suma en cuestión era aceptable pero su contrato no fue renovado. No podía, por tanto, pretender siquiera acceder a una indemnizac­ión por desempleo. Profundame­nte desanimado, le aconsejamo­s llevar a su empresario suizo a los tribunales, pero no quiso hacerlo por miedo a quedar atrapado en una espiral propia de picapleito­s. No volvimos a verle nunca más”.

Hablando de desengaños, Katia Hechmati, deCaritas, menciona las dificultad­es existentes a la hora de obtener un permiso de trabajo. “Muchos latinoamer­icanos –dice– piensan que una tarjeta de residencia española les basta para obtener un permiso de trabajo válido en

Estudios estiman que hasta 1,2 millones de personas, el 14% de la población de Suiza, son pobres

Detrás de la oferta de sueldos altos, se esconden la precarieda­d y las estafas El elevado coste del alojamient­o y de la sanidad afecta al modo de vida de los inmigrante­s

Suiza. Pero las cosas no son así”. En Suiza no se acoge así como así a gente que busca protección; los inmigrante­s han de demostrar que pueden arreglárse­las ellos solos. “La segunda decepción –añade– guarda relación con el coste del alojamient­o. Los ‘mercaderes del sueño’ les proponen estudios por 1.750 euros al mes pagados al contado. Estas personas no disponen de ningúncont­rato de arrendamie­nto y se exponen a verse expulsados rápidament­e de su alojamient­o”.

Los inmigrados infravalor­an asimismo los costes relativo sala sanidad. En caso de problemas y dificultad­es notables serán asistidos, pero los hospitales públicos enviarán acto seguido su factura a la seguridad social española que sólo reembolsa parcialmen­te los gastos, especialme­nte onerosos en Suiza.

Robinson Haro llegó de España para encontrar su nido enel paraíso helvético en el 2008. Poseedor de pasaporte español, este peruano de 44 años en realidad no tuvo elección. Tras la quiebra de la empresa peruana que le empleaba, se fue de Lima. “En el 2002 –cuenta– me instalé en Barcelona en el sector de la limpieza pero mi salario, 600 euros, era similar al que tenía en Perú, por lo que busqué trabajo en la construcci­ón. Estaba bien pagado, 1.500 euros al mes”. Robinson Haro navegóenla­cresta dela ola inmobiliar­ia. “En el 2005, decidí crear mi propia empresa de construcci­ón. El negocio iba muy bien y recuerdo que ganaba de 10.000 a 12.000 euros mensuales, nunca menos de 7.000 euros. ¡Tuve hasta 43 empleados!”. Construyó un inmueble enunacalle paralela a la Meridiana, otro en Rubí, dos en Sabadell…

El cuento de hadas se acabó de forma brusca, de modo brutal, en el 2007. Los en cargos estaban en el dique seco, el sector acabó en caída libre .“Había tenido hasta 18.000 euros en mi cuenta bancaria. Un día visité a la persona que gestionaba mis fondos y medijo que mequedaban 22 euros”, recuerda. Perdió su coche y su vivienda. “Mi padre –suelta su hija mayor, Alejandra– sufría crisis de ansiedad. Pensó en irse a Londres. Un conocido le habló entonces de Suiza y de sus salarios de 5.000 euros en la construcci­ón. Con su petate, el peruano embarrancó en Ginebra, sin dinero, ni vivienda, ni amigos. Por todo equipaje, su energía personal. Trabajó como carpintero independie­nte. Instalaba puertas, cocinas y suelos.

Robinson Haro echa frecuentem­ente de menos España .“Aquí–dice–todo es más frío: el tiempo, la calle, la gente. En Barcelona la gente habla entre sí, se interesa, va a tomar una copa ”.¿ Tiene ganas devolver? Nuestro carpintero, queseesfue­rza par aquel as cosas le cuadren mínimament­e, consulta a sus dos hijas. “Yo –responde la mayor– a pesar de las diferencia­s de cultura y mentalidad, me quedaré en Suiza”. Es Alejandra, de 24 años. “Nuestro padre –manifiesta– ha luchado para que accediéram­os a buenas condicione­s de vida. Soy universita­ria. Mis amigos están aquí”. La menor, Susana, de 12 años, asiente con una amplia sonrisa. Y admite que ”la vida es una lucha cotidiana “.

También libra su lucha Thierry Horner. Como sindicalis­ta, denuncia los abusos de los patrones poco escrupulos­os. Y cita dos casos. Primero, el de una pequeña empresa de instalació­n de andamios para la construcci­ón cuyo patrón está especializ­ado en falsos contratos de trabajo. Sobre el papel, los españoles oportugues­es son empleados en un 30% por un salario de 1.750 a 2.200 euros al mes y han de trabajar de 10 a 12 horas semanales. En la práctica, trabajan mucho más, por una sencilla razón: el propietari­o del inmueble presiona a la empresa de andamios porque ha de pagar por invadir el terreno del espacio público. Y, en caso de situacione­s a la intemperie o de fuertes lluvias, el capataz no llama a los obreros, que han de quedarse encasa sin ganar el primer céntimo.

Estas pequeñas empresas, dirigidas por verdaderos granujas, existen también en el sector eléctrico, en el de la pintura o en el de la limpieza. Otro caso que escupe de su boca el sindicalis­ta suizo: las condicione­s de trabajo relacionad­as con la construcci­ón de una fábrica relojera. “Hemos denunciado –señala– un caso de contratos que sobre el papel eran tentadores. A los obreros se les pagaban 5.300 euros al mes, pero tenían que trabajar doce horas al día. Estos trabajador­es, asimismo, debían pagar a la empresa de construcci­ón, controlada por un relojero, 440 euros al mes para tener una cama en un dormitorio. Aún peor, añade Thierry Horner, algunos habían de pagar la misma cifra al mes, en negro, al encargado de la obra para poder trabajar en ella. “Una auténtica esclavitud!”, exclama enfurecido el ginebrino.

“Antes de llegar a Suiza, hay que prepararse –aconseja por su parte Robinson Haro-– adquirir cierta base lingüístic­a e informarse bien”. Para evitar, esperando el paraíso, hallarse en el infierno.

Traducción : José María Puig de la Bellacasa

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MICHAEL BUHOLZER / AFP
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