Desequilibrio comercial y salarios
El nuevo Gobierno alemán, constituido dificultosamente seis meses después de las elecciones, tendrá que afrontar necesariamente el enorme superávit que Alemania mantiene con el resto del mundo. Por tres motivos. Primero, porque las reglas de la Unión Europea establecen un límite del 6% del PIB, que supera con creces. Segundo, porque el superávit es muy impopular fuera de sus fronteras (volveré sobre este punto inmediatamente). Tercero, porque no tiene sentido acumular indefinidamente créditos contra el resto del mundo cuando la experiencia acredita que muy a menudo estos no se pueden recuperar. Sobre esto último, Martin Wolf ya explicó al Financial Times que tiene sentido que la hormiga acumule reservas para el invierno, pero no si la manera de hacerlo es prestarlas a la cigarra.
Consideremos la impopularidad de los superávits alemanes. Donald Trump está iniciando una guerra comercial contra China con el fin de proteger a la industria americana. Ahora bien, el superávit de Alemania es casi el doble de grande que el chino, y aunque de momento Trump no tiene a la Unión en su punto de mira, no se puede excluir que lo haga en el futuro.
Pero más que la animosidad americana, a Alemania le debe preocupar la de los países mediterráneos, donde se considera que los superávits alemanes están fundamentados en una devaluación salarial efectuada a finales de los noventa (la Agenda 2010), que los flujos financieros que son la consecuencia alimentaron la burbuja inmobiliaria y, finalmente, que la solución que las instituciones europeas (y, en definitiva, Alemania) han impuesto para gestionar sus consecuencias ha supuesto “exportar” la deflación salarial y condenar a millones de trabajadores al paro.
Ahora bien, el problema con los superávits alemanes –como con tantos problemas económicos– es que no hay consenso ni sobre las causas ni sobre los posibles remedios. Muchos economistas alemanes cuestionan la explicación anterior y, como prueba, aducen que todos los países de habla alemana o escandinava presentan importantes superávits (y en el caso de Suiza y Países Bajos, en una proporción mayor). También aducen que Irlanda, Italia, Portugal y España han pasado del déficit al superávit sin que los superávits alemanes hayan dejado de crecer. También aducen que “se necesitan dos para bailar el tango”: que el superávit de unos es el déficit de otro, y que el enorme déficit estadounidense es posible porque Wall Street es capaz de ofrecer productos financieros suficientemente atractivos como para captar los recursos financieros que los compensen. Finalmente, aducen que el superávit no es consecuencia de una política, sino de millones de decisiones que, en síntesis, consisten en ahorrar, y que la población alemana ahorra porque está envejecida y, como la hormiga, quiere protegerse del invierno demográfico.
En cuanto a los remedios, algunos defienden que –para compensar la frugalidad privada– los poderes públicos alemanes deberían endeudarse. No lo harán. Porque tienen alergia al déficit y porque no deben hacerlo: la deuda pública alemana equivale al 65% de su PIB, una proporción relativamente baja en el contexto europeo, pero superior al límite del 60% que en su día se estableció, y Alemania también debería dar ejemplo en esto.
¿Cómo acabará todo? Para responder, creo que tenemos que recordar dos cosas: que Francia continúa presentando déficits, y cuál es la breve historia del salario mínimoalemán.
Alemania, como el resto de los países de habla alemana y escandinava, nunca había tenido, y no lo introdujo hasta el 1 de enero del 2015. Se dice que fue una imposición del partido socialista al formarse la primera Grosse Koalition de Angela Merkel, pero esta es una explicación poco convincente si tenemos en cuenta que el SPD había gobernado en solitario en varias ocasiones.
En realidad, Alemania introdujo el salario mínimo presionada por Francia y lo hizo en dos fases: el 1 de enero del 2014 introdujo uno sectorial aplicable a la industria cárnica, y al cabo de un año, a toda la economía. La razón de este comportamiento fue la crisis de los mataderos franceses, incapaces de competir con los alemanes, los cuales estaban subcontratando las operaciones de manipulación –dentro de sus propias instalaciones– a empresas del Este cuyos trabajadores no estaban sujetos al convenio colectivo alemán.
Mi apuesta, pues, es que Alemania subirá su salario mínimo, que lo hará por presiones francesas y que de nuevo el punto se lo anotará el SPD. Los indicios son claros:
–El Pilar Europeo de Derechos Sociales, proclamado el pasado noviembre, incluye un compromiso con un salario mínimo “adecuado”.
–El presidente Macron ha enfatizado el “papel clave” del salario mínimo en el “modelo social europeo”.
–El acuerdo de coalición entre la CDU, la CSU y el SPD estipula que el Gobierno alemán intentará desarrollar un marco europeo del salario mínimo.
–El salario mínimo alemán (a pesar de ser significativamente más elevado que el español) es un 15% inferior al francés (siempre con relación al PIB per cápita respectivo).
La introducción del salario mínimo alemán empujó al alza los salarios inmediatamente por encima de su nivel, contribuyendo a una cierta compresión del abanico salarial y a la reducción de las desigualdades, lo cual será de celebrar. Lo que no debemos exagerar es el impacto que esta medida tenga sobre las exportaciones de los países mediterráneos, ya que sólo representamos el 10% de las importaciones alemanas, frente al 40% de los países de habla alemana y escandinava, los cuales, junto con Francia, son los que pueden beneficiarse más de esta decisión.
Como recuerda siempre entre nosotros Jordi Angusto, Keynes insistía en que había que penalizar los superávit, y nosotros, en cambio, penalizamos los déficits. Como nadie penalizará a Alemania, será de celebrar que se la fuerce a subir salarios. Todos saldremos beneficiados.
Presión Como nadie penalizará a Alemania por los superávits, será de celebrar que se la fuerce a subir salarios; todos saldremos
ganando