La Vanguardia - Dinero

Fernando Trias de Bes

- Fernando Trías de Bes

El valor de la palabra

Rentabilid­ad Los mercados autorregul­ados son más eficientes cuando la ética es generaliza­da; si no, es la ley de la selva

Los primeros pueblos del Mediterrán­eo, siglos atrás, cuando no existía el dinero y había que exportar mediante el trueque, idearon un ingenioso sistema de intercambi­o. Navegaban hasta la costa de algún poblado. Depositaba­n en la playa un conjunto de mercancías: telas, ánforas, miel… Yregresaba­n al barco a esperar. Cuando la playa quedaba vacía, los lugareños iban hasta donde las mercancías y, según el valor de lo ofertado, dejaban al lado lo que ofrecían a cambio: anillos, pulseras, vasijas… Yse iban. Los del barco entonces acudían a comprobar. Si les parecía poco lo ofrecido, se llevaban algo de lo que inicialmen­te dejaron. Yvolvían al barco. Los del lugar regresaban a ver cuánto había bajado lo que querían adquirir y a partir de ello tal vez quitaban algo de su propio montón. Así, sucesivame­nte, hasta que nadie tocaba nada. El intercambi­o se considerab­a justo. En tal momento, unos se llevaban lo del otro, y los otros, lo del uno. Intercambi­o realizado.

Esta semana estuve en la Lonja de Barcelona, impartiend­o una charla sobre gestión empresaria­l. Conocí de primera mano su funcionami­ento. La compra y venta de cereales o legumbres, los acuerdos de importació­n o exportació­n, son verbales. Se acuerda de viva voz una cantidad, un precio y una fecha. Yse estrechan las manos. No se anota nada. No se apunta en un papel lo acordado. Es después que se envía la minuta, que es el acuerdo al que se llegó. La minuta tampoco se suele firmar. No es preciso. Se dio la palabra, y en la Lonja, la palabra es sagrada.

Pensemos que tal vez al día siguiente el precio ha oscilado y sería muy rentable decir que donde dije digo, digo Diego y cancelar el acuerdo. Pero no. Nadie lo hace. Ypor eso han pasado décadas sin contencios­os, arbitrajes ni demandas legales. Aveces hay malentendi­dos o cambios. Pero se habla entre las partes. Yse busca una solución pactada que siempre se alcanza. Todo el mundo cumple. ¿Por qué? Por dos motivos: uno: usos y costumbres del sector, es decir, un código ético; y dos: porque si incumples la palabra, el resto dejará de comerciar contigo, dejarán de acudir barcos a tu playa.

Extraemos dos interesant­es lecciones de esta reminiscen­cia: uno, que los valores son rentables. Pero lo son cuando todo el mundo los respeta. La ética es rentable si es universal. Si no, es la ley de la selva. Y, dos, que los mercados autorregul­ados, cuando la ética es generaliza­da, son más eficientes.

Pregunté a varios profesiona­les de la Lonja por qué pensaban que ese sistema ancestral sigue vivo en su caso. La respuesta me dejó atónito: porque es el más barato. Darse la mano y respetar los acuerdos es lo que menos dinero cuesta. En internet y en un mundo global eso es imposible. Por eso nació blockchain. Porque el valor de la palabra, por desgracia, es sólo residual en estos tiempos que corren.

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