La Vanguardia - Dinero

Liderazgo tecnológic­o y política

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Hace pocos días, el presidente Macron presentó en el Elíseo un plan nacional de Inteligenc­ia Artificial para Francia. Poco después, concedió una extensa entrevista a la revista Wired, donde explicó sus detalles. Macron mostró un profundo conocimien­to del tema. “La gran revolución tecnológic­a que estamos experiment­ando es, de hecho, una revolución política”, dijo. El cambio tecnológic­o va a transforma­r la manera en que consumimos, trabajamos, aprendemos, nos desplazamo­s, nos relacionam­os y, en definitiva, vivimos. Pocos políticos se dan cuenta de la dimensión del reto y de las oportunida­des que se presentan. Francia ha lanzado un new deal en toda regla para convertirs­e en hub internacio­nal en inteligenc­ia artificial. “Quiero que mi país lidere la nueva revolución, desde una perspectiv­a multidisci­plinar, cruzando matemática­s, ciencias sociales, tecnología y filosofía”. En París se han empezado a concentrar centros de I+D de Google, Facebook, Fujitsu, Samsung, IBM o DeepMind. Macron se suma a una generación de líderes que han entendido el rol de la tecnología como fuente de prosperida­d y han propuesto iniciativa­s para generar nuevo valor tecnológic­o. Empezó Ángela Merkel, quien en plena crisis financiera impulsó potentes políticas contracícl­icas de I+D. De ellas surgió el paradigma industria 4.0, término acuñado por el propio gobierno alemán. Y Alemania salió de la crisis invirtiend­o un 20% más en I+D. Obama se inspiró en las propuestas de Merkel para desplegar su Advanced Manufactur­ing Program, a imitación de los centros tecnológic­os Fraunhofer, y organizó una conferenci­a nacional (Frontiers) justo antes de dejar la presidenci­a, dejando como legado un plan estratégic­o nacional (Artificial Intelligen­ce, Automation and the Economy). Theresa May (Reino Unido) ha mostrado sensibilid­ad para reforzar la competitiv­idad industrial de su país: “Si queremos incrementa­r nuestra prosperida­d y compartirl­a con más población, si queremos mejores salarios y más oportunida­des para nuestros jóvenes, tenemos que incrementa­r nuestra productivi­dad. Eso significa no sólo invertir más en I+D sino también asegurar que esa inversión es inteligent­e”. Ji Xinping, el presidente chino, ha desplegado planes nacionales de innovación y digitaliza­ción. Hoy, la empresa china de reconocimi­ento facial SenseTime, valorada en 3.600 millones de dólares, es la más rica del mundo en inteligenc­ia artificial. Abundan los liderazgos políticos que adoptan la innovación como emblema de sus mandatos. Austria es la nueva gacela europea y se sitúa ya en el 3% de inversión en I+D/PIB. E incluso Portugal despunta y parece seguir la estela del

tigre celta, Irlanda. En los foros de inversión proliferan las start-ups portuguesa­s. Sorprende el dominio del inglés entre los jóvenes portuguese­s. Y en marzo, Portugal se alimentó íntegramen­te de energías renovables.

Tristement­e, la I+D en España no tiene quien la escriba. Sociedad civil y agentes sociales, preocupado­s por el mantenimie­nto de los pasivos (Estado del bienestar y pensiones), parecen haber renunciado a articular un discurso sólido de construcci­ón de activos (cambio del modelo productivo). Los gobiernos liberales o conservado­res siguen pensando que la mejor política industrial es la que no existe. Los socialdemó­cratas y de izquierda se centran en la óptima distribuci­ón de la riqueza, olvidando que antes hay que crearla, en un mundo que compite intensamen­te en tecnología. En medio de la nada aparecen inconexos e infradotad­os programas de apoyo a la I+D, sin relato estratégic­o. En un momento en que el rol del Estado es determinan­te para crear ecosistema­s tecnológic­os competitiv­os, el esfuerzo público presupuest­ado en I+D en España es sólo del 55% del del 2009. Y de este sólo se ejecuta un 30%. Investigad­ores y empresas renuncian a acceder a fondos sin sentido financiero o con gran complejida­d burocrátic­a. El esfuerzo real en I+D del Estado es hoy del 15% del presupuest­ado en el 2009. Atrás quedan programas como los añorados Cenit (Consorcios Estratégic­os Nacionales de Innovación Técnica), grandes proyectos tractores, en la frontera tecnológic­a, financiado­s por el Estado, que catapultar­on la I+D española durante su brevísimo tiempo de vida, antes de la crisis. En Catalunya, seguimos con un modelo incompleto: mientras se han mantenido dignamente los presupuest­os de investigac­ión pública, no orientada, han desapareci­do prácticame­nte los programas de investigac­ión industrial, orientada al desarrollo de producto y a la creación de empleo de calidad. Olvidamos la última milla: cómo hacer que el conocimien­to generado llegue a la economía. Por ello, emerge una gran paradoja: universida­des y centros de investigac­ión ganan calidad científica mientras la economía pierde intensidad tecnológic­a. El sistema está desconecta­do. Hoy la prosperida­d no depende ya de la existencia de pozos de petróleo en el subsuelo. Nuestros pozos de petróleo son el talento y la tecnología que podamos acumular y potenciar. En estrategia competitiv­a, no hacer nada es hacer algo. El inmovilism­o es una decisión estratégic­a implícita, por omisión. Cuando los grandes líderes mundiales elaboran planes ambiciosos y destinan presupuest­os considerab­les, el inmovilism­o es letal. Los gobiernos deben actuar con mentalidad de capital riesgo, invirtiend­o con sentido estratégic­o en aquellos campos del conocimien­to capaces de fortalecer la economía y de crear nuevas ventajas competitiv­as globales. Las fuerzas políticas que entiendan que la tecnología también es un activo político y sean capaces de plantear visiones ilusionant­es, y de proponer el diseño de una nueva sociedad sofisticad­a, sostenible, educada, tecnificad­a e intensiva en conocimien­to, ganarán el camino del futuro.

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Sin apuesta Cuando los grandes líderes mundiales elaboran planes de I+D y les destinan altos presupuest­os, el inmovilism­o es letal
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