Flexibilidad versus saturación
Los servicios de bicicletas compartidas ‘dockless’ (sin anclaje) son un paso más en el despliegue de redes públicas de este tipo de vehículos, tanto en versiones mecánicas como de propulsión eléctrica. Al no depender de las estaciones –como el Bicing barcelonés, por ejemplo– permiten cubrir trayectos más completos, a medida del usuario. Esta flexibilidad es su principal atractivo. Aunque para que sea real hace falta un número de bicis suficiente para la zona que se pretende abarcar. Podría ocurrir que este volumen deseable desborde el espacio público disponible, algo que ya ha sucedido en varias ciudades chinas en las que se han desplegado muchas plataformas al mismo tiempo, lo que ha obligado a frenar su expansión. Pero la cosa no queda aquí. Las bicicletas públicas, con o sin amarre, conviven con otros artilugios de movilidad personal de nuevo cuño, como los ‘segways’ y las ruedas, plataformas y patinetes eléctricos, en la mayoría de los casos también de fabricación china. Su espectacular expansión en las ciudades de medio mundo ha revitalizado muchas factorías que hasta hace poco se dedicaban a las bicicletas y han visto en estos dispositivos, que tienen mayores márgenes, nuevas oportunidades. En el lado del usuario, la proliferación de estos sistemas de transporte individual ya está generando problemas por la ocupación del espacio público. En la mayoría de casos son mecanismos privados, aunque en algunas ciudades empiezan a replicarse modelos de uso compartido, tanto para fines turísticos como para residentes, lo que abre nuevas vías de negocio pero también retos para las administraciones que se ven obligados a poner normas donde antes no las había.