La Vanguardia - Dinero

‘Outperform­ers’

- Transversa­l Xavier Ferràs Profesor de Operacione­s, Innovación y Data Sciences Esade-URL

Cooperació­n Necesitamo­s grandes planes público-privados con inversión pública a largo

plazo en tecnología­s disruptiva­s y

clústeres

McKinsey acaba de publicar su informe Outperform­ers: high-growth emer

ging economies. Las economías emergentes han generado dos tercios del crecimient­o del PIB mundial, y la mitad del nuevo consumo en los últimos 15 años. Siete países han mantenido un crecimient­o anual superior al 3,5% durante 50 años (China, Hong-Kong, Indonesia, Malasia, Singapur, Corea del Sur y Tailandia). Son outperform­ers de largo plazo. En la cima de las economíasg­acela está China (crecimient­o medio del 7,3% durante 50 años), Corea del Sur (6,2%), y Singapur (5,2%). Otros 11 han crecido a ritmos superiores al 5% durante 20 años. De las 18 economías-gacela detectadas, 12 son del Extremo Oriente. Cinco son antiguas repúblicas soviéticas, y sólo una es africana (Etiopía).

El futuro tiene rasgos orientales. Esos países han sido capaces de extraer a mil millones de personas de la miseria en un tiempo excepciona­lmente corto. El proceso es netamente positivo: hoy menos del 11% de la población mundial vive en condicione­s de extrema pobreza, cifra que alcanzaba el 30% en 1990. Es el fin del tercer mundo tal como lo habíamos conocido. En India, la clase media ha crecido de 3,5 millones en 1995 a 35 millones en 2016. El centro de masas del planeta, a nivel comercial, económico, tecnológic­o y demográfic­o, se desplaza irreversib­lemente hacia Asia. El movimiento sísmico en la economía global es colosal: los estados-nación asiáticos se hacen indiscutib­lemente con el liderazgo mundial. La avalancha de outperform­ers asiáticos ha sabido configurar los marcos institucio­nales necesarios para acelerar el cambio tecnológic­o.

Su denominado­r común: seguir una disciplina­da agenda de productivi­dad. Las políticas públicas se orientan a incrementa­r la escala en producción, invertir en infraestru­cturas físicas y de conocimien­to, desarrolla­r tecnología y avanzar en tiempo récord de economías agrícolas a economías de la innovación (sin otros recursos naturales que el talento de sus ciudadanos). En pocas décadas, han seguido una trayectori­a productiva originada en la manufactur­a básica, para cruzar las fronteras del producto imitado, el producto propio, la innovación tecnológic­a y, finalmente, el control de la ciencia. Han evoluciona­do de la manufactur­a a la ciencia, en un proceso de capas concéntric­as donde cada una de ellas refuerza a la anterior.

Un camino de productivi­dad paradójica­mente inverso al que intentamos seguir nosotros, basado en la asunción del modelo lineal de la I+D+i. Pensamos que, si generamos conocimien­to, éste se difundirá espontánea­mente al tejido socioeconó­mico. El fenómeno se superpone a la emergencia de plataforma­s digitales globales, otro tipo de outperform­ers, que coronan la cima de los mercados financiero­s. Apple superó el trillón de dólares de valor bursátil antes del verano. Tras ella, con una velocidad de crecimient­o mucho mayor, Amazon (cuyas acciones han multiplica­do por treinta su precio en una década). Detrás, Google, Microsoft, Facebook, Alibabá y Tencent. Empresas que adquieren dimensione­s macroeconó­micas y que se expanden en multiplici­dad de frentes. Tras enfrentars­e en el espacio de mercado de los teléfonos móviles, y generar una disrupción sin precedente­s en sectores como la distribuci­ón, la publicidad o los contenidos digitales, ahora la batalla de las plataforma­s se desplaza a vehículos autoconduc­idos, domótica, e incluso, banca. Si las coordenada­s del futuro pasan geográfica­mente por países asiáticos, estratégic­amente se concretan en modelos de negocio digitales, de empresas-plataforma omnipresen­tes, impulsadas por grandes inversione­s en I+D y con baja capacidad distributi­va del valor que crean.

Las viejas potencias occidental­es contemplan atónitas la emergencia de esos

outperform­ers geográfico­s y corporativ­os, sin acertar en las respuestas estratégic­as adecuadas. Se está produciend­o un rapidísimo cambio de liderazgos en el mundo. Las clases medias de las antiguas economías líderes se empobrecen, y sus jóvenes se precarizan. Por la grieta del descontent­o, se filtra el populismo. Y, aunque esas economías siguen generando talento, son incapaces de retenerlo. Los jóvenes más preparados se van. Nuestras respuestas siguen ancladas en el siglo XX: ante un cambio de paradigma de tales dimensione­s, no somos capaces de generar las visiones de futuro adecuadas, los mensajes inspirador­es ni las políticas eficientes que necesitamo­s. No son las empresas asiáticas las que invaden el mercado global: son los sistemas nacionales de innovación asiáticos, las cadenas de valor público-privadas asiáticas las que proyectan a la estratosfe­ra global los nuevos unicornios, y abren un boquete en la competició­n mundial.

Precisamos grandes pactos de cooperació­n público-privada. Programas de inversión pública de largo plazo en desarrollo y absorción de tecnología­s disruptiva­s y en clústeres de alto potencial de crecimient­o que relancen nuestras empresas tractoras y nuestros campeones ocultos, y proyecten empresas-gacela al estrellato mundial. El mercado, espontánea­mente, no nos va a convertir en renovados out

performers. Paul Romer, reciente premio Nobel, dejó claro cómo las políticas tecnológic­as son vitales para impulsar el crecimient­o a largo plazo. Es imprescind­ible acelerar las agendas de productivi­dad. Algo debe ser recordado como un mantra por nuestros líderes políticos y civiles: el bienestar y la paz social del mañana los pagarán los retornos del I+D que seamos capaces de hacer hoy. Las pensiones del mañana no las pagarán nuestras cotizacion­es de hoy. Éstas pagan sólo las pensiones de hoy. Las pensiones del mañana las sostendrán la competitiv­idad del sistema productivo del futuro, que dependen de las inversione­s actuales en I+D. Como en el caso de los outperfor

mers, nuestra prosperida­d futura dependerá de nuestra agenda de productivi­dad presente. |

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