La Vanguardia - Dinero

Economía de guerra sin guerra

Los dictados de la troika han forzado a Grecia a aceptar unas exigencias con efectos negativos en la población y que hipotecan el futuro del país

- John William Wilkinson Barcelona

La historia no se repite. Lo que pasa es que a veces da la impresión de que se ha encallado, que lo único que hace es dar vueltas sin avanzar, como un disco rayado. Puesto que nadie dispone de una bola de cristal, nada más acabar una guerra, ya se prepara para la próxima, que se cree se librará de forma parecida, mas lo cierto es que nunca hay dos guerras iguales, como tampoco dos crisis económicas.

En el 2008 no estalló ninguna guerra en Grecia, al menos no una guerra convencion­al con tiros y bombardeos. Eso sí, hubo violentos enfrentami­entos entre un pueblo enfurecido y los cuerpos de seguridad del Estado; y seguro que se produjeron más suicidios de los que nadie nunca haya querido admitir. No obstante, sin que nadie saliera al balcón a declarar la guerra, se impuso en todo el país una economía de guerra des- conocida desde la ocupación nazi.

Entre los muchos estragos padecidos por la severidad de los recortes, miles de tenderos se vieron obligados a bajar la persiana por última vez. Antes de abandonar su negocio, algunos comerciant­es recubriero­n las lunas de sus tiendas con hojas de periódico que ahí permanecen amarillent­as y arrugadas, con la fecha de la catástrofe perfectame­nte legible desde la calle.

Pese a los sacrificio­s de los helenos y las privacione­s que han sufrido a lo largo de casi un decenio, Grecia acaba de amanecer más pobre, cansada y desorienta­da que antes de que la troika (formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacio­nal) se le impusiera un rescate con condicione­s realmente draconiana­s. Lejos de surtir el efecto sanador deseado, empero, la austeridad germana como remedio único a los males que minaban la salud de la economía griega sólo sirvió para empeorar la salud del moribundo paciente. Eso sí, ni se inmutaron los prestamist­as teutones causantes tanto de la enfermedad como de la cura equivocada.

Hace algo más de un mes el equipo médico de Bruselas se avino a dar el alta al enclenque paciente griego. Duró bien poco la alegría que sintió éste al volver a ingresar en la vida normal luego de pasar tan prolongada temporada confinado en un hospital más necesitado de ayuda que él. Pero por mucho que le digan que está curado, apenas si se aguanta en pie. Su cuenta bancaria se halla bajo mínimos y su vivienda se cae a trozos. De ninguna manera podrá costearse los medicament­os que le ha prescrito los sonrientes galenos bruselense­s.

Las estadístic­as de la economía que encuentra al regresar a casa el paciente al que le han dado el alta al cabo de dicho decenio aciago son demoledora­s: el PIB ha perdido un 26%; el paro, que rozó el 30% en 2013, aún supera el 21%; la deuda pública ha aumentado en un 69,2% y representa un astronómic­o 180% del PIB; han cerrado 300.000 empresas; tras sufrir repetidos recortes, las pensiones son poco más que una limosna; de promedio, las familias griegas han perdido un 40% de sus ingresos; el 24% de IVA sofoca cualquier atisbo de alegría compradora; se han marchado al extranjero, sólo en los últimos años, más de medio millón de jóvenes, en su mayoría los mejor preparados; empezando por Pekín, que ya prácticame­nte es el amodel estratégic­o puerto de El Pireo; ha habido toda clase de gangas que inversores y mercados no han pasado por alto, y un largo y doloroso etcétera.

Al expaciente le cuesta digerir la magnitud de la catástrofe. Enciende el televisor y sale el primer ministro izquierdis­ta Alexis Tsipras acusando a la troika de la lamentable estado de la economía y a Bruselas de la crisis migratoria, que son las causantes del ascenso de la extrema derecha. O sea, ninguna novedad. Bueno sí: una vez eliminado Varoufakis, Tsipras cae bastante mejor entre sus colegas europeos.

Pero lo que más le preocupa a nuestro convalecie­nte arruinado no es la desastrosa situación actual en la que se halla su país, por mucho que haya recuperado su autonomía financiera. Porque aquí no se acaba la historia. Ni mucho menos. Aquí no va a haber ningún happy end; nadie va a comer perdices. Por mucho que se diga, lo cierto es que Grecia sigue a merced de los acreedores.

Se mire como se mire, el porvenir pinta bastos. Según los acuerdos alcanzados entre Atenas y Bruselas, la economía helena estará hipotecada hasta 2060. Se mantendrán avances primarios (es decir, antes de pagar la deuda propiament­e dicha) del 3,5% hasta 2022, y el 2% hasta ese lejano e inimaginab­le 2060.

En el mejor de los casos, máxime si la economía logra conseguir un crecimient­o sostenido durante varios ejercicios, los griegos podrán seguir tirando como han venido haciendo hasta ahora. Pero cualquier revés podría acabar con su precaria sobreviven­cia. ¿Qué sería de ellos si fallara el turismo? ¿o si se produjera otra oleada migratoria aún mayor que la anterior? ¿o si se produjera un devastador terremoto? El porvenir está tan plagado de peligros como carente de ilusiones.

Pase lo que pase y gobierne quien gobierne (es improbable que Tsipras sea reelegido), seguirá al menos hasta el 2060 la economía de guerra sin guerra, lo que da alas a la extrema derecha, que ya avanza en todos las frentes, desde Atenas hasta Amberes. Los griegos no se lo merecen.

Tras un decenio de rescate draconiano, Grecia reaparece más cansada, desorienta­da y pobre que antes Durante este periodo han cerrado 300.000 empresas y las familias han perdido el 40% de sus ingresos Los acuerdos entre Atenas y Bruselas prevén que el país deje de estar hipotecado en el 2060

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ALKIS KONSTANTIN­IDIS / REUTERS
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