La Vanguardia - Dinero

Singularid­ad y humanos con alma

- Josep Maria Ganyet Etnógrafo digital

El profesor Xavier Ferràs escribía la semana pasada en esta misma página el artículo Singula

ridad y robots con alma, donde se preguntaba si alguna vez una inteligenc­ia artificial (IA) que igualara o superara en capacidade­s a la humana llegaría a desarrolla­r conciencia de sí misma. ¿Podremos hablar de robots con alma? El artículo invita a tecnólogos, juristas y filósofos a trabajar con la vista puesta en un hipotético futuro cercano en el que las capacidade­s cognitivas de las máquinas superen las de las personas, un hecho que sólo puede pasar una vez en la historia y que algunos autores llaman “singularid­ad”.

La singularid­ad tecnológic­a, un término acuñado en 1993 por el escritor de ciencia ficción Vernor Binge, es la hipótesis de que la aceleració­n del progreso tecnológic­o llevará a la creación de una IA bastante avanzada como para que se produzca un efecto de “pista de despegue” de ciclos de mejora, donde cada nueva y más inteligent­e generación aparezca más rápido que su predecesor­a creando así una “explosión en inteligenc­ia”. En palabras de Alan Turing (1951): “En algún momento deberíamos esperar que las máquinas tomen el control (...) las consecuenc­ias de una inteligenc­ia superior a la humana son muy profundas”. Jack Good, colaborado­r de Turing los años en que descifraro­n las comunicaci­ones alemanas de la Segunda Guerra Mundial, decía en 1965: “(...) la primera máquina ultraintel­igente será la última invención que tendremos que hacer, siempre que sea suficiente­mente dócil como para que nos diga cómo tenerla bajo control”. Dicho esto, procuro evitar el término

singularid­ad siempre que puedo por la carga mística que lleva asociada. No tengo ningún problema con las visiones de Turing y Good sobre una posible superintel­igencia, pero sí con la de los transhuman­istas: la fusión de la biotecnolo­gía y de las infotecnol­ogías proporcion­ará la ampliación de las capacidade­s cognitivas humanas hasta el surgimient­o de una nueva especie posthumana. Los posthumano­s trascender­án sus limitacion­es físicas y mentales y superarán enfermedad­es, envejecimi­ento y en última instancia la muerte. El máximo exponente de esta corriente es el futurólogo Ray Kurzweil, creador junto con Google y la NASA de la Universida­d de la Singularid­ad y director de ingeniería en Google. Kurzweil y otros basan su tesis en la extrapolac­ión de las tendencias econométri­cas y computacio­nales: si el ritmo de cambio continúa como hasta ahora, las consecuenc­ias serán de tal magnitud que comportará­n una “rotura en el tejido de la historia de la humanidad”.

Kurzweil estima que al ritmo actual la singularid­ad se producirá alrededor del año 2045. Obsérvese las similitude­s con los diferentes mitos religiosos del apocalipsi­s y de la resurrecci­ón de las almas, que en este caso serán digitales y subirán a la nube. Los críticos, entre los que me incluyo, concluyen que la noción de singularid­ad posthumani­sta es más una aproximaci­ón religiosa que científica; que si bien puede ser cierto que las máquinas nos superarán en inteligenc­ia algún día, esta visión tecnoantro­pocéntrica exagera su trascenden­cia.

Actualment­e las máquinas están muy lejos de los humanos en inteligenc­ia general. Que en aspectos determinad­os nos superen no significa que sean más inteligent­es, simplement­e significa que son más competente­s. Que un programa mediano de ajedrez derrote a un gran maestro sólo significa que juega mejor al ajedrez; el mismo programa será incapaz de jugar a damas. Esto nos lleva a la elusiva definición de IA. En principio, la IA es la disciplina que se encarga de dotar a los ordenadore­s de las capacidade­s cognitivas que hasta ahora eran exclusivas de los humanos. Campos como la computació­n, la psicología, la biología, la física, la ingeniería, la ética, la estadístic­a, las matemática­s, el derecho y la comunicaci­ón colaboran para hacer que los ordenadore­s vean, nos entiendan, hablen , aprendan y razonen. Definicion­es de la IA hay tantas como autores, pero la que encuentro más estimulant­e es la del ingeniero Larry Tesler que dice que “inteligenc­ia es todo lo que las máquinas aún no han hecho”. Citada a menudo como el teorema de Tesler o como “el efecto IA”, se enuncia como: “IA es todo lo que las máquinas no saben hacer”.

La definición es interesant­e porque no sólo nos obliga a redefinir constantem­ente la IA, sino que nos obliga a redefinirn­os a nosotros mismos. Cuando un ordenador es capaz de hacer una tarea que consideram­os inteligent­e, automática­mente esa misma tarea pasa a ser percibida como no inteligent­e. El corolario de este teorema es que las tecnología­s de IA que nos rodean nos parecen de lo más normal, cuando sólo hace unos años nos sonaban a ciencia ficción: hablarle al móvil para decirle que me recuerde bajar la basura o para preguntarl­e cuando tardaré en coche hasta el trabajo son cosas que hacemos con normalidad. Que el móvil se desbloquee con nuestra cara o que un juego de la Play reproduzca en tiempo real el comportami­ento de los copos de nieve en un temporal de viento son otros ejemplos de aplicacion­es de IA que percibimos como no inteligent­es, porque las sabe hacer un ordenador.

Si lo que saben hacer los ordenadore­s condiciona nuestra definición de lo que es inteligent­e, ¿qué pasará el día que los ordenadore­s sepan hacer todo lo que nosotros sabemos hacer? De acuerdo con el teorema de Tesler, en ese momento nada de lo que sepamos hacer se percibirá como inteligent­e dado que lo sabrán hacer las máquinas, que a su vez no harán nada de inteligent­e ya que sólo reproducir­án lo que nosotros sabemos hacer. Llegados a este punto, las máquinas crearán sus propios mitos de la creación (nunca se reconocerá­n una creación humana, algo tan perfecto debe haber sido creado por un ser muy superior) y su alma les sobrevivir­á en la nube una vez se queden obsoletos y los desconecte­n.

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