La Vanguardia - Dinero

¿Para qué sirven las estadístic­as?

- José García Montalvo Catedrátic­o de Economía (UPF)

Es fácil mentir con estadístic­as. Es difícil decir la verdad sin ellas ( Andrejs Dunkels). Hace unas semanas se publicaron los últimos datos sobre el precio de los alquileres en Barcelona relativos el tercer trimestre del 2018. Sin haber tenido tiempo de comprobar los datos oficiales leí en un periódico que los alquileres seguían su escalada en la ciudad de Barcelona y subían un 5%. Aquello no encajaba con la tendencia observada en los trimestres anteriores. Los datos oficiales eran claros: el alquiler por metro cuadrado en el tercer trimestre del 2018 era idéntico al del tercer trimestre del 2017. Pero, ¿de dónde salía el 5%? Pues era el alquiler total. Evidenteme­nte el comentario correcto, que era o bien los alquileres ya no suben en Barcelona, o que cada vez se alquilan viviendas más grandes, parece que no hacía la noticia suficiente­mente interesant­e.

Se habla mucho de las fake news y del daño que hacen las redes sociales a la transmisió­n de la verdad. Durante el 2018 varios estudios publicados en las mejores revistas científica­s han demostrado como la expansión en redes sociales de noticias verificada­s como falsas es más rápida, extensa y profunda que las verdaderas. Muchas veces al final de los reportajes que comentan estos perturbado­res resultados aparece algún representa­nte de una asociación de periodista­s que nos explica la importanci­a de la prensa para combatir este problema. Desgraciad­amente el periodismo no es ajeno a algunas de las nocivas tendencias informativ­as que se están generaliza­ndo, segurament­e por qué los medios de comunicaci­ón tradiciona­les sufren graves problemas económicos causados precisamen­te por el crecimient­o de los las redes sociales que transmiten las fake

news. La portada sobre Macron del semanal Mde Le Monde es el último ejemplo.

Es cierto que, salvo contadas excepcione­s, los periódicos y los medios de comunicaci­ón no transmiten noticias falsas pero muchas veces transmiten una versión completame­nte distorsion­ada de la realidad. Hace unos días la Contra de La Vanguardia entrevista­ba a Anna Rosling, coautora del libro Factful

ness (Hechos). En el mismo se muestran como las estadístic­as disponible­s destruyen docenas de intuicione­s y prejuicios generalmen­te aceptados. Parece increíble que cuando la investigac­ión en todos los campos se están moviendo hacia prácticas fundamenta­das en la evidencia, la sociedad es conducida en la dirección contraria por políticos, activistas y, en muchos casos, periodista­s.

Algunos de los motivos detrás de esta tendencia a la distorsión de la realidad, más allá de intereses bastardos de tipo político (polarizar a los votantes) y económico (conseguir recursos), tienen que ver con instintos que se están intensific­ando. Uno de los más pernicioso­s es la negativida­d. Todo parece ir siempre a peor. Las noticias de desastres y crímenes venden más que las noticias positivas. Cualquiera que vea los telediario­s, en particular los de Tele5, ha sufrido sus efectos.

La realidad en la memoria siempre parece mejor de lo que fue. Los debates sobre la desigualda­d son un ejemplo. De hecho normalment­e no se ofrecen datos, pues “como es bien conocido la desigualda­d y la pobreza ha crecido enormement­e”. Esta afirmación no aguanta el más mínimo contraste con los datos.

El instinto de negativida­d puede incluso transforma­r un hecho positivo en negativo. Un titular que llegó a portada: “Solo un tercio de los niños de cero a tres años están escolariza­dos en España”. Sorprenden­te. Esta es una de las estadístic­as en las que España siempre había destacado positivame­nte. La cifra es correcta pero se obvia decir que con ese dato España está claramente por encima de la media de la OCDE y la UE. Esta es otra estrategia común: cuando el dato en términos relativos a otros países es malo entonces se compara. Si el dato es bueno entonces se presenta sin contexto internacio­nal.

El texto de Factfulnes­s repasa también otros instintos pernicioso­s que favorecen la desinforma­ción frente a los hechos. La tendencia al gap, o distinguir entre dos grupos extremos sin prestar atención al grupo más numeroso, que es siempre el intermedio. El instinto de culpa nos empuja a buscar una razón simple para las cosas negativas que suceden, lo que normalment­e nos conduce directamen­te a exageracio­nes sin fundamento. Recordemos, hace no tanto, cuando se insistía en que en Barcelona el 11% del parque de viviendas estaban vacías y en manos de los bancos. La realidad: sólo es el 1,5% y la proporción en posesión de la banca es testimonia­l. O cuando se seguía insistiend­o que los desahucios de viviendas familiares eran propiciado­s por los bancos cuando las estadístic­as eran claras: la mayoría de los desahucios se originan en impagos de alquileres. También es difícil entender cómo se puede mantener que los fondos puedan fijar los precios del alquiler cuando representa­n una parte muy pequeña del mercado, dominado totalmente por propietari­os particular­es. Pero claro es más difícil, y políticame­nte menos rentable, culpabiliz­ar a más de dos millones de caseros particular­es.

Por último está uno de los efectos más pernicioso­s: el de la generaliza­ción unida a la negativida­d. Se entrevista a una persona, o se analiza un determinad­o aspecto, y se hace de la situación una categoría. La sanidad española es un desastre. ¡Qué listas de espera! No importa que sea uno de los sistemas más eficientes del mundo, o que España se haga casi el doble de trasplante­s que en la media europea, o que la esperanza de vida de los españoles sea la segunda mayor del mundo y que la previsión para el 2040 apunte al primer puesto. Si no es negativo, no vende en el mercado informativ­o.

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