El fin del dinero fácil para los bancos
El euro cumple veinte años a la vez que se termina el llamado QE–del inglés, Quantitative Easing– o política monetaria “ultra-relajada”, que ha llevado al BCE a comprar deuda de estados y empresas de la eurozona por valor de 2,6 billones de euros. Esta política, junto a las operaciones de préstamo a los bancos, ha expandido su balance hasta los 4,7 billones, equivalente a un 42% del PIB de la eurozona.
En el 2019 la economía europea va a caminar, por tanto, sin buena parte de ese fuerte apoyo monetario que ha tenido desde el 2015. ¿Qué va a pasar ahora? Con la in- formación que hay sobre la mesa, las expectativas no son muy halagüeñas: la economía de la zona euro se está desacelerando, en un ambiente general de estancamiento del comercio mundial y de pérdida de impulso de otras grandes economías, como Japón y China. Sólo la de Estados Unidos mantiene un ritmo apreciable que ronda el 2,7% de crecimiento trimestral anualizado, aunque esté también a punto de que se agote el estímulo fiscal de hace un año.
Lo peor de la desaceleración económica europea es la velocidad a la que va, con Francia apuntando ya a una contracción manufacturera y del sector servicios, Alemania frenando casi al mismo ritmo que Francia, e Italia ya en contracción económica.
Todo está pendiente de que los datos de Alemania en el último trimestre sean mejores que los del período de junio a septiembre, aparentemente muy influidos por el parón en su sector del automóvil, dedicado en ese período a ponerse al día en emisiones contaminantes.
Como en el 2015-2016, la economía china está transmitiendo su debilidad al resto. Y, como entonces, cuando sólo un incremento del crédito en 3 billones de dólares en China evitó que la economía mundial entrara en recesión, puede que sólo la aprobación de nuevos estímulos económicos allí vuelva a evitar la recesión global. Ayudaría también un acuerdo con Estados Unidos que permitiera que el dólar se depreciara frente al yuan/renminbi y al resto de las monedas, entre ellas el euro.
Esta vez ya no habrá un Mario Draghi al rescate: su mandato termina en octubre sin haber subido los tipos de interés ni una sola vez. Tras sus grandes aciertos del 2011 al 2015, que permitieron salvar el euro y la eurozona, Draghi ha mantenido, con el QE, demasiado tiempo las medidas excepcionales para un tiempo que ya no lo era. Debería haberlo cortado a finales del 2016, como muy tarde. Ahora, el BCE se encuentra prácticamente sin munición frente a la desaceleración económica. Con su tipo de interés de referencia en -0,4% y el balance rebosante de deuda pública. Aunque, ¿quién dijo miedo? Mientras la inflación siga sin aparecer, los bancos centrales siempre tendrán un arsenal ilimitado del que echar mano. Quien tenga dudas puede mirar al Banco de Japón, cuyo balance ya ronda el 100% del PIB, o al banco central de Suecia que bajó tipos al -1%. Quizá el sucesor de Mario Draghi tenga que imitarles no tardando. La clave, como en el 2016-2017, está en manos de China y sus eventuales estímulos. Oremus!