La nueva encrucijada de la banca europea
¿Por qué están tan mal los bancos? ¿Cómo se explica que la eurozona lleve años creciendo a un ritmo aceptable, se reduzca el desempleo, haya muchas menos quiebras empresariales y los bancos tengan tantas dificultades para prestar y ganar dinero? Las entidades financieras de la eurozona no levantan cabeza. En Alemania, el Deutsche Bank cotiza en bolsa en mínimos históricos. En Italia, el BCE acaba de intervenir la Banca Carige, el décimo banco del país por volumen de activos, ante su incapacidad por lograr recursos del mercado con los que ampliar capital. En España, tras la intervención, liquidación y venta del Banco Popular por un euro hace año y medio, la estabilidad institucional no esconde la realidad de un modelo con enormes dificultades para ser rentable y tener un mínimo de atractivo para los inversores. El año pasado, los seis bancos del Ibex perdieron una cuarta parte de su valor en bolsa, el equivalente a 50.000 millones de euros. En teoría, el fin de los estímulos y la subida de los tipos de interés por parte del BCE –cuando se produzca– serán buenos para la banca, ya que le ayudarán a recuperar los márgenes financieros, reducidos a la mínima expresión. Pero no es suficiente con eso. La banca necesita los tipos altos para lograr también rentabilidades razonables de los grandes emisores, las administraciones públicas, en condiciones de mercado. El pasado viernes, Ana Botín, presidenta del Santander, dijo que apostaba por “romper el vínculo entre el sector financiero y el riesgo soberano”. Desde el estallido de la crisis, la banca se quejó de ver ligada su suerte a la solvencia de los estados en los que desarrollaba su actividad. Las agencias de rating bajaron las calificaciones crediticias de las entidades financieras a la par que hundían las de los países. Ahora, el fin de la era ultraexpansiva del BCE debería permitir a los bancos que siguen en pie –la crisis ha dejado a muchas entidades por el camino– el regreso a una normalidad que llevan tiempo reclamando.