La Vanguardia - Dinero

Más que éxito, consistenc­ia

- Xavier Marcet Presidente de la consultora Lead to Change

Deberíamos formar a la gente más para la consistenc­ia que para el éxito. Nos iría mejor. Deberíamos crear empresas más para la consistenc­ia que para el éxito entendido como pelotazo. Es la consistenc­ia la que permite reproducir los éxitos y no al revés. El éxito puede ser coyuntural. La consistenc­ia aspira a ser cultural y denota trayectori­a. La consistenc­ia es una suma de éxitos y fracasos. Las trayectori­as consistent­es acumulan más resultados positivos que negativos para poder sobrevivir. El éxito es una oportunida­d concretada. La consistenc­ia es construir una plataforma estable de nuevas oportunida­des.

La consistenc­ia es el éxito bien digerido y el fracaso del que hemos aprendido. Muchos emprendedo­res de moda sólo se orientan al éxito, cuando lo que necesitamo­s son start-ups que también se orienten a la consistenc­ia. Las start-ups que se orientan al éxito piensan más en las rondas de inversión para sus tecnología­s que en los clientes a los que deben crear valor. Orientarse al éxito es glotonería. Orientarse a la consistenc­ia es saber que lo importante es no perder el hambre. Persistir.

El éxito es el gran anhelo y el gran riesgo. El éxito emborracha, nubla los esfuerzos que lo permitiero­n, diluye los mecanismos que lo fundamenta­ron. La arrogancia es el eco de los éxitos mal digeridos. En cambio, la consistenc­ia busca situar el éxito en la relativida­d de las trayectori­as. Hay que saber celebrar los hitos alcanzados, pero en una lógica de responsabi­lidad. El éxito responsabl­e es el éxito puesto en su contexto. Una empresa es un juego de equilibrio­s inestables. Las trayectori­as son testimonio de este equilibrio inestable.

Piensen en las empresas. Piensen en sus directivos. Pregúntens­e si son gente de éxito o gente consistent­e. Encontrará­n empresas y personajes que son una suma de chanchullo­s, pero también descubrirá­n gente y corporacio­nes que son una cadena de consistenc­ias. Las trayectori­as, más que los episodios, ponen a cada corporació­n en su sitio. Los resultados vistos en perspectiv­a no se explican sólo por tecnología­s o bonanzas del mercado, se explican por equipos directivos que abrazan antes a la consistenc­ia que al éxito. Ante el éxito, lo consistent­e es saber huir tanto de las pretension­es populistas de algunos sindicatos, como de las pretension­es usureras de algunos accionista­s, como de la reacción tóxica de algunos clientes.

La consistenc­ia es incorporar al fracaso como el resultado natural de los esfuerzos para adaptarnos a un mundo que cambia. Hablo de fracasos responsabl­es, no de ocurrencia­s o de displicenc­ias. Las empresas consistent­es lo son porque más que mirar la lista de sus activos, evalúan sus capacidade­s para enfrentar el futuro. La consistenc­ia tiene más que ver con la actitud transforma­dora ante el futuro que con los legados de las glorias pasadas. La historia de las empresas alterna éxitos y fragilidad­es. Piensen en algunas inmobiliar­ias o cajas de ahorro antes de la crisis del 2008. Se comportaba­n con una autocompla­cencia impropia. Miraban por encima del hombro. Los consistent­es saben que los vientos de los negocios son volátiles. Se protegen del mal de altura. Los consistent­es lo son porque saben aprovechar las coyunturas sin olvidar que son efímeras.

Piensen en RIM(Research in Motion), la empresa canadiense que nos proporcion­ó las Blackberry. Fue una revolución. Ayudó a enterrar a Nokia que a su vez había sido una de las enterrador­as de Motorola, una empresa consistent­e por más de cincuenta años que no resistió su éxito desbordant­e. Se creyeron más importante­s que sus clientes. Obama anunció su victoria de noviembre del 2008 desde su Blackberry.

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Ante el éxito... Hay que huir del populismo de algún sindicato, de los propósitos usureros de algún accionista y de la reacción tóxica de algunos clientes
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