A vueltas con la desigualdad
Los últimos datos publicados por el INE de la Encuesta de Condiciones de Vida sobre la evolución de la desigualdad en España no han tenido gran repercusión. Las buenas noticias no venden. En un diario de gran tirada se titulaba: “Los españoles recuperan nueve años después su nivel de ingresos previo a la crisis aunque siguen en apuros”. Y añadía: “La sociedad española continúa siendo más desigual que antes de la crisis”. El texto explica que el indicador S80/S20, que compara los ingresos del 20% más rico de la población con el 20% más pobre, se situó en el 2017 (últimoaño analizado) en 6 mientras en el 2008 era 5,9. ¿Recuerdan lo que les comenté en el último artículo sobre la idealización de la precisión de las magnitudes económicas? “Lo mismo sucede con el índice de Gini, un indicador que da un valor numérico de 0 (igualdad absoluta) o 100 (desigualdad absoluta). Según el INE España marcó en el 2017 en 33,2 puntos… pero aún está 0,3 puntos por encima del 2008”. Asombroso comentario cuando el Gini llegó a alcanzar 34,7 en el peor momento del desempleo en España.
En esta línea vale la pena releer lo que dice el Programa de Estabilidad 20192022 del Gobierno español. En el diagnóstico de los desequilibrios que persisten en la economía española señala “...la elevada deuda pública y externa, altas tasas de paro y aumento de la desigualdad (salarios, renta, consumo y riqueza, distribución intergeneracional, territorial y de género)”. Poner al mismo nivel magnitudes claramente desequilibradas como el paro o la deuda con la situación de la desigualdad no tiene justificación factual. Y esto sin entrar en errores de bulto como mezclar la desigualdad de la renta, los salarios y la riqueza que presentan situaciones completamente divergentes en el caso español. Además, después de hablar sobre el paro mencionar la desigualdad es una reiteración: el 90% del incremento de la desigualdad en el peor momento de la crisis era atribuible al aumento del desempleo. De hecho tenemos experiencia, por ejemplo de la crisis de 1991, de cómo la desigualdad aumenta con el aumento del desempleo y disminuye cuando el empleo se recupera en España. Es cierto que se podría argumentar que ha aumentado la sensibilidad social frente a la desigualdad y que para unos mismos niveles de mejora de la desigualdad la percepción social es muy diferente. Pero que aumente la prominencia que se da a la desigualdad en la sociedad no puede, ni debe, pervertir los hechos: el nivel de desigualdad en España es muy similar en estos momentos al nivel del 2008.
Existen muchas visiones simplistas sobre el deterioro democrático previsible que implica el incremento de la desigualdad, y su influencia sobre el populismo. Y esto a pesar de toneladas de evidencia en contra. ¿Alguien esperaría ver tantos partidos populistas, y tan importantes, en los países escandinavos con los menores niveles de desigualdad? La realidad es mucho más compleja y está relacionada con la creciente polarización política que se produce en las sociedades democráticas contemporáneas. Los partidos bucean en los elementos que pueden identificarlos y polarizar a la opinión pública y los votantes ya sea la inmigración, el Brexit, los impuestos, etcétera. En cada país y periodo funciona mejor un polarizador que otro. Es evidente que también se puede utilizar la desigualdad para intentar polarizar a la sociedad con objetivos políticos de corto plazo, pero mientras en muchos países se podría encontrar un fundamento factual para esta