Caminando entre dinosaurios
Las empresas digitales crecen propulsadas por leyes que no operaban en la vieja economía industrial: la ley de Moore (cada dos años los procesadores aumentan su potencia) y la ley de coste marginal cero (una unidad digital adicional producida o un cliente más en la red tiene costes nulos). El valor se concentra en el punto original: quien disponga de la tecnología (quien domine la I+D) tendrá incrementos exponenciales de productividad y podrá expandirse a coste marginal cero en producción y distribución. Los beneficios de los líderes son inmensos. Los ganadores se lo llevan todo. La resultante son organizaciones monstruosas. El ecosistema digital crea un mundo de dinosaurios.
Si miramos al oeste, veremos la silueta de los tiranosaurios americanos. Las cinco grandes corporaciones tecnológicas (constelación Gafam: Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) tienen un valor financiero de 4,2 billones de dólares, superior al PIB de Alemania. De seguir esta tendencia, en diez años estas empresas tendrán un valor mayor que el PIB de la Unión Europea. Poseen unas ventajas competitivas imbatibles: llegada segmentada al mercado, marcas globales, grandes motores de inteligencia artificial y una inversión agregada en I+D de 70.000 millones de dólares, cuatro veces más que todo el esfuerzo en I+D de la economía española en su conjunto. La carrera tecnológica no admite bromas: sigue una ley de grandes números. Las magnitudes de los dinosaurios digitales son ya macroeconómicas. Su influencia supera a la de la mayor parte de los países del mundo. Su disponibilidad de cash es mayor que la de los mayores bancos. Y su intensidad de conocimiento es inabordable. Si Google fuera un país, invertiría 180.000 dólares por habitante y año en I+D. Corea del Sur invierte 1.700. España, 400. Aunque las prácticas casi monopolísticas de estas empresas están en el punto de mira de las autoridades regulatorias, ¿qué congresista americano se atreverá a desafiar a tales dinosaurios en temas, por ejemplo, de fiscalidad?
Si miramos al este, veremos cómo se despereza el brontosaurio chino. China es un Estado, una civilización y una plataforma tecnológica a la vez. Diez grandes clústeres globales de innovación han surgido en Asia en poco tiempo. Aldeas de pescadores se convierten en valles del silicio a la velocidad de la luz. Sus concentraciones de talento y tecnología hacen palidecer a las americanas. Silicon Valley ya no lidera, ha caído al quinto lugar en el ranking de clústeres innovadores globales. Cuatro conglomerados asiáticos (Tokio, Seúl, Shenzhen y Pekín) superan en publicaciones científicas y patentes a la zona de San FranciscoSan José. El centro de gravedad económico, tecnológico y demográfico del mundo es el Pacífico.
Súbitamente, Trump se ha dado cuenta de que empresas chinas dominan tecnologías estratégicas, como el 5G (las nuevas autopistas de la información). Quizá la crisis de Huawei no sea una crisis de espionaje sino de política industrial y tecnológica. Se avecina una nueva guerra fría. Se está abriendo un telón de acero digital, entre dos sistemas que competirán por el dominio tecnológico del mundo. Un telón que puede derivar en dos bloques comerciales, pero también en dos placas tectónicas digitales, fracturadas, con un internet en la zona de influencia china y otro en la zona de influencia americana, impermeables entre ellos. Y, quizá, con dos sistemas