Electrónica acatarrada

Dedicarse al periodismo del motor, que implica poner a prueba la mayoría de automóviles de última ola surgidos en el mercado, permite darse cuenta de que cualquier sistema de nueva generación precisa de cierto tiempo en funcionamiento para alcanzar la excelencia deseable. Los conductores de cierta edad y con sensibilidad al volante recordarán sin duda las perniciosas vibraciones que emanaban del pedal de freno cuando entraban en acción los pioneros sistemas ABS de antibloqueo.

Aunque cumplían con la misión de reducir la distancia de frenado, deteniendo los coches sin que las ruedas se bloquearan, el tacto de aquellos ABS dejaba mucho que desear. Lo mismo sucedía con las primeras versiones de los sistemas de control de estabilidad, que seguían escrupulosamente las órdenes de giro dictadas por el volante, pero de una manera sumamente intrusiva, a costa de reducir las inercias de los automóviles mediante un uso abusivo de los frenos.

En la actualidad, esta especie de catarros que afectan a los sistemas electrónicos en estado de evolución se pone de manifiesto especialmente en el control de fatiga, un ingenio que analiza diversos parámetros para acabar sugiriendo al conductor que agarre el volante mediante avisos sonoros y luminosos. Pero el último susto vivido por culpa de un coche flamante provino del detector de peatones, que confundió una tromba de agua repentina con un obstáculo humano para protagonizar una frenada de emergencia sin sentido.