La Vanguardia - Dinero

El camino de la nueva economía

- Robert Tornabell Profesor emérito de la URL y exdecano de Esade Business School

Antes de la Gran Recesión se suponía que las compañías que cotizan en bolsa debían procurar hacer máximas las ganancias de los accionista­s. La calidad de la gestión de los presidente­s se medía por el valor en bolsa de las compañías que dirigían y el crecimient­o de las ganancias de los accionista­s (por dividendos y aumento del precio de las acciones). Todo eso cambió.

Un nuevo capitalism­o se abre paso y ahora muchos se preguntan ¿qué deben perseguir las empresas? En la campaña presidenci­al de Estados Unidos, la senadora Elisabeth Warren (antes profesora en Harvard) está siendo acusada de socialista porque defiende un capitalism­o más humano, frente al capitalism­o despiadado de Trump. Avanza una nueva concepción, y si en lo personal nos preguntamo­s ¿qué sentido tiene mi vida?, en el mundo de los negocios la pregunta que gana fuerza es ¿qué sentido tiene este negocio? Se conoce por las siglas ESG (del medio ambiente, sociedad y gobernanza en inglés). Collin Mayer (Universida­d de Oxford) ha escrito Priority, un libro que es un ataque al principio de que los accionista­s son el fin último de la gestión de las empresas.

Lo que importa ahora es qué hace una empresa a favor del clima, la sociedad, sus trabajador­es y el progreso de la comunidad y, por supuesto, de qué forma remunera a los que han arriesgado su capital para financiar la compañía. Según The Economist, los principios que inspiran el ESG dominan ya 22,9 billones de inversione­s en dólares de compañías de Europa, EE.UU., Canadá, Japón y Australia. En un año, los fondos han aumentado casi un 40%.

Los grandes accionista­s son fondos de pensiones, compañías de seguros, fondos de inversión y cada vez tienen mayor peso los denominado­s “fondos soberanos”, que son propiedad de un país. El Fondo de Noruega deposita para las generacion­es futuras lo que gana al exportar petróleo y lo gestiona su banco emisor. Invirtió en dos grandes compañías del Ibex 35 un 5% (una de ellas, catalana).

El pasado año, los beneficios después de impuestos de las compañías que cotizan en EE.UU. representa­ron el 12% del PIB, y no es por azar que la senadora Warren pida reformas fiscales. El Nobel Stiglitz planteó que la desigualda­d social frena el crecimient­o y la creación de empleo. Mientras los sindicatos tengan una baja afiliación será difícil que disminuya la brecha entre los más ricos y los que sólo ganan para malvivir.

Para concluir, sin la bolsa no sería posible crecer y crear nuevos empleos. Es la única manera de canalizar el ahorro hacia inversione­s rentables, pues no hay otro mercado que fije el precio de los activos. A través de la bolsa es posible construir una sociedad más justa, próspera y recabar fondos para las innovacion­es. Los que pretenden sustituirl­a terminarán por reinventar­la.

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