Un sistema que gustó a Blair y Aznar
de los chilenos han ayudado a reforzar su capitalización bursátil. Cuando Piñera visitó España en los noventa, el Santander participaba en el negocio de las AFP, aunque desinvirtió en el 2008 por miedo a ser acusado de conflicto de intereses.
“El sistema de pensiones chileno fue un muy buen negocio para el sistema financiero; las visitas de Piñera a países como España las pagaban los bancos y era muy difícil criticar el sistema, porque se consideraba una exportación chilena”, dijo Andras Uthoff, uno de los críticos más asiduos del sistema.
No ha sido solamente un festín para el sector privado. Una parte importante de los fondos gestionadas por las AFP se invierte en deuda pública y ha ayudado a blindar a una economía dependiente de la exportación de cobre y vulnerable ante volátiles entradas y salidas de capitales. Pero por lo general –dice Uthoff–, las inversiones no han ayudado a impulsar nuevos sectores dinámicos.
Las AFP han registrado excelentes tasas de rentabilidad –al margen de los fondos que gestionan– del 15%, unos 550 millones de dólares este año. Los principales beneficiarios son grandes aseguradoras multinacionales como la estadounidense Met Life. El 75% del capital de las AFP es norteamericano.
Tal vez los ciudadanos chilenos habrían aceptado esta híper rentabilización de sus ahorros, sin lanzarse a la calle, si se hubiera cumplido la promesa de Piñera sobre una tasa de remplazamiento del 80%. Esto habría supuesto una pensión media de unos 1.500 dólares al mes en estos momentos. Pero no ha sido así. Todo lo contrario. Ocho de cada diez jubliados chilenos reciben una pensión mensual de sólo 310.000 pesos (unos 370 euros). Según la Fundación Sol, el 50% cobra una media de solamente 180 euros al mes.
Estas pensiones de miseria son la consecuencia del empleo precario que prevalece en Chile. “La mayoría de los chilenos pasa una parte de sus carreras como autónomos”, explica el Centro Internacional de Gestión de Pensiones. Puesto que “es esencial que los cotizantes hagan aportaciones regulares” para generar pensiones decentes, la realidad de la economía chilena no es compatible con el sistema de AFP, concluye. “Tenemos muchísimos casos de personas de 70 o 80 años que han tenido que regresar al trabajo”, dice Cristina Tapia de la Asociación Nacional de Pensionados en Santiago. “Esta mañana he hablado con una maestra de 73 años que ahora trabaja cuidando a niños y una enfermera que ha vuelto a los 70 años”.
He aquí la contradicción. Los chicago boys, así como el FMI, exigían la precarización total del mercado de trabajo. Pero el sistema de pensiones que propusieron como la alternativa a los “quebrados” sistemas públicos de reparto no funciona sin trabajo estable. Uthoff destaca otro problema con el elogiado modelo chileno de pensiones. “Para transitar del sistema de reparto a las AFP, el Estado tuvo que asumir el coste y fue del 150% del PIB. Se tuvo que recortar la salud, vivienda, educación, salarios públicos; todo para pagar la transición. Sólo se puede hacer esto en una dictadura”.
El neoliberalismo chileno destaca por el buen funcionamiento de las puertas giratorias
La precarización del mercado de trabajo no puede sostener el sistema de pensiones