Las fábricas no vuelven a EE.UU.
“La fase uno del pacto no es más que un paso hacia el statu quo” previo, señala David Dollar, especialista de Brooking Institution. El plan es rubricar el texto en enero. Las bolsas deseaban oír buenas noticias y como tales lo celebraron, a pesar de que aplaza sine die las discusiones sobre la política económica e industrial china y no despeja las incertidumbres que penden sobre el 2020. Los aranceles mermarán 0,8 puntos el crecimiento mundial el próximo año, según el Fondo Monetario Internacional.
Aun con la rebaja, el arancel medio de EE.UU. a las importaciones chinas será del 19,3% (frente al 21% previo al acuerdo), seis veces más que antes de la guerra comercial, de acuerdo con el Peterson Institute for International Economics. Su alcance va mucho más lejos de lo que se esperaba cuando hace dos años el Tesoro informó al Congreso de su intención de utilizar los aranceles como arma negociadora y propuso gravar un 7% de las importaciones chinas. Iban a usar un enfoque muy quirúrgico, pensado para hacer daño sufriendo lo mínimo. Pero Xi Jinping respondió con represalias que afectaron directamente a los granjeros del Medio Oeste, granero de votos de Trump. Este reaccionó. Xi también. Hoy, los aranceles afectan al 70% del comercio bilateral.
Este otoño, Trump cambió de estrategia y aceptó negociar un acuerdo por fases con Pekín en lugar de apostarlo todo a un gran pacto (decía que no quería que le pasara como a otros presidentes, que se dejan engatusar y al final nada cambió), aunque mantiene en vigor el tipo del 25%. Así, dice, seguirán teniendo margen para presionarles para sentarse a hablar del resto de los temas. Alliance for American Manufacturing, un grupo de presión que defiende políticas a favor del made in America, discrepa. La Administración Trump “merece crédito por forzar a China a la mesa de negociación, pero sería un error abandonar el intento de solucionar” los problemas estratégicos. EE.UU. ha renunciado a su capacidad de presión mientras se limita a “dar una patada hacia delante a los problemas comerciales más significativos”.
La salida del laberinto se antoja lejana. Incluso en el supuesto de que la tregua no se venga abajo, la sensación general es que en el 2020 difícilmente se va a llegar a algo más que tiritas para impedir mayores daños. “Me parece muy difícil que se pase a la fase dos antes de las elecciones de noviembre en EE.UU. Ambas partes tienen incentivos para mantener la tregua durante el 2020,pero ninguna prisa por buscar un acuerdo más profundo”, explica a Dinero Dollar, que cree que EE.UU. habría tenido más éxito en atacar los problemas estructurales de China “si hubiera trabajado con sus aliados” y no unilateralmente.
“Como consecuencia de los aranceles, el déficit comercial entre EE.UU. y China se ha reducido un poco, pero ha aumentado respecto a México, Europa y el resto de Asia y, en términos generales, ha ido al alza. Las exportaciones de China a otros países han aumentado, y su porcentaje a nivel global, también. Así que los aranceles no han cumplido el objetivo de alterar los balances comerciales, que de todos modos no era un objetivo inteligente”, afirma Dollar respecto a la conocida obsesión de Trump con esa variable. Que China venda menos a EE.UU. tampoco significa que las fábricas hayan vuelto a Norteamérica. Las empresas simplemente han buscado otros proveedores.
Como Irwin, Kennedy considera engañoso presentar como una victoria la promesa de que China comprará más a los granjeros estadounidenses. “Antes de la guerra no estaban sufriendo y probablemente habrían vendido lo mismo en total a China si la guerra comercial no hubiera empezado”. Antes del conflicto, el país asiático era el segundo mercado para los productos agrícolas estadounidenses. Ahora es el quinto. Y la Casa Blanca ha dedicado el dinero de los aranceles –“que pagan los consumidores y empresas estadounidenses”, recalca Dollar– a dar ayudas a los agricultores.
Ambas partes son responsables de la espiral a la baja en la que ha caído su relación y de “calcular mal” los efectos de sus acciones, “un daño colateral fenomenal”, afirma el especialista del CSIS. La complacencia general también tiene parte de culpa, concluye. “La creencia de que los beneficios económicos y de seguridad de la globalización eran tan obvios que resultaban incuestionables” ha permitido que los ataques nacionalistas se impongan como forma de resolver problemas.