China salva los muebles
Pekín se muestra poco entusiasta y espera ganar tiempo para revitalizar el crecimiento económico
Hong Kong
Frente al optimismo americano, la cautela china. Ni “un trato increíble”, como lo calificó Donald Trump, ni un “acuerdo histórico”, tal y como lo pintó Robert Lighthizer, el representante de Comercio estadounidense. Desde tierras asiáticas, donde tardaron casi 24 horas en confirmar la buena nueva, lo más entusiasta que se ha dicho sobre el reciente pacto comercial es que “beneficia mutuamente” a ambas naciones y que aportará “estabilidad” y “confianza” a la economía global. Y gracias.
A falta de que el texto del acuerdo final sea examinado legalmente, traducido al chino y corregido –lo que todavía puede generar más de una discusión y retrasos–, Washington habría accedido en esta fase uno a levantar parte de los aranceles y paralizar la introducción de otros nuevos a cambio de que Pekín aumente sus compras de bienes, energía y servicios estadounidenses por valor de hasta 200.000 millones de dólares en los próximos dos años, de los que hasta 50.000 millones serían productos agrícolas.
Además, el gigante asiático se compromete a acometer reformas estructurales –aún sin especificar–, proteger mejor los derechos de propiedad intelectual, facilitar el acceso de los servicios financieros al mercado chino y no manipular su moneda. Todavía no se sabe cómo se garantizará su cumplimiento o se dirimirán las posibles disputas que puedan surgir de su aplicación.
En líneas generales, los analistas coinciden en que el pacto no supone un gran revés para China, ya que permite a su presidente, Xi Jinping, no “perder la cara” (ceder sin perder su autoridad, algo fundamental en la cultura del poder china) y tranquilizar a su gente asumiendo que lo peor de la guerra comercial ya ha pasado. “Trump trató de intimidarlos; aguantaron firmes y básicamente están terminando donde comenzaron, comprando productos agrícolas y vendiéndonos bienes manufacturados cada vez más sofisticados”, tuiteó el Nobel de Economía Paul Krugman.
Durante el año y medio de negociaciones, Pekín ya se había ofrecido en varias ocasiones a aumentar exponencialmente sus compras a EE.UU., por lo que su materialización, si bien beneficiará a sectores como el agropecuario americano, no supone ninguna novedad. Además, se cuestiona lo realista de las cifras anunciadas sobre el aumento de las compras agrícolas, dado que el máximo histórico jamás importado por China fueron 26.000 millones en 2012 y Pekín todavía no se ha comprometido públicamente con estos objetivos específicos.
Muchos apuntan a que el pacto también supone un tanto para los halcones de Pekín, que viven un momento dulce bajo la égida de Xi y abogaban por mantenerse firmes y no alcanzar compromisos que limiten las políticas industriales –el famoso plan China 2025, entre otros– destinadas a convertir a China en un competidor de alta tecnología con EE.UU. En esta línea, el propio Lighthizer confesó que el futuro
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