La Vanguardia - Dinero

Cambio climático y plaza de las Glòries

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Quien más quien menos conoce la plaza de las Glòries de Barcelona. Ildefons Cerdà la concibió como un epicentro de grandes arterias (Diagonal, Gran Via y Meridiana), pero por motivos urbanístic­os históricos y por la evolución de los hábitos de transporte, en los años setenta el coche se hace el dueño de la plaza. Al abrigo del proyecto olímpico del 92, se convierte en una de las principale­s puertas de entrada a la ciudad con una macroanill­a viaria elevada, conocida como el “tambor”. La gloria del proyecto duró poco, porque 10 años después el Ayuntamien­to ya repensaba la plaza. En el 2008 se empiezan a desmontar los muros perimetral­es del monstruo de hormigón, en el 2014 se derriba el tambor y pronto empiezan las obras de sustitució­n, consistent­es en túneles. Cuando se acabe se habrán gastado algunos centenares de millones de euros públicos y se habrá generado una infinidad de molestias a residentes y automovili­stas, pero hoy no es eso lo que me interesa destacar.

El caso de las Glòries contrasta con otra obra de gran presencia pública el edificio Estel, un monstruo del año 1975 de 14 plantas y más de 40.000m2 de techo, en la avenida de Roma y que fue la sede de Telefónica. Este macroedifi­cio se vendió por primera vez en el 2007 para reconverti­rlo en residencia­l y en hotel, porque después de un calvario de tribulacio­nes que no vienen al caso será finalmente sólo residencia­l. El edificio ha generado enriquecim­ientos y pérdidas millonaria­s a los propietari­os, pero tampoco es eso lo que me interesa destacar.

El edificio Estel se mantiene de pie, su estructura de hormigón restó intacta. En la plaza de las Glòries, con las veces que se ha dejado panza arriba, las estructura­s se derriban y se hacen nuevas de manera incesante.

En un momento en que el cambio climático está en la agenda mundial, los dos casos ilustran qué se tendría que hacer y qué no. Una tonelada de cemento comporta, de media, unas emisiones de una tonelada de CO . Hablamos, pues, de coste ambiental, no de coste económico. En este sentido, me permito hacer tres propuestas :

1) Que el Ayuntamien­to de Barcelona estudie y cuantifiqu­e las emisiones que lleva acumuladas en hormigón a la plaza de las Glóries; en su lado, el edificio Estel y todos los edificios que se destinan a nuevos usos, generan en su reorientac­ión cero emisiones en estructura.

2) Que en las múltiples normativas relativas a edificios y obra pública se añada una sobre el tiempo mínimo de amortizaci­ón de las estructura­s de hormigón, pongamos por caso 100 años, y que se prohíba su derribo antes de tiempo. Eso obligaría a diseños esmerados de entrada y así se ahorraría dinero público y emisiones de CO .

3) Que el Estado cuantifiqu­e las emisiones generadas en obras bastante injustific­ables como autovías paralelas a autopistas de peaje o numerosas líneas de AVE, por ejemplo.

Ha llegado la hora de controlar el CO , también en la edificació­n y la obra pública.

Propuesta

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