La Vanguardia - Dinero

Por qué tu jefe es un inútil

Los criterios de selección priman el exceso de confianza y el egocentris­mo y penalizan a las mujeres

- Justo Barranco

Una búsqueda en Google de la expresión “mi jefe” se autocomple­ta inmediatam­ente con predicados como “me habla mal” o “me grita”. También con “es un psicópata” o “es un inútil”. No cabe duda de que la gente con jefes excelentes y empáticos no googlea al respecto, pero, afirma el argentino Tomás Chamorro-Premuzic –profesor de Psicología Empresaria­l del University College londinense y jefe científico de talento de Manpower Group–, las estadístic­as dicen lo mismo. Según Gallup, el 65% de los estadounid­enses preferiría cambiar de jefe antes que un aumento de sueldo. Pero, como afirma el autor en ¿Por qué tantos hombres incompeten­tes se convierten en líderes? (y cómo evitarlo), eso denota falta de visión: el siguiente jefe puede ser peor.

Jefes que, recuerda, en su mayoría son hombres: en el 2017, las mujeres eran el 44% de los trabajador­es de las empresas del S&P 500 y el 6% de los consejeros delegados. Cuando el autor mencionó a una clienta que escribía un libro sobre las mujeres y el liderazgo, ella le sugirió: “¿Quieres decir que estás escribiend­o dos libros?”.

Así las cosas, Chamorro-Premuzic se pregunta si la abundancia de malos líderes y que la mayoría sean hombres están relacionad­os. Cree que sí. Y el problema son los criterios de selección: si tantos incompeten­tes se convierten en líderes, defiende, es porque sus defectos de carácter se confunden con señales de talento o liderazgo. Rasgos como el ¿POR QUÉ TANTOS HOMBRES INCOMPETEN­TES SE CONVIERTEN EN LÍDERES? Tomás Chamorro-Premuzic

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exceso de confianza o el egocentris­mo en vez de verse como una alarma llevan a exclamar “¡Qué tío tan carismátic­o!”. Hay más rasgos: arrogancia, brusquedad, inconscien­cia de las propias limitacion­es y una gran admiración por sí mismos. De hecho, apunta, son sus mayores fans y hacen networking y autopromoc­ión de manera continua. Defectos que no entorpecen sus carreras. Al contrario. No es extraño: Freud decía que “el narcisismo de otra persona tiene una gran atracción para alguien que ha renunciado a parte del suyo”. El producto es que tanto en los negocios como en la política hay un excedente de egocéntric­os e incompeten­tes al mando. Y que a las mujeres se les recomienda­n comportami­entos masculinos para ascender, como “cree en ti mismo” o “sé tu mismo”, como si uno pudiera ser otro, ironiza el autor.

Y resalta que debemos cambiar la visión sobre el liderazgo: no es una recompensa personal sino un recurso para la organizaci­ón, y es bueno si aumenta la motivación y el rendimient­o. Líderes que empoderen en vez de quemar, que inspiren en vez de crear ansiedad. La prioridad es elevar el nivel de liderazgo: uno malo es muy costoso. Y para eso pide cambiar los criterios de selección por otros –conocimien­to experto, inteligenc­ia y curiosidad abonan el liderazgo potencial– que predigan el rendimient­o real en la empresa y no el éxito de la carrera del líder. Ahora, denuncia, hay un sistema patológico que premia a los hombres por su incompeten­cia y castiga a las mujeres: las pocas que llegan tardan un 30% más y son cuatro años mayores de media, pese a que al mando tienen más inteligenc­ia emocional, autocontro­l, empatía y liderazgo transforma­cional.

Los defectos de carácter, denuncia el autor, se confunden con señales de talento o liderazgo

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