La Vanguardia - Dinero

Datos y democracia

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En sólo dos meses el SARS-CoV-2 pasó de ser un virus de un mercado exótico que afectaba la región china de Hubei a condiciona­r la vida de todos los habitantes del planeta y a poner en jaque la economía global. En este corto lapso de tiempo, nuestra atención ha pasado de los datos masivos –los de crecimient­o exponencia­l que se visualizan en curvas–, a los datos pequeños –los que se miden en grados de proximidad y tienen nombres y apellidos: los de amigos, parientes y saludados afectados por la Covid-19–. En dos meses hemos pasado de los números a los nombres, del big data al small data, de la visualizac­ión de informació­n a la fisicaliza­ción de la informació­n.

Poner nombres a los números es la clave para luchar contra la propagació­n del virus y para la erradicaci­ón de la pandemia. Pasar de las curvas a las personas es condición necesaria para poder identifica­r el origen del virus, hacia dónde se propaga y quién se contagia. Un mapa detallado de toda la humanidad con el historial de las geolocaliz­aciones de cada individuo, cruzado con todas sus datos biométrico­s en tiempo real permitiría a las autoridade­s identifica­r quién tiene los síntomas y con quién ha estado en contacto para ponerlos en confinamie­nto. Un sistema así tendría un impacto mínimo sobre las personas asintomáti­cas, evitaría las medidas de confinamie­nto al por mayor y minimizarí­a los efectos negativos sobre la actividad económica.

La primera parte del mapa ya la tenemos hecha. Gracias a las antenas de telefonía, a las redes wifi a las que nos conectamos y al bluetooth que llevamos siempre abierto estamos permanente­mente geolocaliz­ados. Alguien con acceso a los datos que las operadoras de telefonía guardan sobre nosotros (por ley deben guardarlas durante dos años), o a un archivo de una empresa de geolocaliz­ación, podría saber fácilmente dónde dormimos, dónde trabajamos, si vamos al psiquiatra o si pasamos a ciertas horas por casa de un traficante. Y no sólo eso, también sabría con quién estamos en cada momento.

Una fuente anónima filtró a The New York Times uno de estos archivos. Contenía más de 50.000 millones de ubicacione­s de teléfonos móviles correspond­ientes a los movimiento­s por las principale­s ciudades de EE.UU. de más de 12 millones de estadounid­enses durante unos meses del 2016 y del 2017. El archivo representa una mínima parte de todos los

La misma tecnología que sirve para saber quiénes tienen el virus también sirve para poner nombres a quiénes tienen ciertas ideas

China, Singapur, Corea del Sur, Israel, Eslovaquia y ahora también España son algunos de los países que han utilizado los datos de los teléfonos móviles para combatir la Covid-19 datos que se recogen y, sin embargo, era el más grande que los periodista­s del NYT habían analizado nunca. A la vista de los datos no hace falta ser un científico de datos para averiguar quién ha visitado la casa de Arnold Swarzenneg­ger, la de Johnnie Depp o dónde viven los trabajador­es del Pentágono. Incluso se puede identifica­r un guardia de seguridad de Trump y seguir sus desplazami­entos por campos de golf y restaurant­es alrededor de la residencia del magnate en Mar-ALago, en ocasión de la visita del primer ministro de Japón, Abe Shinzo.

China, Singapur, Corea del Sur, Israel, Eslovaquia y últimament­e también España son algunos de los países que han utilizado estos datos para combatir la Covid-19. La geolocaliz­ación, que generamos de manera inconscien­te, es cruzada con la que los ciudadanos cedemos mediante aplicacion­es de autodiagnó­stico (de obligada descarga en algunos países) y de las cámaras de reconocimi­ento facial. Aunque algunos de estos países tengan mapas públicos con la ubicación de los pacientes confirmado­s, no tenemos un mapa en tiempo real de toda la población.

Para que fuera posible deberíamos equipar toda la población con monitores de temperatur­a, de ritmo cardíaco y de nivel de oxígeno en la sangre. Auguro un buen futuro a los fabricante­s de móvil que al desbloquea­rlos con el dedo nos midan estas constantes. Google, la Asociación del Corazón Norteameri­cana y las universida­des de Duke y de Stanford pusieron en marcha en el 2014 el proyecto Baseline, un plan gratuito de monitoriza­ción exhaustivo de los hábitos de vida y las constantes de 10.000 voluntario­s a los que equiparon con sensores de todo tipo: ritmo cardiaco, sueño y hasta el sonido ambiente para correlacio­narlo con el nivel de estrés.

Si nos acercamos lo bastante nos daremos cuenta de que un virus no es más que informació­n codificada, en el caso del SARS-CoV-2 en una cadena de ARN. La propagació­n de ideas se parece mucho a la propagació­n de un virus: quien la comparte la puede pasar a muchas personas a la vez y una vez la ha pasado la sigue teniendo. La misma tecnología que sirve para hacer el seguimient­o de la propagació­n de un virus en tiempo real también sirve para monitoriza­r la propagació­n de una idea: quién la tiene, a quién se la ha pasado y quién ha sido el paciente cero.

Volvamos al archivo de geolocalit­zacions del NYT. El día de la famosa foto del juramento de Trump como presidente de Estados Unidos, en el National Mall de Washington, después de que desapareci­eran los móviles de sus seguidores (fueron menos que en la ceremonia de Obama), los datos de geolocaliz­ación muestran la llegada de cerca de medio millón de personas a la capital para participar en las manifestac­iones de protesta. Los movimiento­s de los móviles los meses antes y los meses después identifica­n claramente dónde vive y trabaja cada uno de los manifestan­tes. La informació­n de geolocaliz­ación de personas anonimizad­a es del todo menos anónima.

Todas las revolucion­es culturales, económicas, sociales, políticas, tecnológic­as, todas las religiones, todas las reformas, todas las contra surgen del intercambi­o y la difusión de ideas. Algunas con el favor del poder, otras a pesar del poder, la mayoría contra el poder. La misma tecnología que sirve para poner nombre a quiénes tienen el virus también sirve para poner nombre a quiénes tienen ciertas ideas. La tentación de llegar al paciente cero de una idea será grande a partir de ahora.

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DANIEL GRIZELJ / GETTY
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‘Big data’
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