En un mundo futuro
Marc-Uwe Kling satiriza en ‘Qualityland’ un futuro hipercapitalista controlado por la tecnología
Aunque resulta complicado competir con la distopía que vivimos en estos momentos, por lo menos la de la novela Qualityland resulta más divertida. Signo de los tiempos, quizá por la sensación de que por primera vez los hijos no vivirán necesariamente mejor que sus padres, y sin duda debido al imparable avance del mundo digital, el distópico es un género en alza, y el alemán Marc-Uwe Kling se ha lanzado a fondo y con enorme éxito. Ha sido superventas en su país y tiene una adaptación en camino de la HBO con esta obra sobre un futuro que acelera el sistema hipercapitalista, lleva el ubicuo marketing a sus últimas y demenciales consecuencias y el mundo digital y sus posibilidades de progreso muestran sus riesgos de error y de control extremo. Todo narrado con divertida ironía y en medio de unas disparatadas elecciones con un androide candidato enfrentado a un populista. Después de todo, Kling también se dedica a la stand-up comedy política.
Qualityland es el nuevo nombre dado a un país en medio de la tercera crisis del siglo en una década. No es un punto de partida desconocido. Lastrado por el pánico de los mercados, el gobierno solicita la ayuda de una consultor que decide que hay que dar un nuevo nombre al país. El antiguo está agotado y sólo inflama a nacionalistas trasnochados pobres. Y con otro nombre, el país se deshará de su molesta historia. Se trata de dotarlo de una nueva country identity, con nuevos héroes
y nueva cultura. Los apellidos cambian: ya no hay molineros. La gente tiene el apellido del oficio de sus padres en su concepción. Incluido Peter Sinempleo. Y ya no se imparte Historia, un lastre: ha sido sustituida por la asignatura de Futuro, que mejorará gracias a la tecnología.
Una tecnología que permite puntuar todos los servicios y a todo el mundo y que ha avanzado tanto que el equivalente a Amazon adivina los deseos del comprador y le lleva lo que va a querer sin pedirlo. Los vehículos autónomos dan cháchara a sus clientes y no les llevan a zonas peligrosas por miedo a ser hackeados: la sociedad prohíbe las reparaciones para vender más, y los coches son conscientes del desguace.
En un mundo poblado por algoritmos y máquinas con las que los humanos tienen más intimidad que con el resto de las personas, hay dos partidos, la Alianza para la Calidad y el Partido del Progreso, que quieren lo mismo, y luego el Partido de la Oposición, válvula del descontento. La corrección política impera – Hitler, el musical, es la trágica historia de amor de Ado y Eva, “dos personajes controvertidos”– y las personas están divididas por “capacidades de nivel” que determinan sus privilegios. En un mundo de eslóganes y competición por los pocos puestos de trabajo, el candidato androide concluye que “los humanos tienen una crisis de sentido e identidad”. ¿Qué les cohesionaba?, se pregunta: la comunidad, la religión y el trabajo. “El dinero destruyó la comunidad, la ciencia hizo caer los ídolos y la automatización ahora os arrebata el trabajo”. Para tener sentido, dice, se aferran al nacionalismo y el fundamentalismo. Un futuro que podría ser Historia.
La automatización ha acabado en la novela con el último reducto de sentido de las personas