Viviendo en el limbo
Desafortunadamente, tras la pandemia, con el paso de las semanas y su severo impacto sobre la actividad regular de las empresas, muchas se han visto obligadas a bajar la persiana ante la imposibilidad de hacer frente a dos meses de un paro tan total como inesperado. Frente a una decisión tan radical cabría preguntarse por los motivos en detalle. ¿Acaso estas compañías no disponían de tesorería alguna? ¿Se endeudaron para pagar dividendos? ¿Pensaron que siempre serían inmunes a los vaivenes de los ciclos económicos? Debía de ser así, y en gran número iban fiando su supervivencia gracias a prácticas poco ortodoxas, rentabilidades muy bajas y el recurso casi infinito de la refinanciación de la deuda.
El Bank of International Settlements definió estas empresas que arrastran una baja rentabilidad durante periodos prolongados y no hacen frente a sus deudas como empresas zombies, porque existen en el límite de la desaparición y están más muertas que vivas. Una de las principales causas de su existencia son las crisis económicas, pero existen otras y principalmente a causa de la facilidad de acceso al crédito. Este tipo de compañías empezaron a aflorar sobre todo en la década de los ochenta, pero ahora la situación se repite gracias a que los tipos de interés muy bajos les permiten reducir la presión financiera para reestructurar sus deudas y alargan un poco más su supervivencia.
Las empresas zombies están en un limbo continuo porque no terminan de morirse ni tampoco de ser productivas. Eso las hace potencialmente peligrosas para la recuperación económica, pues se perpetúa la sobrecapacidad y no se genera la destrucción creativa que permite que aumenten la productividad y el cambio de patrón de crecimiento.
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