LAS LEYES HOSTILES
El séptimo enemigo de las artes es la burocracia. Sobre todo en España, donde las leyes hostiles al arte –y peor si es lúcido, liberador y hace pensar– vienen a ser como un tiro de gracia. Por desgracia, en esto Catalunya ha imitado a la España de Larra, la del “vuelva usted mañana”. La burocracia es un enemigo especialmente estúpido, un poder incapaz de lograr esos acuerdos llamados win-win, buenos para ambas partes, que siempre son posibles si no predomina la prepotencia funcionarial kafkiana. Es un enemigo pasivo por desidia y por ineptitud, pero también muy activo. El conspicuo y prepotente boicot del Ministerio de Hacienda español a la más que necesaria ley del Mecenazgo impulsada por diversos agentes culturales y ministros de Cultura es ya, más que un clásico de la política cultural, una pesadilla estilo Sísifo. Una de esas pesadillas torpes donde parece que la neurona patina y las ideas se rayan como un disco: una versión española y lamentable del día de la marmota deconstruida por David Lynch.
Es imperdonable que se siga boicoteando esa ley, imprescindible en un país cuyo prestigio internacional se basa –descontemos las playas, el sol y la paella– en pintores como Picasso, Dalí, Miró, Goya y Velázquez, escritores como Cervantes o Lorca y arquitecturas como las de Gaudí o la de la Alhambra. Aquí la ley castiga a los artistas sospechosos, a los poetas. Los autores precarios y perversamente catalogados como autónomos pagan no proporcionalmente a los beneficios obtenidos (a menudo escasos o nulos), sino por el mero derecho a trabajar. Y recientemente, además de los siete enemigos de las artes, se ha colado un octavo pasajero, llamado Covid-19. Todo podría ir muy bien, pero de momento va mal.
La pintura, de Xevi Solà, se titula Help.