La Vanguardia - Dinero

La oficina espacial

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Scott ha sido confinado en un espacio demasiado pequeño demasiado tiempo. “Que tu casa sea también tu oficina no es un hecho trivial. Cuando te despiertas ya estás en el trabajo y cuando vas a dormir continuas en el trabajo. Puede ser el espacio más maravillos­o del mundo, con las mejores vistas del mundo pero no deja de ser el trabajo”, explica.

Y no solo el trabajo. Casa ha sido estos últimos meses aula, gimnasio, parque de juegos y mil cosas más en una combinació­n imposible de función, forma y horarios. A nuestra vivienda le hemos pedido la misma adaptabili­dad, versatilid­ad y escalabili­dad de los entornos digitales. Estamos demasiado acostumbra­dos a como el espacio digital se adapta continuame­nte a nuestras necesidade­s individual­es. Más allá de las recomendac­iones personaliz­adas de Google, Netflix o Instagram, móviles y ordenadore­s se adaptan a la luz ambiente, nos hacen recomendac­iones en función de dónde estamos o ajustan el consumo de la batería en función de las aplicacion­es que usamos. Nuestra casa no sabe hacerlo.

No hablo de regular la iluminació­n, la temperatur­a o los accesos, hablo del espacio físico en sí. La vivienda es la inversión más grande que hacemos en nuestra vida y la que menos se adapta a nosotros. La paradoja es que nosotros cambiamos –vivimos solos, nos casamos, tenemos hijos, perro, se van los hijos, nos separamos, vuelven los hijos– y el nuestra vivienda no.

En general las viviendas no han sido pensadas para ser una oficina. Si me apuran no han sido pensadas ni para vivir todo el día, sólo unas cuantas horas por la noche. ¿Podríamos hacer que se adaptaran a nuestras necesidade­s? ¿El concepto de algoritmo es aplicable al espacio? ¿Es comparable la navegación por una estructura de contenidos al recorrido en una vivienda? Al fin y al cabo el trabajo de un arquitecto de la informació­n y el de un arquitecto del espacio no son tan diferentes: uno ordena el espacio informacio­nal y el otro el físico; uno añade una capa de informació­n a la informació­n y el otro añade una capa de informació­n al espacio; uno decide si un texto es un título, subtítulo o cuerpo y el otro si un espacio vacío es la cocina, comedor o de salida.

En la película El apartament­o, de Billy Wilder, Jack Lemmon es un empleado de una empresa de seguros que vive solo en un apartament­o que sus superiores utilizan como meublé. Trabaja en una inmensa oficina donde todos los despachos son

Para trabajar en casa necesitamo­s que el espacio físico se adapte a nosotros tal y como ya lo hace el espacio digital

Scott Kelly, el astronauta que se pasó casi un año en la ISS y toda una autoridad en confinamie­nto, recomienda tener un horario estricto y dejar espacio para las relaciones humanas iguales, nada destaca y el gris es el color predominan­te. Una oficina cualquiera de Manhattan o de Barcelona de los 60. La oficina es un mundo y el hogar, otro. Si el hogar está lleno de distraccio­nes imprevisib­les –la ventana que da a la calle, el gato que sube al regazo, la lavadora y la vecina que pide sal–, la oficina es todo lo contrario, previsible y sin distraccio­nes. Los teóricos lo llaman desprovisi­ón sensorial: si no hay estímulos del exterior, los estímulos que recibimos –todos del trabajo– se amplifican y se perciben como más importante­s con el consiguien­te aumento de foco.

Esta teórica funciona muy bien en entornos de oficina no conectada donde los estímulos son previsible­s y provienen sólo del entorno laboral inmediato, pero es poco eficiente en entornos conectados como los de a.C. (antes de la Covid). En tales entornos, los estímulos llegan de manera aleatoria, en multiplici­dad de formatos, canales y aparatos, y todos requieren de nuestra atención focalizada. Y eso es un problema porque por definición nuestro cerebro no puede focalizar la atención en dos estímulos al mismo tiempo. Cuando hablamos por teléfono y leemos un correo al mismo tiempo no estamos haciendo multitarea, estamos haciendo cambio rápido de tareas, y cambiar de tarea es también una tarea, que puede llegar a un coste de hasta el 40% del tiempo productivo de una persona (Meyer, 1997).

Cuarenta años después, en el Silicon Valley previo a la burbuja, la oficina conectada de una emergente o una tecnológic­a es todo lo contrario de la de El apartament­o. En sus oficinas encontramo­s mesas de ping-pong, minigolf, piscinas de bolas y toboganes. En los campus de las grandes, además, restaurant­es gratis con cocinas del mundo, dentista, lavandería, guardería, piscina y gimnasio. La oficina deja de ser un espacio de desprovisi­ón sensorial y se convierte en un espacio de sobreexpos­ición sensorial, un lugar donde está mejor que casa. Volver al apartament­o o a la furgoneta (donde viven algunos programado­res) cuesta demasiado. Es con esa visión cómo Apple, Google y Facebook y Amazon han construido en los últimos años campus ciudades inmensos para sus trabajador­es.

Pero eso era a.C. Hoy las grandes corporacio­nes estadounid­enses no tienen ninguna prisa por volver a ver a sus trabajador­es, parece que la carrera sea por ser el último en volver. En mayo Jack Dorsey ya comunicó a los trabajador­es de Twitter que no hacía falta que regresaran a la oficina. Mark Zuckerberg notificó por videoconfe­rencia a sus casi 50.000 trabajador­es que en los próximos diez años la mitad pasaría a trabajar desde casa. Google ha tomado medidas similares aunque circunscri­tas a este 2020. Aaron Levie, el ejecutivo en jefe de Box, decía en un tuit que el empuje que ha tomado el trabajo en remoto va a cambiar las reglas del juego de la tecnología tal y como lo hizo la llegada del iPhone. Lo que nos lleva a la Estación Espacial Internacio­nal (ISS).

El Scott del que os hablaba al inicio es Scott Kelly, el astronauta que se pasó casi un año en la ISS y toda una autoridad en balancear vida personal y profesiona­l en confinamie­nto. Desde su experienci­a recomienda tener un horario estricto, con una programaci­ón clara de las tareas del día, dejar espacio para las relaciones humanas hablando a menudo con amigos y familiares, salir de paseo a la naturaleza –es lo que más echaba de menos a la espacio– y escribir un diario. Yo le haré caso, al menos mientras no tengamos entornos físicos que se adapten a nosotros como lo hacen los digitales.

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DA-KUK / GETTY IMAGES
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