Del Sputnik a la Luna
Ivan Bofarull ofrece claves para que las empresas prosperen en el acelerado mundo de la disrupción digital
El Sputnik fue el primer satélite artificial. La URSS lo puso en órbita en 1957 y fue un golpe psicológico en plena guerra fría que disparó el famoso discurso de Kennedy: “Elegimos ir a la Luna, y también afrontar los otros desafíos, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles, porque esta meta servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y aptitudes”.
Lo hicieron desplegando esfuerzos inauditos, solucionando complejos problemas y con el riesgo del fracaso. Pero sabiendo que su legado para la humanidad sería enorme. No es extraño que el lanzamiento a la luna, el moonshot, sea una idea paradigmática del momento actual en el que las tecnologías exponenciales –las que doblan el rendimiento cada poco tiempo– cambian el mundo. Google creó hace una década Google X, un laboratorio de innovación conocido como su moonshot factory. Astro Teller, su director, definió un moonshot como una solución radical a un problema relevante con tecnologías exponenciales y capaz de impactar en millones, como su coche autónomo, Waymo.
En este nuevo mundo el libro de Ivan Bofarull Moonshot thinking se va a convertir en una guía esencial para las empresas llamadas a sobrevivir. Una lectura fascinante en la que el Chief Innovation Officer de Esade une el pensamiento de los protagonistas del cambio con el modo en que las empresas pueden usarlo para no ser devoradas por pequeños disruptores digitales de
infinito crecimiento. El mundo digital acerca los costes marginales a cero y se han acabado, subraya, las barreras para pensar en grande. Cualquier parte de un negocio que sea digitalizable puede ser aprovechada por un nuevo jugador que empieza de cero. Porque hoy los pequeños emprendedores tienen a su disposición superpoderes: desde aplicaciones tecnológicas a financiación abundante y una inteligencia artificial que multiplica su capacidad de predicción.
En ese mundo las empresas, dice, no deben abandonar la innovación incremental, la que le puede hacerles crecer un 10% y paga las nóminas, pero lo mejor es enfocarse en cambios futuros que puedan multiplicarlas por diez y de los que extraer año a año aumentos del 10% que se acumulen en el tiempo. Para eso hay que pensar en nuestros no-activos, como hizo Airbnb, nuestros noproductos, a partir de lo que sí sabemos hacer, y nuestros no-clientes. Y entender las tecnologías existentes.
Desagregar lo que hacemos en pequeñas porciones –eso significa disrupción– para ver cuáles son digitalizables y pueden robarnos pero también crecer al infinito. Comprender cuál es el negocio que realmente vendemos –un taladro hace agujeros pero también es un hobby y nos muestra útiles a otros– para calibrar las amenazas y oportunidades. Utilizar bien los datos pero entender que con ellos siempre haríamos lo mismo porque son el pasado. Y capacidad de síntesis: no hay que ser visionario sino ser capaz de recoger de aquí y allá y sintetizar ideas contrarias. Y tener imaginación y responder a “por qué” y a “y sí...?” más que a “qué” o “cómo”, que lo hará la inteligencia artificial.
Un pequeño jugador puede aprovechar las partes digitalizables de cualquier negocio