La Vanguardia - Dinero

Maldito ‘benchmarki­ng’

- Xavier Marcet Presidente de la consultora Lead to Change

Pensar que los demás no nos pueden inspirar es de una arrogancia insoportab­le. De lo que han hecho los demás podemos aprender, tanto si se trata de aciertos como si se trata de fracasos. Pero una cosa es que los demás nos inspiren y otra que no ahorremos pensar o que adoptemos sus proyectos sin tener en cuenta quién hay detrás. La adopción acrítica es una patología recurrente en management. Y se practica mucho, a nivel de empresa, de oenegés, de ciudades y de estados. Vemos algo que tiene éxito y lo convertimo­s rápidament­e en tendencia global. La mayoría de las veces fracasamos en el intento de aplicarlo. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que quién hace las cosas es determinan­te. Algunas de las mayores ridiculece­s en management son fruto de un benchmarki­ng mal entendido.

Hay muchas personas que conciben el management como saltar de moda en moda. Igual que hace unos años tocaba la calidad, ahora toca la innovación o la agilidad. Para ellos, lo importante es reproducir a su escala lo que hacen los creadores de tendencia ( trend builders). Así, se ponen futbolines y paredes de vidrio para parecer que innovan, se ponen chatbots para atender a clientes sin pensar si a los clientes les gustará, o se implanta un ERP (sistema de planificac­ión de recursos empresaria­les) aunque sea completame­nte desproporc­ionado para la dimensión de empresa. Liderar es todo lo contrario de practicar este management de imitación. Liderar es aprender de todos para crear un camino propio. Liderar es aportar singularid­ad y no mimetismo. Es saber adaptar las propias capacidade­s a un mundo que cambia. No se trata de copiar lo que otros hacen con sus capacidade­s, se trata de cambiar desde las propias capacidade­s para crear nuevas oportunida­des.

El benchmarki­ng nunca puede sustituir el pensar y buscar la senda propia. Las estrategia­s se hacen para diferencia­rse, no para ser más iguales. Intentar copiar lo que hace Google siendo una empresa convencion­al es un despropósi­to. Simplement­e lo que hay que hacer es buscar una lógica propia en la senda de inspiració­n que nos pueden aportar los demás. Y no tener miedo a pensar y explorar por cuenta propia. El benchmarki­ng a veces es bueno hacerlo después, especialme­nte cuando queremos innovar. Si empezamos por el benchmarki­ng es difícil que salga nada nuevo. Primero observemos a nuestros clientes, pensemos como podemos aportarles valor, y después veamos cómo otros han resuelto un desafío similar al nuestro

Que una empresa consolidad­a quiera innovar como una ‘startup’ es casi imposible: no deben dejar de ser ellas mismas

Pretender copiar una iniciativa al margen de las personas y los ecosistema­s que tiene detrás es una enfermedad infantil

de las políticas públicas y de las estrategia­s empresaria­les para contrastar nuestras propias apuestas.

Hay mucha gente que no entiende cómo algunas empresas que parecen sosas y aburridas consiguen sobrevivir con dignidad. Pues sencillame­nte, son gente que tiene una cultura, un modo de hacer, que hace que se adapten sin estridenci­as a un mundo de disrupcion­es chillonas. Estas empresas aburridas, pero consistent­es, son muy interesant­es. Resuelven sus desafíos sin dejar a un lado su identidad, su gente, sus aspiracion­es. Innovan desde su comunidad, desde su cultura, a su manera, pero consiguen que los clientes les mantengan la fidelidad. Saben que si se vuelven confortabl­es con su pasado dictan su propia sentencia. Innovan, pero sin mucha ortodoxia. Es un poco arrogante y muy poco innovador pensar que todo el mundo tiene que innovar del mismo modo. Miren, innovar es muy difícil, no es una mala recomendac­ión hacerlo desde las fortalezas que arroja la trayectori­a de una organizaci­ón. Muchas innovacion­es fracasan porque las empresas quieren innovar dejando de ser ellas mismas. Que una empresa consolidad­a, y a veces grande, quiera innovar como una start-up es casi imposible. Las empresas grandes deben aprender a que su innovación fluya sin dejar de ser ellas mismas. Además, estas empresas grandes, si son inteligent­es y no se dejan vencer por la autocompla­cencia, observarán y aprenderán mucho de las start-ups. Los líderes consistent­es son los que saben combinar continuida­d y cambio, negocio del día a día e innovación.

El benchmarki­ng es una herramient­a más. La pura compilació­n de experienci­as de otros no crea ninguna experienci­a diferencia­l ni significat­iva. Y es cierto que el benchmarki­ng, como todo en la vida se puede hacer bien hecho o mal hecho. Pero en general, necesitamo­s más singularid­ad que imitación en nuestras organizaci­ones y en nuestros territorio­s. Intentar copiar una experienci­a sin atender al valor del talento que hay detrás, pensando que las cosas las puede hacer cualquiera, es un error. Como lo es imaginar que los ecosistema­s en los que se producen determinad­as iniciativa­s son inocuos. Dónde pasan las cosas y quién hace que pasar resulta determinan­te. Pretender copiar una iniciativa al margen de las personas y los ecosistema­s que tiene detrás es una enfermedad infantil de muchas políticas públicas y de muchas estrategia­s empresaria­les. En un mundo complejo necesitamo­s profesiona­les y directivos capaces de construir síntesis propias. Compartire­mos muchos análisis que nos proporcion­arán las máquinas, pero la gracia estará en nuestra capacidad de diferencia­rnos con nuestra síntesis y las decisiones que se desprendan de ellas.

Aprender de los demás es fundamenta­l. Pero aprender de verdad de los demás es no practicar un benchmarki­ng lleno de frivolidad. Los factores clave de éxito del buen benchmarki­ng nunca se pueden desvincula­r de las personas ni de sus contextos culturales, sociales y económicos. Lo mejor para afrontar el futuro de nuestras empresas es pensar y escribir para saber qué pensamos. Y probar. Y probarnos. Bosquejar sendas propias.

Cuando utilizamos ejemplos de otras organizaci­ones y copiamos soluciones simplistas hacemos un management populista. Tomamos solamente lo que queremos ver de las experienci­as de éxito de otros. Esconder la complejida­d no es buena gestión. Agrandar la complejida­d, tampoco. Debemos huir de este management populista de copia fácil y metodologí­as supuestame­nte infalibles. Maldito benchmarki­ng, si nos ahorra el pensar y crear algo genuino.

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