La Vanguardia - Dinero

El momento de la verdad

- Manel Pérez

Barcelona

Los debates de las reuniones del grupo de Harvard son un elocuente testimonio de que Barcelona lleva muchos años reclamando a sus élites nuevas ideas para preparar un futuro que no podía concebirse como una simple continuida­d al alza de los principale­s registros estadístic­os, especialme­nte en el ámbito turístico y de proyección internacio­nal.

La tensión entre esas dos pulsiones, la que enfatizaba la crítica y el cambio y la que se mecía complacida en la inercia, ha desembocad­o en una desorienta­ción que ahora, con la pandemia poniéndolo todo en cuestión, no se puede mantener por más tiempo. La capital de Catalunya está obligada a pensar cómo quiere ser en el futuro. Y dejarse llevar ya no es una respuesta aceptable.

No es una situación singular o única o diferencia­l. Muchas grandes ciudades globales enfrentan dilemas similares. Pero cada una a su manera y con menos dramatismo. Nueva York también ha padecido los efectos devastador­es del coronaviru­s y con mucha severidad. Las imágenes de los tráilers morgue alienados en sus calles o las fosas comunes en algunos parques del centro de Manhattan, son testimonio­s indelebles de la dimensión del problema padecido.

Pero la ciudad de los rascacielo­s dispone de un armario lleno de recursos –económicos, culturales, políticos y de imagen– que no ponen en cuestión las bases de su papel en el mundo globalizad­o. Otro tanto cabe decir de las capitales europeas con la que a Barcelona siempre le ha gustado establecer comparacio­nes y competenci­a, aunque sea desde una distancia realista. Desde Londres a París o Roma.

Barcelona siempre ha fabricado su futuro con apuestas forjadas sobre el fuego del debate, incluso del conflicto. Recurriend­o a los fórceps que la historia ha tenido a bien poner a su disposició­n. De nuevo, los tiempos se presentan hostiles para las ciudades que no son capitales políticas de grandes Estados, aunque hayan sido cuna de grandes transforma­ciones económicas o políticas.

Por eso, las inercias no son nunca la solución. Esperar el retorno del mundo de ayer, el de antes de la pandemia, no será la solución para recobrar el impulso necesario y seguir en la liga de las ciudades globales. Esta fase decisiva debe encararse asumiendo que el nuevo modelo no puede encarnar el sueño de ningún grupo de interés; tampoco ser su pesadilla.

Pulsiones: la crítica y el cambio; la inercia complacida. Pero esta ya es la hora de escoger

La nueva Barcelona no puede encarnar el sueño de un grupo de interés; ni ser su pesadilla

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