Wall Street marca la tendencia
La prioridad ahora es arrancar el motor de económico y asegurar que funcione hasta que podamos regresar al ciclo expansivo interrumpido por el gran encierro. Y esto no se consigue ni subiendo impuestos ni recortando gastos. Eso vendrá después, cuando alcancemos la velocidad de crucero y entren en funcionamiento los estabilizadores automáticos. Con el crecimiento, los ingresos se incrementan automáticamente y caen los gastos. Por eso se podrá hacer a partir del 2022 que es cuando las empresas calculan que estarán a pleno rendimiento.
Por tanto, ahora lo que resulta esencial es garantizar las rentas de trabajadores, de empresarios y de las clases pasivas. En esta fase nos tendremos que endeudar hasta las trancas y tendremos que aprovechar las ayudas que vengan de Europa. Paralelamente será necesario empezar a plantear una reforma fiscal, que no entrará en vigor hasta dentro de dos o tres años, cuyo objetivo sea reequilibrar los ingresos y los gastos.
Será entonces cuando tengamos que apretarnos el cinturón y pagar más a Hacienda para hacer frente a las fuertes deudas que estamos contrayendo para compensar las consecuencias de la pandemia. Hay margen, dado que la presión fiscal española es siete puntos menor que la media europea. También hay holgura en el capítulo de gastos y en la lucha contra la economía sumergida. Hasta ahora los impuestos han sido el principal elemento de diferenciación ideológico entre la derecha y la izquierda. Los primeros crean riqueza mientras que los segundos la redistribuyen. Pero esto solo es en teoría. En realidad, la fiscalidad es cada vez más un instrumento para controlar el déficit y la deuda pública. Una especie de comodín de la política macroeconómica más allá de las ideologías. Los gobiernos, al margen de su color político, terminan haciendo lo que pueden de acuerdo con la coyuntura que les ha tocado vivir.
Los ejemplos son muchos y variados. El más famoso fue cuando George H. W.Bush realizó su famosa promesa: “Lea mis labios. No más impuestos”, en la convención republicana de 1988. Llegó la negociación del presupuesto de 1990, los demócratas tenían mayoría en el Congreso y Bush se vio obligado a pactar un aumento fiscal. A Mariano Rajoy le pasó exactamente lo mismo, prometió bajar impuestos y al final los subió como consecuencia de la gran crisis del 2008. José Luis Rodríguez Zapatero lo hizo al revés, durante su mandato pilló un ciclo expansivo y sentenció “bajar impuestos es progresista”. Después vino la crisis y lo progresista para Pedro Sánchez es subirlos.
En la situación actual, con una caída del PIB del 11% para este año a causa de la Covid-19, es una auténtica locura subir impuestos a corto plazo. La gente tiene que tener dinero en el bolsillo para poder gastarlo y las empresas en caja para poder invertirlo. Si Pedro Sánchez cede ante las presiones de su socio Pablo Iglesias y sube el impuesto a los ricos no lo hará por eficiencia económica sino por razones ideológicas. Los beneficios obtenidos por esta subida fiscal que exige Unidas Podemos serán muy inferiores al daño que puede provocar. El simple hecho de anunciarla ha provocado una fuga de capitales estimada en 27.000 millones de euros. Al final todo quedará en un gesto simbólico. Algo así, como el que da una piruleta a un niño para que se calle.
En la bolsa hay ahora tres tipos de operadores. Los que invierten en acciones a medio plazo y los que hacen trading, es decir, comprar al día si las acciones están baratas y venderlas rápidamente si suben. Y los que lo hacen en fondos de inversión (más recomendable).
Wall Street marca tendencia por una doble vía: primero, por los cambios de política de la Reserva Federal y, en segundo término, por los volúmenes que se negocian a primera hora de la tarde, cuando Nueva York abre la sesión y se compran las acciones que están más baratas en Ibex 35 y venden las que en la jornada se han encarecido. Eso ocurre en el caso de Santander y BBVA, Inditex y Repsol, que cotizan en el Nasdaq.
Cuando la Reserva Federal (Fed) decide bajar los tipos oficiales, es probable que con pocos días de diferencia también lo haga el BCE. El presidente de la Fed dijo que no debíamos esperar cambios en los bajos tipos de interés hasta finales del 2022. Lanzó una batería de nuevos instrumentos para dar liquidez a la economía (Trump está en campaña electoral) y el BCE anunció que prestaría a los bancos a la insospechada tasa de 1% negativo y cantidades ingentes. La mayoría de los bancos europeos se han presentado a las subastas. Esperemos que el dinero llegue a las pymes mejor que la línea del ICO.
La Fed decidió comprar los pagarés de empresa de los talleres y tiendas de cualquier esquina de las ciudades. El BCE hizo lo mismo, pero con más exigencia en la calidad del crédito. Cuando se endureció la crisis de la Covid-19 las bolsas europeas abrían y nos daban siempre sorpresas. Cuando en EE.UU el paro llegó a más de 36 millones de trabajadores la noticia se interpretó como el colapso de la economía americana y Europa se tiñó de rojo. Cuando el número de fallecimientos por la pandemia sobrepasó 50.000 personas (y podían aumentar) de nuevo bajaron Ibex 35 y la bolsa alemana. Sucedió lo contrario cuando en una semana se crearon 4 millones de empleos en EE.UU.
Europa sigue el “Índice del miedo” VIX o la volatilidad de las cotizaciones del índice S&P 500. Si miles de accionistas americanos venden a futuro sus acciones (mercado de Chicago) toda Europa sufre una oleada de incertidumbre y vende también. La media de un mercado apacible oscila en torno a trece. Pero cuando las autoridades sanitarias de EE.UU recomendaron el uso de mascarillas y el confinamiento y las grandes ciudades hicieron lo contrario, el “Índice del miedo” se disparó a ochenta. No es lo mismo miedo que pánico. La quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers en el 2008 creó pánico mundial y el VIX llegó a un máximo histórico de 183. La incertidumbre de los próximos meses exige prudencia, sagacidad y visión para aprovechar las oportunidades.
El beneficio del impuesto a los ricos será muy inferior al daño que puede provocar