Economía ‘gig’, ¿un timo?
La socióloga Ravenelle ve la economía colaborativa como un retorno al inicio de la revolución industrial
En inglés, un gig es un trabajo esporádico, un bolo. Y la economía gig que se está imponiendo en todo el mundo bajo nombres mucho más seductores como el de economía colaborativa es una economía de pequeños encargos, de trabajos esporádicos, sin estabilidad y no muy bien pagada. Para la socióloga Alexandrea J. Ravenell, de la Universidad de Carolina del Norte, la economía gig o colaborativa es un nebuloso conjunto de plataformas y aplicaciones, sean Uber, Airbnb, TaskRabbit o las apps de reparto, que prometen trascender el capitalismo a favor de la comunidad empoderando a los pobres y revirtiendo la desigualdad, creando un futuro sin jefes en el que los trabajadores controlan sus ingresos y horas de trabajo. Pero pese a su tecnología moderna recuerdan a los primeros tiempos de la revolución industrial.
Tiempos en los que los obreros trabajaban largas jornadas, la seguridad en el lugar de trabajo era inexistente y había pocas opciones de compensaciones por accidente. Pese a los sofisticados algoritmos, asegura, la economía gig es un movimiento de regreso al pasado y nos retrotrae a una época en la que la explotación laboral era la norma.
Los ejemplos que se van sucediendo en su libro, elaborado a través de las experiencias de 80 trabajadores, muestran a estadounidenses atrapados con frecuencia entre la precariedad del mercado laboral y el miedo a dormir en la calle que acaban sometidos a las exigencias
PRECARIEDAD Y PÉRDIDA DE DERECHOS. HISTORIAS
DE LA ECONOMÍA GIG Alexandrea J. Ravenelle Alianza | 22€ | e-book, 12,99 €
de trabajo de las apps: Sarah, de 29 años, tras trabajar un tiempo en el casting de un programa de Netflix y esperar llamadas de trabajos que no se materializaban, ingresó en TaskRabbit, un mercado de trabajo online que combina mano de obra independiente y demanda local. Si al principio le fue bien, y decidía cuándo trabajar, luego las condiciones cambiaron y debía responder a los correos electrónicos de los clientes en 30 minutos y aceptar un 85% de las propuestas. Sintiéndose presionada, limpió incluso un antro de crack: los algoritmos de TaskRabbit destacan a la gente con altos índices de aceptación de tareas o mucha disponibilidad. En cuanto a Baran, de 28 años, hace turnos de 12 horas en Uber y gana 800 dólares a la semana en la onerosa Nueva York.
Ravenelle reconoce que en la economía gig hay triunfadores que han aprovechado sus promesas y son sus propios jefes, aunque se enfrentan a la externalización del riesgo que hacen las apps, como Airbnb con la legalidad de los pisos. Pero sobre todo, dice, hay gente que trabaja por desesperación o para complementar sueldos que no llegan.
Y muestra las contradicciones entre las modernas apps y el retroceso de generaciones en derechos laborales. La oposición entre las promesas de equilibrio entre vida y trabajo y la realidad de una disponibilidad constante frente al riesgo de ser desactivados por la app. Si la economía colaborativa prometía superar la competición y sustituir el gastar por el compartir, dejando de depender de grandes empresas, por ahora, concluye, ha aumentado la vulnerabilidad de los trabajadores en nombre de un progreso más barato y de peor calidad.
Prometía flexibilidad y empoderamiento, pero aumentó la vulnerabilidad de los trabajadores