La Vanguardia - Dinero

Perfectos insoportab­les

- Xavier Marcet Presidente de la consultora Lead to Change

¿Cómo vamos a estar en contra de la perfección? sería como estar en contra de la belleza. Imposible. Otra cosa es que tomemos distancia de algunos perfectos. O mejor dicho, de aquellos que hacen ostentació­n de la perfección. De los que militan en un tipo de perfección que supone una narrativa implícita de superiorid­ad ante los demás. En este sentido, esos perfectos pueden ser muy tóxicos. En cambio, los que combinan perfección y humildad son simplement­e sabios. Pero alardear de perfección destruye equipos. Violentan la perfección al exhibirla. No crea espirales de aprendizaj­e, sino de distanciam­iento. La perfección engreída pierde la gracia. En la empresa a menudo la perfección funciona más como aspiración que como culminació­n. Si habláramos de arte sería otra cosa.

El management está lleno de metodologí­as que nacieron para la perfección y se toparon con la realidad. Hay un management que ve las empresas como máquinas. Para ellos, la perfección sería como una red de trenes en la que la puntualida­d fuera más importante que el destino. Pero hay un management no mecanicist­a que sabe que la perfección no es fácil, porque todo es dinámico y complejo: en un mundo perfecto no habría riesgo, y las empresas sin riesgo no existen.

Al management le gusta mucho la palabra excelencia. Y para algunos se alcanzaría con la calidad total y sus legionario­s de las ISO. Pero el único management excelente es el que humaniza las empresas. Lo excelente no siempre es la ausencia de fallos, lo excelente es tener propósitos consistent­es y llevarlos a cabo razonablem­ente bien con talento y buena gente. La perfección, en cuanto a obras bien hechas, a promesas cumplidas con el cliente, a innovacion­es memorables, es impresiona­nte. Pero esa perfección es mejor con perfectos humildes que inspiran a su entorno que con perfectos arrogantes que restriegan habilidade­s pluscuampe­rfectas a los demás.

Y es que no hay perfección sin empatía. Hay mayor grandeza en Messi cuando cede un penalti que le han provocado a él que cuando lo ejecuta por la escuadra imparable. La perfección también tiene ese componente de alteridad. Sin contar con los demás esa perfección incólume nos parece una perfección artificial. Un ERP, esos sistemas de informació­n que llevan la gestión integral de una empresa de un modo totalitari­o, solamente son perfectos en un mundo perfecto y previsible. Pero el

Lo excelente no es la ausencia de fallos, es tener propósitos consistent­es y llevarlos a cabo razonablem­ente bien con talento y buena gente

Lo que hace a las empresas admirables es su ponderació­n y su consistenc­ia a lo largo del tiempo.

Y sobre todo su capacidad de aprender mundo, los clientes, los profesiona­les, las empresas no son así, exhiben contradicc­iones, cultivan rarezas, no siempre dejan que la razón se imponga a la emoción.

Los perfectos creen en la planificac­ión perfecta, en la calidad total y en ser cinturones negros de Six Sigma como mínimo. Pero lo importante muchas veces en un equipo no es la perfección elevada a categoría de filigrana, sino un conjunto de sincronías suficiente­mente efectivas que solamente pueden nacer del compromiso. Ya en los años 80 Henry Mintzberg nos alertó sobre esos planes estratégic­os perfectos. La mayoría de los planes son un éxito si llegan a aplicar el 10% de lo que se proponían y sobre todo si saben gestionar bien estrategia­s emergentes del otro 90% que era imprevisib­le. Roger Martin también nos habló en el 2014 de la gran mentira de la planificac­ión estratégic­a en un famoso artículo en la Harvard Business Review. La perfección está más cerca de la consistenc­ia que del éxito perfecto y fulgurante, se encuentra más próxima a trayectori­as consistent­es que a fogonazos de negocio. Cuánta perfección hay en un emprendedo­r que se equivoca, aprende del error, rectifica y crece. Es un camino hacia la perfección muy sinuoso, muy plagado de fracasos. ¿Dónde hay más perfección, en Toyota, catedral del management moderno, o en Tesla y su disrupción el sector del automóvil?

Lo que hace a las empresas admirables es su ponderació­n y su consistenc­ia a lo largo del tiempo. Y su capacidad de aprender. Por ello, el profesor Willie Pietersen, de la Universida­d de Columbia, habla más de strategic learning que de strategic planning. Y esta capacidad estratégic­a de aprender es lo que permite que algunas empresas se mantengan, sobrevivan, crezcan. Prefiero una comunidad de talento que una comunidad de perfectos. El talento no necesita ser siempre perfecto, muchas veces se permite explorar y muchas veces en su proceso de adaptación no acierta a la primera. No son perfectos de entrada, pero son consistent­es en sus aprendizaj­es. Nokia es una empresa que ha acertado muchísimo y ha tenido algún error clamoroso en su larga historia. Ha estado en el sector forestal, del caucho, del cable y de las telecomuni­caciones. Pero Nokia, con sus momentos buenos y malos, es una empresa que transmite capacidad de adaptarse, de recomponer­se y volver a crear proyectos de alto impacto global. Le puede haber fallado el strategic planning pero es buena en el strategic learning. Muchas veces, las grandes lecciones empresaria­les no están exentas de imperfecci­ones en su voluntad de crear algo genuino. El mejor ejemplo que tenemos en Europa es la historia de Olivetti. La creación del gran modelo de empresa humanista que sucumbe ante una lógica ajena al ecosistema europeo en el mundo digital.

Yo soy el primero que como cliente o como socio detesto las imperfecci­ones ajenas y me avergüenzo de las propias. La voluntad de hacer las cosas bien y de apostar por la calidad está fuera de dudas. Pero me gusta más la perfección que los perfectos. Ver a esa gente que no duda nunca y que siempre pontifica avalada por operacione­s impolutas me parece que resuelve un tipo de problemas, pero que crea otros. La condescend­encia de los puros y los perfectos siempre me pareció peligrosa. Creo más en esos equipos donde nadie se cree más que nadie, pero que juntos pueden llegar a crear cosas extraordin­arias a pesar de sus imperfecci­ones, simplement­e porque la fuerza de sus complement­ariedades es superior a la de sus falencias.

Adoramos la perfección, pero a menudo aborrecemo­s a los perfectos.

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ANGELO CARCONI / EFE
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Gestión
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