Systrom, Zuckerberg y el alma de Instagram
Sarah Frier narra con pulso la compra de Instagram por Facebook y la posterior lucha de egos y visiones
El trato de venta comienza a cerrarse en abril del 2012 en la nueva casa de Palo Alto de Mark Zuckerberg. Su perro Beast, un pastor húngaro que parece una fregona, ataca a Amin Zoufounoun, director de adquisiciones de Facebook. Zuckerberg prepara una barbacoa sacando de la nevera un costillar de venado. O de jabalí. “No sé qué es, pero creo que lo cacé yo”, señala. El año anterior se había propuesto comer solo carne de animales que él hubiera cazado. Aún así, la comida no basta para Kevin Systrom, el fundador de Instagram, al que han reunido allí para comprar su floreciente empresa, que Zuckerberg teme que se vuelva una amenaza como Twitter, que intentó comprar en el 2008.
Systrom, que acaba de lograr una ronda de financiación que valora la compañía en 500 millones, y al que Twitter intentó comprar un mes antes, marcha tras unas horas a cenar con su novia, pero Zoufounoun se reúne con él luego y negocia hasta la madrugada. Serán mil millones de dólares, pero, sobre todo, la independencia para Systrom y su socio Mike Krieger, para Instagram y sus 25 millones de usuarios. Y una filosofía ante el mundo distinta, como narra la periodista Sarah Frier en Sin filtro, un libro repleto de sabrosas historias que arranca cuando aún en la universidad Zuckerberg le ofrece a Systrom incorporarse a su naciente Facebook. Y que acaba cuando en el 2018 Systrom y Krieger abandonan Instagram tras una lucha con Zuckerberg plagada de egos y prioridades distintas.
Systrom, tras la universidad, va a Florencia. Es amante del arte y la fotografía y busca la perfección hasta que un profesor de fotografía italiano le quita su cámara cara y le da una Holga que hace fotos en blanco y negro borrosas y cuadradas para que ame la imperfección. Ahí nace la idea de una foto cuadrada transformada en arte con la edición. Cambiar la forma de ver el mundo. Pero Facebook preferirá números a momentos importantes y si Instagram quiere abrir horizontes nuevos, Zuckerberg tiende a encerrar en una burbuja a sus usuarios. Frier narra con pulso la lucha por el alma de Instagram en la propia empresa, con el debate sobre los influencers o los problemas de ciberacoso y venta de opiáceos en su red, o el choque con los adolescentes, que se van a Snapchat. El relato va de los contactos con el papa Francisco para que abra cuenta, al uso de perfiles falsos de Instagram por los rusos para aupar a Trump. Y el miedo de Zuckerberg a que Instagram canibalizara su creación. Y el traspaso inevitable de la obsesión de Facebook por los datos y su venta, y la derrota de la idea de comunidad de Systrom para una red que en el 2019 ingresó 20.000 millones de dólares.