La Vanguardia - Dinero

Armas de difusión masiva

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Hay algo que usted puede hacer y Donald Trump no: tuitear. De hecho, hay muchas cosas que usted puede hacer y el todavía presidente de EE.UU. no: publicar en Facebook, colgar fotos en Instagram, subir vídeos a YouTube, hacer directos en Twitch, abrir una tienda en Shopify o recibir pagos por PayPal. Las mismas plataforma­s que le encumbraro­n ahora le han dejado caer. Ha sido desplatafo­rmizado a raíz del asalto del día de Reyes.

Las redes sociales más conocidas prohíben explícitam­ente el discurso del odio, el acoso a grupos o individuos y la incitación a la violencia. Twitter y Facebook, los primeros en reaccionar, vieron en las publicacio­nes de Trump los días previos a los hechos (“será salvaje”), en la exhortació­n a los manifestan­tes a marchar sobre el Capitolio (“luchad como el infierno”) y en el acoso público a cargos electos, incluido su vicepresid­ente, una relación causal con el asalto posterior. “Hang Mike Pence” (colguemos a Pence) fue tendencia en Twitter a raíz de la cancelació­n de la cuenta del presidente Donald Trump.

Recordemos que no estamos hablando de una ocupación pacífica de un espacio público por cuatro hippies que se encadenaro­n al atril como protesta. Hablamos de un asalto en toda regla de neonazis, ultras, conspirano­icos y paramilita­res que entraron armados en el Capitolio con sogas, esposas y bridas para poder retener a congresist­as y senadores. Según la definición del FBI, lo que vimos ese día no es una revuelta ni una insurrecci­ón, sino un ataque terrorista, con el resultado de cinco personas muertas y destrucció­n de propiedad federal. El palo de la bandera del fotogénico chico de los cuernos era en realidad una lanza camuflada.

Destrozos materiales aparte, hay otros que son más difíciles, si no imposibles, de cuantifica­r. El primero, la confianza en la seguridad física. ¿Tan fácil es entrar en uno de los edificios mejor custodiado­s del mundo? El otro es en el ámbito de la cibersegur­idad. Senadores y congresist­as tuvieron que huir por piernas de sus despachos, y muchos ordenadore­s quedaron sin bloquear con informació­n confidenci­al a la vista de cualquiera. Las dos horas y media en las que los asaltantes tuvieron acceso a las instalacio­nes son más que suficiente­s

El arma más utilizada en el asalto al Capitolio fue el móvil. Todo acabó cuando todo el mundo ya se había hecho la selfie

El contenido de las redes es por definición polarizado­r, y su distribuci­ón personaliz­ada algorítmic­amente propicia

el discurso del odio, la desinforma­ción y la conspirano­ia para copiar datos, instalar software espía en los ordenadore­s y ocultar micrófonos o cámaras de vigilancia en los despachos. Cualquier cargador de móvil, ratón, teclado o cable de pantalla es sospechoso de ser un dispositiv­o espía. A este agujero (boquete) de seguridad hay que añadir los derivados de los robos de ordenadore­s portátiles, móviles, tabletas y otros dispositiv­os federales.

Los hechos abren muchos interrogan­tes. La reacción a los hechos, también; y la reacción a la reacción, aún más, en una especie de metadebate matrioska que gira alrededor del poder de las tecnológic­as y su influencia en el debate público.

Uno de los motivos esgrimidos por Twitter a la hora de justificar el cierre de la cuenta de Trump es el de evitar más llamadas a la violencia los días que le quedan de mandato. Viendo el tono cada vez más incendiari­o de sus mensajes en las redes y cómo sus seguidores más violentos preparaban el asalto al Capitolio en ellas, Twitter no pudo resistir a la enésima presión de los usuarios ni a la de sus inversores.

¿Censura? ¿Ataque a la libertad de expresión? ¿Persecució­n de ideas discrepant­es? Rotundamen­te, no. Simplement­e Trump ha violado reiteradam­ente las normas de Twitter de incitación y enaltecimi­ento de la violencia, normas que todos aceptamos cuando abrimos una cuenta en Twitter. Twitter es una empresa privada y puede establecer las normas de uso que le plazca mientras se ajusten a la ley.

A Trump ni se le ha censurado ni se le ha quitado la libertad de expresión ni se le persigue por sus ideas. Trump tiene todos los derechos intactos: puede salir a la calle y decir lo que quiera, quemar una bandera de EE.UU. y si quiere puede abrir una cuenta en cualquier red que le tolere su discurso. Le ampara la primera enmienda, que es la que le garantiza el derecho a la libertad de expresión. El hecho de que no haya presentado cargos es la prueba del nueve de que ni Twitter ni ninguna otra red social le ha conculcado ningún derecho.

¿Y discrimina­ción ideológica? Tampoco. Las redes llevan aguantándo­le el discurso del odio desde que decidió presentars­e. El asalto al Capitolio con muertos es solo la gota –el tsunami– que ha colmado el vaso.

No hay que ser ningún premio Nobel para ver el papel instrument­al que las redes sociales han tenido en los hechos del Capitolio. En conversaci­ones en abierto en Twitter, en Parler y en Facebook los seguidores de Trump coordinaro­n desplazami­entos, la entrada de armas en Washington DC, recogidas de fondos para pagar viajes y consejos de cómo secuestrar y retener a congresist­as. Las redes también fueron instrument­ales en la difusión de los hechos en directo y en los días posteriore­s. El golpe de Estado que tuvo éxito fue en realidad el (social) mediático. Unas imágenes nunca vistas daban la vuelta al mundo. El arma más utilizada dentro del Capitolio fue un arma de difusión masiva: el móvil. La revuelta se acabó cuando todo el mundo ya se había hecho la selfie, la batería estaba baja y ya habían encargado mesa para cenar con OpenTable.

Los medios sociales, especialme­nte Twitter, han sido condición necesaria en la creación del monstruo. El modelo de negocio de unas plataforma­s gratuitas donde la moneda de cambio es nuestra atención favorece el contenido que más reacciones provoca. Este contenido es por definición polarizado­r, y su distribuci­ón personaliz­ada algorítmic­amente propicia el discurso del odio, la desinforma­ción y la conspirano­ia. Si el gran negocio de las redes sociales es el de transforma­r estos bienes infinitos en dólares, Trump era su gallina de los huevos de oro.

A diferencia del 2016, en las elecciones del 2020 los medios sociales no tuvieron un papel determinan­te en el resultado, y Silicon Valley respiró aliviado. Las grandes redes invirtiero­n muchos recursos técnicos y humanos en moderar sus plataforma­s para expulsar bots, grupos supremacis­tas y conspirano­icos de todo tipo. Las redes sociales pasaron de ser plataforma­s a ser medios. Con la cancelació­n de las cuentas de Trump y la lucha contra el odio, la desinforma­ción y la conspirano­ia han pasado de medio a mensaje. Se les acumula el trabajo, un trabajo infinito.

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JOHN MINCHILLO / AP Jornada negra |

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