Se han cumplido diez años desde que los jóvenes Kevin Systrom y Mike Krieger lanzaran la popular red social Instagram, una simple aplicación pensada para compartir imágenes y vídeos. En el 2011, antes de que la comprara Facebook, tenía 12 millones de usuarios, una cifra considerable, pero irrisoria si la comparamos con los más de mil millones que tiene actualmente, lo que la convierte en una de las diez aplicaciones más usadas del planeta. Apodada la nueva gran marchante del mundo del arte, ninguna otra red social ha afectado tan profundamente a este mercado ni ha supuesto una disrupción tan clara del sistema como Instagram.
Según el Online Art Trade Report 2020 de Hiscox, esta red social es desde el 2017 la preferida para descubrir propuestas artísticas, tendencias, seguir artistas y también adquirir obras. Si bien es cierto que estaba más pensada para navegar que para comprar, hoy ya se ha convertido en una herramienta de marketing para despertar el interés en las compras y, conectada a webs y otras tiendas online, un eficiente canal de ventas.
¿Pero por qué ha sido tan transformadora, justo en un sector que mantiene intactas sus tradicionales estructuras y jerarquías? Precisamente porque permite la posibilidad de contactar directamente, de manera sencilla y sin ningún intermediario, con los mismos artistas. Con un funcionamiento muy democrático, a muchos les ha permitido tomar notoriedad de forma rápida y efectiva sin necesidad de ser validados por los popes de la industria. Pero también los dealers han sabido ver en ella una poderosa arma de crear comunidad y engagement, y no son pocos los recursos que le dedican, en