Cobrar dinero a cambio de nada
Berlín
¿Qué haríamos si cada uno de nosotros recibiera del Estado cada mes una cantidad de dinero fija sin condición alguna? ¿Cómo cambiaría la vida de las personas? ¿Qué proyectos emprenderían? ¿Qué angustias dejarían atrás? En Alemania, la asociación sin ánimo de lucro Mein Grundeinkommen (es decir, mi renta básica), que defiende la introducción de este pago periódico a toda la población conocido como renta básica incondicional (RBI), ha puesto en marcha un proyecto piloto para averiguar sus efectos.
El proyecto empezó el 1 de junio y durará tres años. Durante ese tiempo, 122 personas adultas, seleccionadas de entre dos millones de aspirantes, recibirán 1.200 euros al mes y no tendrán que hacer nada a cambio, salvo responder online a siete cuestionarios periódicos. Son libres de utilizar ese dinero como les plazca, dinero que reciben independientemente de cuánto ganan en su trabajo o de si tienen ingresos por otras vías. El proyecto se financia con donaciones (5,2 millones de euros procedentes de 140.000 donantes privados), y lo supervisa el Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW), con sede en Berlín.
“Hicimos una primera prueba más pequeña hace siete años, de la que no surgieron datos estadísticos empíricos, pero sí muchas historias”, explica Michael Bohmeyer, iniciador de la asociación Mein Grundeinkommen, en su cuartel general en Berlín. Bohmeyer, de 36 años, fundó en el 2014 esta asociación, que tiene ahora un equipo de una treintena de profesionales.
Cuenta Bohmeyer que los participantes en esa primera prueba “dormían mejor, tenían mejor salud y más vida social, tomaron decisiones más audaces, unos cambiaron de trabajo y otros no, algunos estudiaron, otros emprendieron negocios…”. Y sobre todo, subraya Bohmeyer, ese primer estudio ofreció un indicio: “El mayor prejuicio contra la renta básica suele referirse al trabajo, pero vimos que nadie se volvió perezoso, sino más eficiente; la gente necesita seguridad material, y el temor existencial a no tener ingresos provoca estrés en el cuerpo y la mente, por lo que la certeza de un ingreso regular les dio una sensación de renovada energía”.
La RBI no es un mecanismo asistencial, si bien “la idea ha sido popular en países no tan ricos o con grandes desigualdades sociales, como Kenia, Ruanda, Namibia, Brasil o India, donde ha habido proyectos de entrega de dinero a personas necesitadas”, dice Bohmeyer. El proyecto en curso en Alemania mira a la clase media.
El iniciador de Mein Grundeinkommen rechaza la noción de que el coste de crear una RBI pueda ir en detrimento de las ayudas sociales del Estado a personas vulnerables. “La RBI no segregaría entre personas necesitadas y personas que no lo están”, aclara, y asegura que el resultado sería una redistribución.
Una crítica frecuente a la renta básica incondicional es cómo se financiaría. “Es un aspecto que abordaremos en las fases siguientes del estudio; la idea es que todas las personas tengan garantizada una cantidad, pongamos 1.000 euros, pero al tiempo todos tendrían que pagar más impuestos, por lo que no significa que todos reciben 1.000 euros de más, sino que en el balance los ricos recibirían menos y los pobres más”, argumenta el activista, para zanjar así el asunto.
La idea de entregar dinero a la población sin más tiene sus dosis de controversia. En junio del 2016, un referéndum en Suiza sobre la cuestión se saldó con un rechazo mayoritario de los votantes (casi el 77%), en una convocatoria que se realizó porque sus impulsores lograron reunir las cien mil firmas necesarias. En Finlandia, el Gobierno hizo un test de dos años (2017-2018) en el que dio a 2.000 parados 560 euros mensuales sin condiciones. El estudio constató que pocos consiguieron empleo, pero que sus niveles de estrés e inseguridad descendieron.
En el proyecto piloto en Alemania, los 43.200 euros por cabeza que cobrarán los 122 participantes en estos tres años no tributan. Otras 1.378 personas rellenarán también cuestionarios –para recabar datos comparativos–, pero sin recibir renta, solo una asignación para gastos. Otros socios del proyecto son la Universidad de Colonia y el Instituto Max Planck de Investigación sobre bienes colectivos.
Bastante ha costado respirar algo de normalidad tras la pandemia como para que un susto tuerza las vacaciones de este verano. Es lo que piensa más de uno al contratar un seguro de viaje, una decisión que se ha disparado entre los viajeros. “Antes se le daba menos atención, igual se rechazaba para evitar costes y se contrataban en la mitad de los casos... Ahora está sobre el 90%”, comenta José Luis Méndez, presidente de la Unión de Agencias de Viajes (UNAV). El cliente, además, se ha vuelto proactivo. Ya no espera que se lo ofrezcan, va a buscarlo.
El gran miedo son los rebrotes y confinamientos. “Existe cierto temor a invertir nuestro dinero en un viaje y por causas derivadas de la pandemia no poder disfrutarlo”, incide Víctor López, responsable de aseguradoras del comparador Rastreator. Pese al avance de la vacunación, a que las vacaciones pasarán por el ámbito local o europeo –a priori con menor riesgo– y a que las compañías aéreas y turísticas son más flexibles en las condiciones, “el riesgo de cancelación y penalización no es cero”, expone Raúl Pérez, responsable de asistencia en viaje de Arag. Lo que más quieren los clientes, apunta, es cubrir la atención médica, una cuarentena obligatoria en hotel, los gastos de cancelación y una posible repatriación si se cierran fronteras. El virus, que se ha vivido de cerca, ha hecho que se sea más consciente de los riesgos. “El seguro se ha convertido en un esencial en la planificación”, asegura. “La mentalidad ha cambiado”, incide Méndez.
Para viajar a según qué países, como Costa Rica, es directamente obligatorio. También se recomienda en países donde los costes médicos o la simple atención puedan ser muy altos, como EE.UU., Canadá o Japón. Fuera de extremos, en términos generales el coste suele rondar el 3%-5% del presupuesto del viaje. Así, en uno de 1.000 euros, el seguro supondría unos 40 euros. En todo caso, varía por gamas, destinos y actividades que se hagan. “Los de cobertura más amplia están en 90-100 euros. Va subiendo según lo que se quiera asegurar”, resume Méndez.
Los hogares destinan 4,35 euros de cada 100 que gastan a seguros, según datos de la patronal Unespa revelados esta semana. En Catalunya es donde más se gasta, con 4,82 euros, con Navarra y sus 3,15 euros a la cola. El 96% de los hogares tiene algún seguro. El más común es el de automóvil, seguido del de primera vivienda. “Es la combinación más contratada por las familias”, se afirma en un estudio. Tras ellos se sitúa el de decesos.
El tirón de la demanda no se ha notado en los precios por ahora, coinciden las fuentes, ya que el volumen de viajes prepandemia aún está lejos de recuperarse. “Por lo general los precios no se han incrementado a pesar de haber incluido nuevas coberturas en los productos”, comentan en Rastreator. Eso sí, hay nuevas alternativas de mayor alcance, como las que incluyen PCR preventivas, que “son algo más caros”. La adaptación de las gamas ha sido el gran cambio de momento. Cubrir que un volcán trunque las vacaciones ha dado paso a cosas más lógicas como efectos de la covid, ejemplifica Méndez. “Se han aumentado las prestaciones, no los precios, no se quieren poner trabas a la recuperación”, explican en Arag.
Aunque se hable más de viajes, los trayectos no son lejanos. El del 2021 volverá a ser un verano de ámbito nacional o muy cercano. “En nuestro país los usuarios no ven tanto riesgo como cuando viajan fuera”, expone López, pero “sigue teniendo todo el sentido”. Plantea que el riesgo sanitario “es más controlable” si se viaja por España con la cobertura de la sanidad pública, “pero es posible que en algún lugar sea más accesible la sanidad privada, pueden surgir gastos de hospitalización, de cancelación, extras por tener que confinarse en el hotel”, repasa. “Si vas de Madrid a Toledo y acabas confinado en destino, ya tienes gastos”, argumenta Méndez.
El temor a los cierres o rebrotes hace que las reservas se cierren en el último momento. Desde los 30 o 40 días de antelación que se manejaban antes se ha pasado a reservar para la semana siguiente o incluso para el día siguiente. Hay mucha menos previsión. Con algo más de calma, si se acaba optando por el seguro, en Rastreator recomiendan comparar las opciones –parten desde 10 euros– y ver qué póliza se adecúa a las necesidades del viajero antes de contratar nada. “Este año, más que nunca, es importante contar con protección extra al viajar”, dicen. “Antes quizás se rechazaba porque con lo del seguro te pagabas una cena. Hoy la gente sabe que quizás necesita uno”, cierra Méndez. Todo para que la covid no amargue el descanso.