Se desmorona la principal red social
Entre los bruscos movimientos escénicos ocurridos durante los últimos meses –cerrar a cal y canto, abrir restrictivamente, expulsar a la gente a la terraza, permitir que las mesas invadan las calzadas con dudosa estética, admitir seis comensales dentro, luego diez y demás geometrías variables y cobrar ayudas públicas más que discretas– nos estamos quedando sin un tercio de los bares y restaurantes. La vacuna y la euforia de empezar a salir frenan un poco los cierres definitivos de muchos establecimientos. Pero el trasiego de los ERTE a los ERE no cesa ni el aumento de los carteles de “Se traspasa”.
A pesar de los envites, seguiremos ostentando el título de país con más bares y restaurantes del mundo. Pero de los 270.000 que permanecían abiertos en el 2019 para servir a 47 millones de personas –más que en Estados Unidos, con una población de 328 millones–, entre 85.000 y 100.000 no levantarán la persiana en el 2022. Pasaremos de un bar por cada 175 habitantes a uno por 250. En los países de clima templado, con largas jornadas en la calle, el bar es la red social más extensa. Media hora diaria de promedio en una barra, mesa o terraza da para mucho y los 1.900 euros de gasto anual de promedio, para mucho más si lo comparamos con los 488 euros de la suscripción al gimnasio, los pobres 20 euros en libros o los 95 euros en cine, teatro y espectáculos.
Se desmorona esta red social que ocupa las horas muertas, las relaciones con los amigos, el fútbol... Los bares generan caja por dos motivos. El primero, porque la población local mantiene el apego, es su lugar de reunión, su club privado. El segundo, porque los turistas gustan de lugares de placer gastronómico y de descanso. Ocurre ahora que, por una parte, los ciudadanos han descubierto la casa como centro de numerosas nuevas actividades, teletrabajo y redes sociales incluidos, con café y cerveza más baratos. Y, por otra, que los viajeros han reducido drásticamente sus visitas y no sabemos por cuánto tiempo; los negocios inequívocamente presenciales tienen un problema a medio plazo. Algunos hosteleros se aferran al café y a la cerveza, de tan bajo valor como alto margen. Otros amplían el servicio a domicilio. Los rasgos históricos siguen siendo la debilidad financiera, el esfuerzo ingente y la baja explotación de la diversidad, frente a la estandarización de las franquicias y cadenas. Se los comen las cocinas fantasma, los nuevos negocios y tendencias y, cómo no, el entorno digital.
No es nostalgia, pero asistimos a un cambio del estilo de vida. Solo permanecerán aquellos establecimientos que conviertan la diversidad en señuelo, se incardinen a actividades internáuticas y conecten con las nuevas tendencias gastronómicas.