El regreso de Schumpeter
Aghion cree que Europa debe combinar innovación e inclusión o se arriesga a que la supere China
En el imperio otomano la primera imprenta no fue autorizada hasta 1727, 300 años después de que Gutenberg la inventara. En Rusia se prohibieron las nuevas desmotadoras de algodón y los hornos de fundición para evitar la emergencia de una clase trabajadora concentrada. Mucho antes, Venecia vivió una gran prosperidad entre el final del siglo XII y el del XIII al desarrollar importantes innovaciones en su gobernanza, que limitaron el poder del dogo, y en los contratos: apareció la colleganza, precursora de las sociedades anónimas y que repartía los enormes riesgos del comercio a larga distancia entre los inversores que proporcionaban la mercancía y los viajeros que la comercializaban en el Mediterráneo oriental. Eso permitió a buena parte de la población participar en el comercio, llevó a Venecia a su cenit y... provocó la contrarreacción de una clase alta que veía cómo se erosionaban sus ganancias y su poder. Llegó la serrata – cierre–, la aristocracia monopolizó el comercio... y la población decreció desde 1400 a 1800.
Son algunos ejemplos que recorren El poder de la destrucción creativa y muestran qué sucede cuando los estados la bloquean. Una destrucción creativa que popularizó hace casi un siglo el austriaco Joseph Schumpeter. Implica que la innovación y la difusión del conocimiento están en el corazón del crecimiento. Una innovación que provoca un conflicto permanente entre lo viejo y lo nuevo, como el que se vive hoy con las tecnologías de la información e inteligencia artificial.
Efectivamente, subraya Philippe Aghion, catedrático de la London School of Economics y premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en el 2020, la destrucción creativa es disruptiva para las sociedades, pero necesaria. El PIB per cápita mundial era igual el año 1000 que el año 1. Y en 1820 solo había aumentado un 53%. El despegue comenzó entonces en el Reino Unido y luego en Francia. Era la revolución industrial y esa ola de destrucción creativa no sucedió en la inventiva China: el crecimiento proviene de la acumulación de conocimiento, de la protección de los derechos de la propiedad y de un entorno competitivo. La competencia se daba en la fragmentada Europa: había miedo a ser sobrepasados por otros países. En China prosperaban las innovaciones que elegía el emperador. Aghion es consciente de que el capitalismo se enfrenta hoy a una crisis de identidad sin precedentes: explosión de la desigualdad, crecimiento estancado los últimos 15 años, crisis climática y una pandemia que ha desnudado el sistema. Pero cree que el poder de la destrucción creativa bien orientado, con la intervención del Estado como inversor y asegurador, formación profesional permanente, flexiseguridad y renta mínima o un impuesto negativo para evitar la pobreza, puede movilizar el talento a favor del bien común.
Innovación e inclusión se retroalimentan, como muestra la flexiseguridad danesa. Si no, concluye, Europa se arriesga a ser seguidora en vez de líder de las revoluciones tecnológicas y a ser superada por la China a la que adelantó.