‘Fabricando’ inflación
Hace ya meses que la inflación de la Unión Europea presenta un ascenso vigoroso. Hemos alcanzado el 2%, y la perspectiva es que siga incrementándose. Las materias primas son una causa parcial de ello, por ejemplo, electricidad y petróleo. La gasolina marcó esta semana su máximo de los últimos siete años. La expansión monetaria tan increíble que se ha precisado para mantener a familias y empresas, así como cubrir costes de salud y vacunación, sumada a una caída del PIB, ha hecho el resto. Más dinero en circulación para una cantidad menor de producto se traduce en inflación de algún tipo. O de activos o de precios. El inmobiliario también está en alza.
Es altamente probable que alcancemos subidas de precios mayores del 4%. Hungría, Polonia y Luxemburgo, por ejemplo, ya están ahí. ¿Sería esto un problema?
Pues pienso que no, al menos desde un punto de vista macro. Es más, creo que es una buena noticia. El endeudamiento es nuestra principal losa. Tanto privado como, sobre todo, público. Deudas nominalizadas y a tipos cero, junto con inflaciones moderadas son capaces de, en seis o siete años, reducir en un tercio lo que se debe. Necesitamos mecanismos de desendeudamiento, y la inflación es uno de ellos. Recuerdo que mi padre me explicaba que, cuando era joven, la inflación de España del 10%, repercutida en salarios, hacía que las hipotecas se pagasen muy rápido. En cinco años, el crédito representaba la mitad de carga relativa que cuando se solicitó al banco.
Para que esto funcione, la inflación deberá verse reflejada en la renta nacional. Sueldos, salarios y honorarios deberán crecer en la misma medida. El problema no será macro. Será sectorial. Ahí es donde puede estar la principal amenaza de que la inflación no ayude a todos por igual. La estructura competitiva y la exposición a la globalización de cada empresa determinarán quien podrá subir o no precios. Empresas en sectores altamente competitivos, fragmentados, con muchos players y sometidos a competencia global pueden tener un problema si se ven obligadas a aumentar sus costes laborales y de producción a la par que no pueden subir precios en la misma medida. Esto va a ir por barrios.
Puede ser la gran oportunidad de los países asiáticos, con China a la cabeza, de asestar un segundo mazazo a las compañías occidentales. Si esto sucede, es probable que veamos cambios importantes en políticas arancelarias. Los países que observen inflación y presión internacional de precios a la baja no tendrán más remedio que cerrar fronteras.