El virus digital
Rushkoff denuncia que optimizamos a los seres humanos en favor de las máquinas en vez de hacer lo contrario
Ha acuñado términos tan infecciosos como nativos digitales, moneda social o viral, aplicado, por supuesto, a los medios de la era de la información: en 1996 subrayaba en su libro Media virus! que los virus más poderosos estaban en nuestra época compuestos de información. Aún no habían llegado la covid ni las redes sociales, internet nacía y Douglas Rushkoff militaba en el cyberpunk: las posibilidades de las nuevas tecnologías le parecían infinitas, capaces de dar nueva vida a los sueños utópicos. Una nueva contracultura online, un cerebro global, una nueva conciencia, todo aderezado con drogas o neochamanismo en novelas como Ciberia, de 1992, cuando muchos ignoraban qué era un correo electrónico.
En el 2010, ya como intelectual de referencia, publicaría Programa o serás programado, que ahora recupera la editorial Debate y cuyas agudas reflexiones sobre la red, los sesgos de internet y sus consecuencias en nuestra sociedad parecen escritas ahora. Profesor de la Universidad de Nueva York y discípulo de Marshall McLuhan, Rushkoff (Nueva York, 1961) hace bueno el adagio de su mentor, “el medio es el mensaje”, en un libro de inagotable erudición y similar cantidad de conjeturas. “En lugar de optimizar las máquinas en favor de la humanidad, o incluso de algún grupo en particular, optimizamos a los seres humanos en favor de las máquinas”, escribía. Y añadía que la nueva era digital ha traído “un cambio real que ya ha hundido la economía en dos ocasiones, modificado el modo en que nos educamos y entretenemos y alterado el mismo tejido de las relaciones humanas. Y sin embargo tenemos escasa comprensión de lo que nos ocurre y de cómo superarlo, la mayoría de gente superinteligente que podría ayudarnos está ejerciendo de consultora de empresas, enseñándoles cómo mantener sus tambaleantes monopolios frente al tsunami digital”.
La actividad en red podría darnos un progreso inmenso en todos los campos, denunciaba, pero por ahora parece favorecer más a la distracción por encima de la concentración, lo automático por encima de lo reflexivo y la confrontación por encima de la empatía.
Y la cuestión, añadía, es que los ordenadores y las redes son más que herramientas, “es como si estuvieran vivos”, y los que los programan configuran cada vez de manera más decisiva nuestro mundo antes de que las propias tecnologías digitales pasen a darle forma. “Estamos diseñando el futuro colectivo”, remacha, y recuerda que la invención del alfabeto no llevó a una sociedad de lectores sino de oyentes que se reunían a escuchar como los rabinos leían en la plaza los rollos de la Torá. Y que la aparición de la imprenta no dio lugar a una sociedad de escritores sino de lectores. En la nueva revolución seguimos un paso atrás, y si en las anteriores se rendía la voluntad a una nueva élite, esta vez puede suponer la rendición de la naciente voluntad colectiva a las máquinas. En lugar de procurarnos nuevas capacidades, fetichizamos nuevos juguetes, concluía, y pedía que nos hiciéramos con las bases del nuevo lenguaje.