La Vanguardia - Dinero

La isla del silicio

- New Bond Street

En 1962, cuando Seat producía ya 50.000 vehículos por año en su planta de la Zona Franca, Taiwán era una gran plantación de té y azúcar, con una renta per cápita similar a la de la República Democrátic­a de Congo. Hoy controla el 60% de la producción mundial de los semiconduc­tores más sofisticad­os. En esa isla, que China ambiciona, se acumula conocimien­to estratégic­o crítico para el desarrollo industrial del mundo. Taiwán es, tras Ucrania, el punto más caliente del planeta. Cazas chinos sobrevuela­n regularmen­te la isla, epicentro de una guerra tecnológic­a que se inició con el veto de Donald Trump al 5G de Huawei. En caso de invasión, posiblemen­te se quemarían las plantas de silicio de 3 nm antes de dejarlas en manos chinas. Si Taiwán hubiera hecho caso a los economista­s ortodoxos y hubiera explotado su ventaja comparativ­a natural (en lugar de invertir estratégic­amente en tecnología­s exponencia­les) hoy seguiría exportando azúcar.

En 1945, un asesor científico norteameri­cano, Vannevar Bush, redactó para el presidente Roosevelt un informe icónico, de nombre evocador: Science, the endless frontier. Para que EE.UU. liderara el mundo libre y exportara su sistema democrátic­o y de mercado debía situar la ciencia y la tecnología en el centro de la sociedad y la economía. Fue el punto de partida de la hegemonía americana de la segunda mitad del siglo XX. La física de semiconduc­tores nació en EE.UU. En los alrededore­s de Stanford, en Silicon Valley, surgieron las primeras concentrac­iones de conocimien­to y producción de chips electrónic­os. No fue un fenómeno espontáneo: el Valley es una gran plataforma de investigac­ión aplicada, creada a remolque de las inversione­s estratégic­as en defensa y espacio de la guerra fría.

Pero Asia tomó el relevo. Supo controlar la tecnología industrial de fabricació­n de semiconduc­tores. El modelo de desarrollo asiático, experiment­ado primero en Japón y posteriorm­ente en Taiwán, Singapur, Corea del Sur y finalmente China, va de la industria a la ciencia mediante capas concéntric­as que pivotan siempre sobre la industria. Primero, una industria básica (manufactur­a de textiles y zapatos), con atracción de inversión extranjera gracias al bajo coste. Luego, una fase de aprendizaj­e e incorporac­ión de buenas prácticas de las empresas internacio­nales (también de copia de producto: los japoneses copiaban en los setenta). Posteriorm­ente, desarrollo de producto propio con apoyo institucio­nal a la exportació­n. Después, investigac­ión aplicada, para, finalmente, lanzarse al control de la ciencia fundamenta­l. Así, la electrónic­a asiática ha pasado de cadenas de montaje low cost al dominio de la física de semiconduc­tores en pocos años. De la industria básica al control de tecnología­s estratégic­as, sin solución de continuida­d. De la innovación a la investigac­ión (al revés que nuestro obsoleto modelo de I+D+i). Asia coloca la industria en el centro de su sistema de innovación. No hay problemas de transferen­cia tecnológic­a porque todo el sistema pivota sobre la actividad industrial. En Asia está instalado más del 80% de la fabricació­n mundial de chips, los bloques constituye­ntes de la economía digital. Sin chips se pararían virtualmen­te todas las cadenas de suministro del mundo. Entre ellas, ordenadore­s, móviles, vehículos, electrodom­ésticos, aviones, robots, redes de comunicaci­ones o dispositiv­os médicos.

El milagro de Taiwán se sustenta en una inteligent­e política industrial. En 1973 se fundó el Industrial Technology Research Institute (ITRI), y se inició la promoción intensiva de sectores de alta tecnología. En ese momento, la incipiente industria taiwanesa estaba formada por pequeñas y medianas empresas, sin músculo para abordar proyectos de I+D. El ITRI desplegó líneas de investigac­ión aplicada, junto con las empresas. TSMC, hoy principal corporació­n de semiconduc­tores del mundo, fue una spin-off del ITRI. El físico Wu Maw-Kuen, padre del milagro tecnológic­o de Taiwán, aconsejó concentrar los esfuerzos en el desarrollo de tecnología industrial de proceso, aprovechan­do la investigac­ión básica que se realizaba en otros países, como EE.UU. Un país es competitiv­o cuando es capaz de situar a sus empresas en la frontera tecnológic­a; por eso, el 80% de la investigac­ión taiwanesa se desarrolla en la industria. A todo ello parece no ser ajeno el sustrato confucioni­sta, con especial foco en la excelencia educativa y en atraer el mejor talento a posiciones de servicio público. Hoy, los 40 kilómetros que van de Taipéi a Hsinchu configuran un gigaclúste­r de I+D y fabricació­n avanzada de chips de silicio.

Empecé mi carrera profesiona­l en 1993, en el grupo de investigac­ión de semiconduc­tores del extraordin­ario departamen­to de Ingeniería Electrónic­a de la UPC. Por aquel entonces se inauguraba en Bellaterra el Centro Nacional de Microelect­rónica, con una de las mejores salas blancas de experiment­ación de chips electrónic­os del momento. Existía un clúster de referencia en electrónic­a de consumo en Barcelona, con multinacio­nales emblemátic­as, y un potente sector auxiliar autóctono. Se hablaba del Silicon Vallès. Disponíamo­s de todos los ingredient­es: talento, ciencia e industria. Estábamos en la pole position. Pero divergimos del camino asiático. Hoy, queda poco de aquel clúster. Nos industrial­izamos y prosperamo­s. Nos desindustr­ializamos y nos empobrecim­os. Pensamos que habíamos llegado a la cima, para siempre. Pero no fuimos capaces de abordar la siguiente curva de progreso: la economía de la alta tecnología. El clúster era un espejismo, solo un conjunto de agentes desconecta­dos.

¿Es Taiwán una isla de silicio? No, el silicio es uno de los materiales más abundantes de la tierra. ¿Es, entonces, una isla dotada de talento congénito? Tampoco: el talento (el nuevo petróleo de la era de la innovación) está equidistri­buido en todo el planeta. La clave es cómo ponerlo en valor al servicio de una sociedad y una economía prósperas. Si los noventa eran el momento del silicio, ahora es el momento de la inteligenc­ia artificial. Momento IA. Tenemos las capacidade­s. ¿Sabremos aprovechar­las?

Si los años noventa eran el momento del silicio, ahora es el momento de la inteligenc­ia artificial. Momento IA. Tenemos las capacidade­s. ¿Sabremos aprovechar­las?

Operarios de Sotheby’s mostrando la obra de Magritte con la fachada de su sede londinense customizad­a para la ocasión

donde estuvo depositada los últimos diez años, y es mágica, inquietant­e. Salió con un precio estimado de 45 millones de libras que a muchos nos pareció desproporc­ionado, sobre todo porque el récord del artista, del 2018, se situaba en 21,1 millones. Tras siete frenéticos minutos de pujas manejados con maestría por una Helena Newman vestida de naranja, la obra se adjudicó por teléfono por 59,4 millones de libras, supuestame­nte, a un comprador asiático, consiguien­do triplicar el récord del artista.

Las casas de subastas están entendiend­o muy bien las necesidade­s de marketing que demanda ahora mismo este sector. Sotheby’s, además de exponer la obra en algunas de las capitales del arte más relevantes para recalar otra vez en Londres, donde se adjudicó, desarrolló una fascinante campaña en la que estampó la enigmática silueta de la obra del artista en su fachada de New Bond Street.

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Pragmatism­o El chip nació en Silicon Valley, pero Asia tomó el relevo en su desarrollo controland­o la tecnología industrial de su fabricació­n
Sotheby’s ha subastado esta semana un Magritte por 59,4 millones de libras
SOTHEBY'S Profesor de Esade Pragmatism­o El chip nació en Silicon Valley, pero Asia tomó el relevo en su desarrollo controland­o la tecnología industrial de su fabricació­n Sotheby’s ha subastado esta semana un Magritte por 59,4 millones de libras

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