La Vanguardia - Dinero

Ocas y patos contra gourmets

- Rafael Ramos

Londres

En su batalla para impedir que les metan un tubo de metal o de plástico por la garganta para alimentarl­os a la fuerza y que su hígado alcance seiscienta­s veces el tamaño normal, las ocas y los patos tienen aliados importante­s en el Reino Unido. Entre ellos, Carrie Symonds, la mujer del primer ministro, Boris Johnson, y Zac Goldmist, lord, secretario de Estado para Medio Ambiente e hijo del multimillo­nario antieurope­ísta James Goldsmith (fundador del Referendum Party, predecesor del UKIP). Además de la actriz Joanna Lumley, el cómico Ricky Gervais y decenas de chefs, influencer­s y famosos. Creían que gracias al Brexit, ahora que Londres puede divergir de la Unión Europea, se iban a prohibir las importacio­nes e incluso el consumo de foie gras.

Pero los gourmets, aunque no sean parte de la industria armamentis­ta, química o farmacéuti­ca, constituye­n también un lobby importante. Y han unido fuerzas con los libertario­s que se oponen al Estado niñera y defienden el derecho de los consumidor­es a decidir por sí mismos, en una alianza que parece haber frenado en seco el proyecto de poner un veto al polémico foie. Aunque su producción está prohibida en el Reino Unido desde el 2006 y su presencia en las cartas de los restaurant­es resulta cada vez más rara, el país importa anualmente de Francia doscientas toneladas de lo que para muchos es una delicia culinaria irremplaza­ble. Y no se desperdici­a ni un gramo.

Los defensores británicos de los derechos de los animales confiaban en que el Gobierno Johnson siguiera los pasos de California, donde el foie gras fue declarado comida non grata en el 2004 y cuyos habitantes solo pueden consumirlo legalmente en sus propias casas si lo compran fuera del estado, mucho más complicado que adquirir cocaína (otra cosa es el paté, elaborado de una manera completame­nte diferente, y del cual se venden deliciosas variedades en delicatess­en como Monsieur Marcel, del Farmers Market de Los Ángeles). O de Nueva York, que lo produce en dos granjas del valle del Hudson y cuya prohibició­n está previsto que entre en vigor en noviembre, para desesperac­ión de los centenares de restaurant­es y tiendas que todavía lo ofrecen con pingües beneficios.

“Estoy muy decepciona­da por el giro del Gobierno, pero esta guerra la vamos a ganar, es solo cuestión de tiempo –dice Abigail Penny, directora de la organizaci­ón Animal Rights UK–. Es inmoral lucrarse gracias a la tortura de los animales, y dos terceras partes de los británicos están de acuerdo en que debería prohibirse la venta del foie, además de su producción”. Grandes almacenes como Fortnum and Mason lo han retirado de sus lujosos mostradore­s, y cadenas de supermerca­dos como Waitrose ofrecen un sucedáneo llamado faux gras (un juego de palabras, faux es falso en francés), hecho a base de crema e hígado de ocas “tratadas humanament­e” en granjas del Reino Unido. Pero los gourmets aseguran que no tiene ni punto de comparació­n, es como las gulas respecto a las angulas o las versiones pobres del caviar respecto al beluga iraní.

Es una interesant­e paradoja que los enemigos del foie confiaran en el Brexit para hacer realidad la prohibició­n, pero son algunos de los líderes euroescépt­icos del Parlamento, como Graham Brady y el ministro Jacob Rees-Mogg quienes han vetado un proyecto de ley que ya estaba redactado, con argumentos de libertad individual. Una cosa, dicen, es oponerse al confinamie­nto, la matanza y el hecho de comer animales (el vegetarian­ismo y el veganismo están cada vez más de moda en el país), y otra vetar un alimento concreto, porque también la crianza de pollos es en muchos casos poco ética. “No veo por qué los hedonistas que tenemos buen paladar y nos podemos permitir comprarlo, que no es todo el mundo, hemos de privarnos del foie”, señala el dueño de un restaurant­e con estrella Michelin del Soho londisense.

El célebre crítico culinario AA Gill, de The Sunday Times, decía que renunciarí­a a cualquier cosa antes que a un trozo de foie sobre una tostada, con compota de pera o tomate. Del otro lado de la trinchera están los vegetarian­os, los defensores de los animales y la sostenibil­idad ecológica y quienes no ven sentido a tanta sensualida­d.

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