Un 8 de marzo diferente
En la semana en la que celebramos el día internacional de la Mujer caben algunas reflexiones.
El 8 de marzo de 1857, miles de trabajadoras textiles decidieron salir a las calles de Nueva York con el lema “Pan y rosas” para protestar por sus míseras condiciones laborales y reclamar una reducción en sus horarios y el fin del trabajo infantil. La manifestación acabó con decenas de mujeres muertas por la represión de la policía.
Es indudable que en las últimas décadas las mujeres hemos logrado avances significativos en nuestros derechos más esenciales. Recordemos, sin ir más lejos, que hace unas décadas las mujeres en España tenían que pedir permiso a sus esposos, padres o hermanos para cosas tan sencillas como obtener el pasaporte o abrir una cuenta bancaria.
Si hoy la mujer ha alcanzado, en nuestro mundo desarrollado, la práctica igualdad con el hombre en derechos fundamentales como el acceso a la educación y al trabajo ha sido gracias a la actitud decidida de los miles de mujeres que, en circunstanciales muy difíciles, lucharon por ser dueñas de su futuro.
Es cierto que siguen existiendo importantes diferencias salariales o en el acceso a los puestos donde se toman las grandes decisiones. Es por ello que la sociedad debe seguir trabajando para reducir todas las brechas de género.
Sin embargo, en este 2022 creo que debemos poner el foco en otras partes del mundo, países en los que las mujeres no pueden ni siquiera ir a la escuela y son usadas en muchas ocasiones como armas de guerra. Son lugares en los que luchan clandestinamente por seguir formándose y se manifiestan con peligro para sus vidas para poder trabajar y mostrar sus rostros a plena luz del día. Vemos, además, cómo centenares de miles de mujeres en Ucrania luchan por salvar sus vidas y las de sus hijos y personas mayores, sin saber siquiera cómo ni dónde será y estará su futuro.
Representan la parte más vulnerable de los conflictos armados y, sin embargo, la historia está llena de ejemplos de mujeres que fueron capaces de reconstruir sus vidas, de crear comunidades de colaboración para levantar pequeños negocios, para formarse y para empezar de nuevo desde cero, porque les movía un propósito que iba más allá de pelear por la igualdad de género. Lo que les daba energía era el convencimiento profundo de que tenían que ser dueñas de su futuro para construir para los suyos lo que ellas habían perdido.
Ellas son las verdaderas heroínas, y a ellas deberíamos dedicar nuestros pensamientos.