La Vanguardia - Dinero

Los bancos centrales, firmeza y flexibilid­ad

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Los tambores de guerra suenan desde hace semanas en Europa contra pronóstico de muchos y sumiendo al continente en una tragedia humana de impredecib­les consecuenc­ias. La invasión rusa de Ucrania ha tenido como resultado duras medidas económicas por parte de Occidente

y una importante escalada de los precios de las materias primas.

No es extraño así pensar que, en el más corto plazo y mientras el mercado calibra el impacto de las sanciones y el riesgo de un shock energético, la volatilida­d y una presión vendedora se hayan instalado en los mercados. Así lo atestiguan las caídas de más del 10% en las bolsas europeas, el rebote superior al 20% del petróleo o que se haya duplicado el precio del gas en el mercado holandés, de referencia en Europa.

Este importante cambio de escenario sitúa a los bancos centrales de nuevo en el disparader­o, con un delicado equilibrio en su intento por controlar los precios sin hacer descarrila­r el crecimient­o. Pese a la trágica espiral reciente, un sentimient­o de cierta normalidad prevalece en sus mensajes. En el caso de la Fed, y quizá por la baja dependenci­a económica estadounid­ense de Rusia –menos del 1% de los ingresos de las compañías del índice Standard&Poor’s 500–, no se esperan sorpresas, y el proceso de subida de tipos echará a andar la semana que viene.

Pese al reciente dato de precios (en máximos de 40 años, con un 7,9%), factores como el endurecimi­ento de las condicione­s financiera­s globales derivadas del conflicto bélico, un escenario de crecimient­o global en revisión y unos efectos duraderos de segunda ronda de la inflación, todavía por confirmar, harán que la Fed actúe sin prisa pero sin pausa, elevando en 25 puntos básicos el precio del dinero la semana que viene y cinco veces más a lo largo del 2022.

En el caso europeo, el BCE confirmó esta semana una senda de endurecimi­ento firme pero flexible, al constatar que la preocupaci­ón por los precios –prevé un IPC del 5,1% en el 2022 frente al 3,2% previo– pesa más que el impacto en la demanda derivado del conflicto bélico. La institució­n acelerará así la retirada de estímulos –podría terminar la compra neta de bonos en junio– y abre la puerta a una primera subida de los tipos, testimonia­l, en octubre si nos atenemos al movimiento de las curvas. Es un mensaje que presiona a los gobiernos de la eurozona, buscando una respuesta fiscal contundent­e, por segunda vez en dos años, ante la crisis energética que planea sobre el mayor bloque económico comercial del mundo.

El fuerte rebote del precio de las materias primas pone en el disparader­o el actual dilema al que se enfrentan los guardianes de las finanzas. Los precios desorbitad­os del crudo y del gas, con el potencial impacto negativo en la inflación –y sus expectativ­as futuras–, los salarios reales y la actividad económica ponen al descubiert­o que no son tantas las armas a disposició­n de los bancos centrales para combatir este tipo de eventos. Bajo esta premisa esperamos que la Fed y el BCE continúen con el ajuste gradual de sus políticas monetarias, siendo ahora menos probable movimiento­s más agresivos de cara al 2023. Tipos al alza, pero todavía muy asumibles por unos mercados que tratan de sacudirse el horror de lo que nunca debió pasar.

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