El siglo de las ciudades
Wilson repasa seis milenios de urbes y apunta que vuelven al papel de estrellas que han tenido en la historia
Desde los primeros asentamientos mesopotámicos hace seis milenios las ciudades han actuado como gigantescos polos de intercambio de información. De la interacción de la gente en las metrópolis densas han brotado ideas, técnicas y revoluciones que han cambiado la historia. En 1800 apenas vivía en las ciudades entre el 3% y el 4% de la población, pero el efecto de esa minoría en el desarrollo global fue enorme. “Las ciudades han sido los laboratorios de la humanidad, los viveros de la historia”, asegura Ben Wilson en Metrópolis, un libro que esboza una historia de la ciudad, el mayor invento de la humanidad, asegura, desde la fabulosa Uruk mesopotámica, con sus edificios fastuosos y sus palmeras, narrada en el Poema de Gilgamesh, al Shanghai actual, emblema de la revolución metropolitana postindustrial del siglo XXI: la construcción de rascacielos ha crecido un 402% en dos décadas.
Hoy las ciudades que antaño atrajeron a las grandes empresas de manufacturas o manejaron parte del mercado mundial –y que en la segunda mitad del siglo XX perdían población, como Nueva York y Londres– compiten por las mentes más brillantes. Y la dependencia del capital humano y los beneficios económicos de la densidad de población –cada vez que un área dobla su densidad su productividad crece entre el 2% y el 5%– reconfigura las metrópolis modernas. Y las ciudades más exitosas a su vez están transformando economías enteras.
De hecho, muchas metrópolis se están alejando alarmantemente de sus países, apunta. La economía global se ha inclinado por un puñado de estas ciudades y su hinterland: en el 2025, 440 ciudades con 600 millones de habitantes –el 7% de la población mundial– supondrán la mitad del PIB del planeta. São Paulo, Lagos o Johannesburgo producirán entre un tercio y la mitad de la riqueza total de sus países. Regresamos, apunta el autor, a una situación habitual la mayor parte de la historia: el desmesurado papel de las ciudades estrella, fuera en la antigua Mesopotamia, durante el ascenso de la polis griega o en el apogeo de la ciudad Estado medieval.
Ciudades que absorben talento, son más jóvenes, ricas y diversas y tienen más en común entre ellas que con su país. La mayor oposición hoy es entre grandes ciudades y pueblos y ciudades pequeñas descolgados de la economía del conocimiento globalizado. Eso sí, mil millones de personas, uno de cada cuatro ciudadanos, viven en barrios pobres o villas miseria sin planificación que alimentan el siglo urbano. Y aun así se benefician de él: el 48% de las niñas de Hyderabad entre 13 y 18 años va a la escuela, frente al 16% del entorno rural. Espacios metropolitanos marginales que desarrollan redes de cooperación y están llenos de emprendedores, como los que en Dharavi –un kilómetro cuadrado, un millón de personas– reciclan en 15.000 talleres, a veces habitaciones, la basura de los 20 millones de almas de Bombay. En ese sentido, concluye, el ingenio urbano y las redes que produce la densidad serán clave para los desafíos venideros si abrimos los ojos a toda la riqueza de la experiencia urbana.