Propuesta BOGO
Para que la carrera de un artista sea sólida debe cocinarse a fuego lento. El mercado del arte es complejo y frágil y, pese a que se le tacha de poco transparente, es difícilmente manipulable a largo plazo. Las cotizaciones de los artistas deben ir asentándose a medida que la trayectoria va avanzando y no perder el hilo del interés de coleccionistas y museos. Pudiera parecer que revalorizaciones importantes y rápidas al principio de una carrera prometedora serían lo ideal, pero hoy, que disponemos de big data, vemos no pocas trayectorias que después de años con revalorizaciones anuales de dos dígitos se estancan y, con el tiempo, caen en el olvido. Ejemplos no faltan. De ahí que crecimientos sostenidos de precios fruto de una buena estrategia por parte de las galerías sean clave para que el artista consolide todo su talento y posibilidades.
Cuando un artista empieza a despertar el interés del mercado es muy usual que su demanda supere con creces su producción. Lógicamente, los precios suben, pero sus galeristas pueden dar rienda suelta a los incrementos o trabajar estratégicamente para que las colecciones clave y los museos de referencia puedan adquirir sus obras a precios aceptables. Si no, los clasifican como demasiado caros y los dejan pasar. Y ahí, determinadas casas de subastas aparecen como uno de los agentes más peligrosos, pues atentas a estas disfunciones entre oferta y demanda procuran conseguir obras de estos artistas, en muchos casos casi salidas del estudio, que falsos coleccionistas especuladores venden para conseguir pingües beneficios. Con ello malbaratan el esfuerzo que las galerías han hecho para posicionar bien a ese artista. En consecuencia, los galeristas miran muy bien a quién venden esas pocas obras de que disponen, creándose listas de espera, en algunos casos de años. Por eso desde hace un tiempo se está imponiendo una práctica curiosa: el BOGO, por sus siglas en inglés, buy one, give one. Se trata de poder acceder a una de estas escasas obras con la condición de comprar una segunda obra de ese mismo artista para donarla a un gran museo que la esté esperando. Parece ser que quien originó tal fenómeno fue la megagalería Hauser & Wirth con el artista Mark Bradford. Y funcionó bien, porque hoy está a precios astronómicos, pero representado en las mejores colecciones.
Los museos detractores de esta práctica dicen que pierden independencia. Y de hecho algunos no la admiten. Otros argumentan que se trata de un winwin que favorece a todos y que en realidad no aceptan cualquier obra, sino que saben muy bien lo que quieren y lo estudian solo con coleccionistas comprometidos con su línea artística. Y es que hoy, con los precios a que llegan algunos artistas de contemporáneo, superando los de incontables old masters, muchos museos no podrían ni soñar tener sus obras. El coleccionista, pagando el peaje del BOGO, no solo accede a obras relevantes que se le escaparían, sino que incluso puede hacer una increíble inversión.