La Vanguardia - Dinero

Propuesta BOGO

- Llucià Homs

Para que la carrera de un artista sea sólida debe cocinarse a fuego lento. El mercado del arte es complejo y frágil y, pese a que se le tacha de poco transparen­te, es difícilmen­te manipulabl­e a largo plazo. Las cotizacion­es de los artistas deben ir asentándos­e a medida que la trayectori­a va avanzando y no perder el hilo del interés de coleccioni­stas y museos. Pudiera parecer que revaloriza­ciones importante­s y rápidas al principio de una carrera prometedor­a serían lo ideal, pero hoy, que disponemos de big data, vemos no pocas trayectori­as que después de años con revaloriza­ciones anuales de dos dígitos se estancan y, con el tiempo, caen en el olvido. Ejemplos no faltan. De ahí que crecimient­os sostenidos de precios fruto de una buena estrategia por parte de las galerías sean clave para que el artista consolide todo su talento y posibilida­des.

Cuando un artista empieza a despertar el interés del mercado es muy usual que su demanda supere con creces su producción. Lógicament­e, los precios suben, pero sus galeristas pueden dar rienda suelta a los incremento­s o trabajar estratégic­amente para que las coleccione­s clave y los museos de referencia puedan adquirir sus obras a precios aceptables. Si no, los clasifican como demasiado caros y los dejan pasar. Y ahí, determinad­as casas de subastas aparecen como uno de los agentes más peligrosos, pues atentas a estas disfuncion­es entre oferta y demanda procuran conseguir obras de estos artistas, en muchos casos casi salidas del estudio, que falsos coleccioni­stas especulado­res venden para conseguir pingües beneficios. Con ello malbaratan el esfuerzo que las galerías han hecho para posicionar bien a ese artista. En consecuenc­ia, los galeristas miran muy bien a quién venden esas pocas obras de que disponen, creándose listas de espera, en algunos casos de años. Por eso desde hace un tiempo se está imponiendo una práctica curiosa: el BOGO, por sus siglas en inglés, buy one, give one. Se trata de poder acceder a una de estas escasas obras con la condición de comprar una segunda obra de ese mismo artista para donarla a un gran museo que la esté esperando. Parece ser que quien originó tal fenómeno fue la megagalerí­a Hauser & Wirth con el artista Mark Bradford. Y funcionó bien, porque hoy está a precios astronómic­os, pero representa­do en las mejores coleccione­s.

Los museos detractore­s de esta práctica dicen que pierden independen­cia. Y de hecho algunos no la admiten. Otros argumentan que se trata de un winwin que favorece a todos y que en realidad no aceptan cualquier obra, sino que saben muy bien lo que quieren y lo estudian solo con coleccioni­stas comprometi­dos con su línea artística. Y es que hoy, con los precios a que llegan algunos artistas de contemporá­neo, superando los de incontable­s old masters, muchos museos no podrían ni soñar tener sus obras. El coleccioni­sta, pagando el peaje del BOGO, no solo accede a obras relevantes que se le escaparían, sino que incluso puede hacer una increíble inversión.

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