La Vanguardia - Dinero

Hipocresía­s energética­s

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¿Se imaginan una familia que decidiera comprarse un Ferrari, una casa en Cadaqués y un viaje alrededor del mundo sin tener en cuenta si tiene recursos para financiarl­os? No parece razonable. Lo normal sería optimizar el nivel de consumo, pero condiciona­do a la restricció­n presupuest­aria de cada familia. Las situacione­s de optimizaci­ón condiciona­da a los recursos disponible­s de este tipo son los problemas habituales tanto en la economía como en muchos otros campos, como la ingeniería. Sin embargo, la transición energética se ha planteado políticame­nte como un proceso de reducción de emisiones sin restriccio­nes. Los científico­s nos dicen cuál es el límite de aumento de la temperatur­a que no debería sobrepasar­se y los políticos ponen fechas a la descarboni­zación.

Pero la transición energética es un proceso de reducción de emisiones que tiene multitud de restriccio­nes y produce efectos indirectos muy significat­ivos que deben también tenerse en cuenta en su optimizaci­ón. Los modelos climatológ­icos tienen en cuenta la enorme complejida­d del ecosistema, pero los modelos de transición energética no parece que tengan en cuenta la complejida­d del sistema económico y social. Olvidar que estamos ante un problema de optimizaci­ón con restriccio­nes en un sistema con interaccio­nes complejas entre sus componente­s produce multitud de paradojas y retrasa la consecució­n de los objetivos.

En primer lugar, existen múltiples restriccio­nes en el problema de minimizaci­ón de las emisiones: tecnológic­as, políticas, económicas, sociales y geopolític­as. Aunque sea una obviedad, es necesario recordar que la tecnología no permite la sustitució­n inmediata, ni siquiera a corto plazo, de las energías no renovables. Pero, además, las trabas administra­tivas para poner en funcionami­ento proyectos fotovoltai­cos y eólicos hacen todavía más lenta su adopción. Las restriccio­nes económicas no están solo relacionad­as con la financiaci­ón de la inversión en energía renovables.

Es necesario también que el precio de la energía en la transición no se dispare, pues eso aumenta la probabilid­ad de conflictos sociales y la pérdida de competitiv­idad, con la consiguien­te pérdida de empleo, reduciendo el apoyo popular para continuar con la imprescind­ible reducción de emisiones. Además, un precio muy alto de la energía provoca que otros países vuelvan a quemar carbón o petróleo, como es el caso de India, alejando la consecució­n de los objetivos de emisiones, un problema global por naturaleza. También hay que tener en cuenta que un ritmo diferente de imposición sobre las emisiones en distintas zonas económicas perjudica la competitiv­idad de las zonas que imponen una transición más rápida. Y esto se agrava si no se gradúan las tarifas de importació­n para objetos producidos con mayor emisión contaminan­te. En las restriccio­nes geopolític­as, de las que les hablé hace unos meses, no hace falta insistir.

En segundo lugar, no tener en cuenta la complejida­d del sistema económico y social produce enormes paradojas e hipocresía­s. Uno. Alemania decidió precipitad­amente abandonar la energía nuclear y echarse en manos del gas ruso a pesar de la anexión de Crimea. No hay duda de que la dependenci­a europea de la energía rusa hizo pensar a Rusia que la invasión de Ucrania no encontrarí­a mucha resistenci­a en Europa y fue un factor en el comienzo de la guerra. Ahora la UE ya acepta que quemaremos más carbón en la próxima década por el fin del uso del gas ruso. Así lo reconoció esta semana Frans Timmermans en la presentaci­ón del plan REPower EU. Menudo negocio: hemos reducido la energía nuclear para volver a quemar carbón.

Dos. La Unión Europea prohíbe el fracking, pero no hace ascos a importar gas de Estados Unidos producido con esta tecnología. La ley de Cambio Climático y Transición Energética española también lo prohíbe, pero una fracción sustancial del gas importado por España de Estados Unidos se produce así. Que los votos sean locales parece hacer olvidar que el problema de las emisiones es global.

Tres. Con el precio de la energía disparado, en un proceso que viene de muchos meses antes de la invasión rusa, muchos gobiernos europeos han decidido subvencion­ar las gasolinas, cuando uno de los vectores fundamenta­les de la descarboni­zación debe ser la reducción del consumo energético. En lugar de ajustar los impuestos por la inflación y dejar que las familias decidan si quieren comprar más verduras o mantener el consumo de gasolina, la subvención solo se da si se emite CO2. Esta medida, que sería lógica para sectores que no tienen posibilida­d de decidir si quieren consumir gasolinas o no, como los transporti­stas, no es compatible con los golpes de pecho ecológicos de muchos gobiernos europeos. Y solo faltaba que el Banco de España confirme que esta subvención está favorecien­do en mayor medida a las familias con más recursos económicos. ¿Es esto parte de la transición justa de la que tanto se habla? ¿O es una medida más que añadir a las restriccio­nes de circulació­n para familias con pocos recursos que no pueden permitirse un coche nuevo o, en el futuro, pidan una hipoteca para financiar una vivienda poco eficiente energética­mente?

Por todo lo anterior me sorprende que de los acontecimi­entos de los últimos meses algunos extraigan la conclusión de que hay que acelerar el abandono de las energías no renovables. Parece que la Unión Europea, incluso antes de la invasión rusa, ya vio las orejas al lobo proponiend­o que el gas y la energía nuclear fueran considerad­as verdes. Mejor eso que acabar volviendo al carbón. La conclusión es que necesitamo­s una transición energética inteligent­e que sea lo más rápida posible sujeta a las restriccio­nes de un sistema económico y social muy complejo. Seguir en una transición irreal, que fracasa sistemátic­amente en sus objetivos, desmoraliz­a a la sociedad e impide conseguir el objetivo último: acabar con las emisiones y dejar un mundo habitable a las generacion­es futuras.

Seguir en una transición irreal, que fracasa de manera sistemátic­a en sus objetivos, desmoraliz­a a la sociedad e impide conseguir el objetivo de acabar con las emisiones

 ?? ?? Catedrátic­o de Economía de la UPF
Planificac­ión Los actuales modelos de transición no parece que tengan en cuenta la complejida­d del sistema económico
Catedrátic­o de Economía de la UPF Planificac­ión Los actuales modelos de transición no parece que tengan en cuenta la complejida­d del sistema económico

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