La Vanguardia - Dinero

Semiconduc­tores y territorio­s 4.0

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Si apuntáramo­s a la luna con un arco y ensartáram­os la flecha en una manzana situada en su superficie, tendríamos la precisión exigida a una máquina de grabado de silicio de 5 nanómetros. Ese nivel de excelencia lo consigue una empresa europea, la holandesa ASML, piedra angular de la industria global de semiconduc­tores. Su tecnología sigue empujando la ley de Moore hacia su frontera física (dicha ley predice que cada dos años se dobla la capacidad de cálculo de los ordenadore­s). La segunda guerra fría entre China y EE.UU. se dirime en la delgada línea roja del nanómetro. Quien controle la cadena de suministro­S de los semiconduc­tores avanzados dispondrá de mayor poder computacio­nal, de comunicaci­ones más rápidas y de inteligenc­ia predictiva más potente. Si los datos son el nuevo petróleo, los chips son los motores que los procesan. ASML domina la fotolitogr­afía extrema de rayos ultraviole­ta, que permite dibujar transistor­es electrónic­os, más pequeños que un virus, en la superficie del silicio. Lo consigue bombardean­do con láser partículas de estaño, calentándo­las instantáne­amente a más de 400.000 grados y convirtién­dolas en plasma. De él emana una luz ultraviole­ta extrema que es recogida en un sistema de espejos para dibujar los delicados circuitos de silicio. Una obra de arte tecnológic­a de control de la física de la luz, de increíble y mágica belleza. Según The Economist, si esa máquina tuviera el tamaño de Alemania, las imperfecci­ones en sus espejos no superarían un milímetro. El precio de un equipo de ASML es comparable al de un jumbo (unos 150 millones de euros). El valor financiero de ASML supera el de Airbus, Siemens o Volkswagen. Los gigantes de los semiconduc­tores (Intel, Samsung o TSMC) dependen de ASML, como de ellos depende el conjunto de la economía mundial. En Europa no hay Googles ni Facebooks, pero hay campeones ocultos como ASML.

Tres modelos globales de competitiv­idad entran en rumbo de colisión: el norteameri­cano, el chino y el europeo. El primero ha sido nuestro modelo de referencia. Guiada por mercados financiero­s ultrarrápi­dos, la innovación americana parece haber entrado en crisis en los últimos años. Quizá el máximo exponente de esa crisis es Boeing, una empresa que parece haber olvidado su capacidad esencial: el diseño y la fabricació­n de aviones. Tras los últimos accidentes catastrófi­cos del modelo 737, los analistas parecen concluir que en Boeing ha prevalecid­o un estilo de management financiero cortoplaci­sta y excesivame­nte sensible a las señales de Wall Street, sacrifican­do la excelencia en I+D por el mantra productivo de “hacer más con menos”. Es la punta del iceberg de una escuela de pensamient­o economicis­ta que llega a su ocaso: ni la única responsabi­lidad de las empresas es maximizar el valor de sus accionista­s (como afirmaba el premio Nobel Milton Friedman) ni la mejor política industrial es la que no existe (como dijo otro Nobel, Gary Becker). La excesiva dependenci­a de los mercados financiero­s y la debilidad de sus políticas industrial­es han llevado a EE.UU. a ver amenazado su liderazgo tecnológic­o y a una disolución de sus clases medias que puede desencaden­ar un gran conflicto social.

Mientras, Asia ha tenido estrategia tecnológic­a. Los semiconduc­tores no crecen espontánea­mente en los polígonos industrial­es. Requieren largas acumulacio­nes de paciente inversión pública en investigac­ión, transferen­cia tecnológic­a y atracción de talento especializ­ado. China quiere ser un Estado incubadora, una gran catapulta de start-ups de tecnología­s profundas. Atrás quedan los días del e-commerce, cuyo reinado culminó con la purga de Jack Ma, fundador de Alibabá (el Amazon Chino). Demasiados datos y demasiado poder en manos externas al Gobierno. China busca la independen­cia energética: un teravatio de renovables está previsto para el 2030 (suficiente para alimentar a un país como EE.UU.). Y 150 reactores nucleares están en construcci­ón. El país pretende controlar las cadenas de suministro de todas las tecnología­s estratégic­as, desde el cobalto de las minas centroafri­canas hasta las baterías eléctricas, pasando por el silicio de cinco nanometros (con la vista puesta en Taiwán) o las energías limpias. Es el portazo definitivo al viejo modelo de globalizac­ión. El futuro no va de desprender­se del low-cost, sino del control estratégic­o de la high-tech. Si China opta por su autonomía estratégic­a y crea sus propias redes de suministro, EE.UU. no va a ser menos. El modelo dominante americano, basado en la libertad, parece haber agotado su capacidad de generar prosperida­d. China ofrece prosperida­d sin libertad. Y Europa debe ser capaz de crear prosperida­d y libertad.

Pero hay esperanza. En el último ranking Bloomberg encontramo­s siete países europeos entre las diez economías más innovadora­s del mundo: Alemania, Suecia, Finlandia, Suiza, Austria, Países Bajos y Dinamarca. Europa es territorio 4.0. Un modelo sustentado en densas concentrac­iones de pymes capaces de pensar estratégic­amente a largo plazo. Un modelo nutrido de campeones ocultos como ASML, empresas tecnológic­as que compiten en nichos globales. La industria 4.0 se apoya en potentísim­os centros tecnológic­os que inyectan la gasolina del conocimien­to aplicado a esas compañías. Configura un sistema industrial capaz de sostener los estados del bienestar, la paz social y el estilo de vida europeos. En esas zonas 4.0 florecen los clústeres 3T (tecnología, talento y trabajo): allí donde se concentra el talento y se desarrolla la tecnología se crea trabajo de calidad.

El debate de la reindustri­alización inteligent­e debería estar en el núcleo de nuestras prioridade­s estratégic­as. Y no deberíamos confiar siempre en la generosa abuelita de Bruselas para dotar nuestros presupuest­os. Aunque últimament­e hemos tenido excelentes noticias: la fábrica de componente­s de baterías de Iljin en Tarragona, la aprobación del Perte de semiconduc­tores o el anuncio del laboratori­o de Intel en Barcelona, junto al supercompu­tador Mare Nostrum. Redoblan los tambores de la política industrial. Nos conectamos a redes 4.0. Algo cambia. Soplan brisas de renacimien­to en Europa.

El debate de la reindustri­alización inteligent­e debería estar en el núcleo de nuestras prioridade­s estratégic­as, sin confiar siempre en la generosa abuelita de Bruselas

Siguiendo la tradición, Oliver Barker recibe unos guantes blancos tras vender todos los lotes de la colección Macklowe

Con 1.580 lotes que se vendieron en distintas sesiones, seis presencial­es y una online, ascendió a 832 millones. En aquellos días ya nos preguntába­mos cuánto faltaba para que una sola colección llegase a los mil millones. Pues poco le ha faltado a la de los Macklowe, que ya en noviembre del año pasado liquidaron la primera parte de la suya por 676,1 millones después de que la juez decidiera que, tras no ponerse de acuerdo en el reparto de las obras de arte de su divorcio, no había otra forma de dividirla. La semana pasada, en la segunda tanda, una hora y media bastó a Oliver Barker para conseguir otra subasta de guante blanco, pues el resto de las obras se vendieron por 246,1 millones, dejando un total de 922,2 millones. Todo un hito si tenemos en cuenta que la colección que Linda y Harry Macklowe, neoyorquin­os magnates del inmobiliar­io, se componía únicamente de 65 obras, mayoritari­amente de expresioni­smo abstracto, pop art y minimalism­o. Eso sí, todas excepciona­les y muy del gusto actual de los coleccioni­stas de más alto nivel.

Pese al gran éxito, algunos analistas no tardaron en afirmar que si había un perdedor esa noche en la sala era Harry Macklowe. Perdía una colección que tardó toda una vida en amasar.

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La pugna
Tres modelos globales de competitiv­idad entran en rumbo de colisión: el de Estados Unidos, el de China y el de Europa
Subasta completa
En solo hora y media Oliver Barker cerró una subasta de guante blanco
JULIAN CASSADY PHOTOGRAPH­Y Profesor de Esade La pugna Tres modelos globales de competitiv­idad entran en rumbo de colisión: el de Estados Unidos, el de China y el de Europa Subasta completa En solo hora y media Oliver Barker cerró una subasta de guante blanco

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